Nuevamente se atreve Matern a proferir la exclamación: -¡Sin duda alguna, esto es el infierno!- pese a que solamente el llorar, en todas sus variantes humanas, permanezca sin lágrimas. Emoción seca transforma la cámara en una barraca de gemidos. Armazones, que hace un momento todavía eran chatarra, para resucitar luego como esqueletos y verse habitados por mecanismos silenciosos o ruidosos, habiendo de pasar a continuación por series de pruebas tanto técnicas como acústicas, se yerguen aquí, envueltos en degradadas telas lastimosas, sobre un fondo raspado liso, y forman círculos en los que el llorar corre por turnos. Y cada círculo se ha propuesto otro tipo de tarea provocadora de lágrimas, pero que se deseca, con todo, en desiertos. Aquí empieza. El círculo vecino no puede cesar de gimotear. Este círculo solloza profundamente hacia dentro. Un aullido, que se hinca y adelgaza, abolla y distiende cada círculo. Llorar sofocado, como en cojines. Lloriqueo, como si la leche se hubiera pegado. Gimoteo, con el pañuelo entre los dientes. La desdicha se contagia. Envuelta en calambres y amenazada por el hipo. De gruñido a gimoteo: aullido hinchado y lloriqueo delgado. Y por encima de los hombros convulsos, del golpearse el pecho y del llorar quedamente en sí mismo, una voz, vecina de las lágrimas, narra con tono plañidero historias conmovedoras, historias de moco e historias de agua, historias capaces de ablandar una piedra.
Años de perro
Günter Grass
Años de perro
Günter Grass
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