martes, septiembre 23, 2008

Las ciudades españolas (Julio Camba)

El otro día le enseñaba yo a una señorita alemana unas colecciones de postales. Las había de Londres, de París, de Bruselas y de todo el mundo.
- A ver si adivina usted, señorita, de dónde es esta postal.
Si era una vista de Londres, ella acertaba en el acto. Los impermeables y los paraguas no le dejaban lugar a dudas. Con las vistas de otras ciudades, en cambio, se equivocaba casi siempre.
- ¿Y ésta, señorita? ¿Sabe usted de dónde es esta vista?
- ¡Oh! Ésta es de una ciudad española: estoy completamente segura.
Le enseñé otras postales.
- No. Éstas no sé de dónde son…. Pero ésta es otra ciudad española. Y ésta. Y ésta… Pero la verdad es que yo no reconozco las ciudades españolas. Reconozco los tipos. En todas las vistas fotográficas de las ciudades de España hay siempre un hombre arrimado a un farol. Mire usted esta postal. Aquí no hay nada más que un hombre. Pues este único hombre está recostado en un farol. En cambio, examine usted todas las otras postales que usted tiene: las de París, las de Londres, las de Viena, las de Bruselas, las de Nueva York, hasta las de Turquía. Ni un solo hombre arrimado a un farol. Los españoles son unos hombres que se arriman a los faroles. Es más. Los españoles se diferencian de todos los demás hombres del mundo por esa costumbre que tienen de arrimarse a los faroles…
Tuve que rendirme a la evidencia. Era verdad. Examine usted, el álbum de postales de su hermana o de su novia, y se convencerá, como yo me he convencido, de que, en todo el mundo, los españoles son los únicos hombres que se recuestan en los faroles. Esta es la característica fundamental de la raza. Gracias a ella, una señorita alemana puede distinguir, entre cien postales de todas partes, una postal española. Una de las consecuencias que se derivan de este hecho es la siguiente: los españoles no nos incorporaremos por completo a Europa mientras no nos desarrimemos de los faroles y echemos a andar. Otra: para transformar a España hay que echar abajo todos los faroles españoles.

Las ciudades españolas
Julio Camba

La Habana para un infante difunto [Emilia] (Guillermo Cabrera Infante)

Emilia era una muchacha complicada, no con las complicaciones de Ester debidas a su cojera, más bien era una complejidad nutrida por la neurosis de su madre complicada por la tuberculosis, mal neurótico. Era demasiado complicado para mis doce años, aunque yo estuviera acostumbrado a las conversaciones adultas por la educación que me habla dado mi madre […], por las asociaciones políticas de mi padre, por los argumentos de mi tío Pepe, por las conversaciones oídas a las amigas de mi madre, reunidas en torno a ella mientras bordaba en su eterna máquina Singer. Pero era verdaderamente complicado. No supe decirle a Emilia que ella me gustaba mucho (en realidad no me gustaba: había algo de monja en ella, tan devota a su madre, tan seria) y no pude hacer nada. Emilia debió de adivinarlo porque me dijo: «Pera», que es la forma habanera de decir espera, y salió rápida de la cocina y, antes de que me pudiera dar cuenta de que me abandonó, habla regresado. […] Vino a mí silente. Sin decir nada me cogió por el brazo y me llevó hasta la zona libre de la pared, donde terminaba el fogón (que era en realidad una barbacoa de cemento para poner los reverberos o los anafes encima, centro de la cocina ómnibus: curioso: la pobreza pueblerina era más bien individual o familiar, mientras que la pobreza urbana me había hecho conocer primero en Zulueta 408 los baños colectivos y los inodoros colectivos, y ahora en Monte 822, la cocina colectiva.[…] En aquel rincón se me encimó, arrinconándome contra la pared, pegando sus labios sobre los míos en el primer beso adulto que me daban en mi vida. No abrí la boca (no sabía cómo), tampoco la abrió ella, pero no era un beso adolescente: más que una muchacha Emilia era una mujer. Pero en vez de sentir alborozo lo que sentí fue confusión.

La Habana para un infante difunto
Guillermo Cabrera Infante

jueves, agosto 21, 2008

El sueño de África [Viajar] (Javier Reverte)

Viajar no es un empeño en busca de lo imaginado, no es la persecución de algo que uno quiere ver, cerrando los ojos a todo lo demás. No es un deporte hecho para los que están seguros de lo que son, qué quieren y adónde van. Una sola pregunta puede justificar un gran viaje y el viaje está hecho para aquellos que no saben muy bien hacia dónde se dirigen ni conocen con exactitud lo que buscan. Está hecho para los que intuyen que encontrar no es lo importante y que cumplir un sueño puede ser, sobre todo, darse de bruces con la aventura. Es cierto que regresamos siempre, pero no debe viajarse con la intención de hacerlo. Viajar tiene algo de nacimiento.
Herman Melville, en el comienzo de Moby Dick, explicaba así la naturaleza de sus motivaciones para viajar: «Cada vez que me sorprendo poniendo una boca triste; cada vez que hay en mi alma un noviembre húmedo y lluvioso; cada vez que me encuentro parándome sin querer delante de las tiendas de ataúdes, y en especial, cada vez que la hipocondría me domina de tal modo que me hace falta un recio principio moral para impedirme salir a la calle a quitarle de un golpe el sombrero a los transeúntes, entiendo que es más que hora de hacerme a la mar tan pronto como pueda».

El sueño de África
Javier Reverte

martes, julio 22, 2008

El entierro prematuro (Edgar Allan Poe)

La dama fue depositada en la cripta familiar, que permaneció cerrada durante los tres años siguientes. Al expirar ese plazo se abrió para recibir un sarcófago, pero, ¡ay, qué terrible choque esperaba al marido cuando abrió personalmente la puerta! Al empujar los portones, sobrecogido por los escalofríos, un objeto vestido de blanco cayó rechinando en sus brazos. Era el esqueleto de su mujer con la mortaja puesta.
Una cuidadosa investigación mostró la evidencia de que había revivido a los dos días de ser sepultada, que sus luchas dentro del ataúd habían provocado la caída de éste desde una repisa o nicho al suelo, y al romperse el féretro pudo salir de él. Apareció vacía una lámpara que accidentalmente se había dejado llena de aceite, dentro de la tumba; puede, no obstante, haberse consumido por evaporación. En los peldaños superiores de la escalera que descendía a la espantosa cripta había un trozo del ataúd, con el cual, al parecer, la mujer había intentado llamar la atención golpeando la puerta de hierro. Mientras hacía esto, probablemente se desmayó o quizás murió de puro terror, y al caer, la mortaja se enredó en alguna pieza de hierro que sobresalía hacia dentro. Allí quedó y así se pudrió, erguida.

El entierro prematuro
Edgar Allan Poe

París rebelde (Ignacio Ramonet y Ramón Chao)

Llegamos al Tabou, una sala de jazz minúscula, imprescindible en el París que se recomponía después de la Segunda Guerra Mundial. Animaban la sala los acordes, las melodías de Alain y Boris Vian con su orquesta.
Boris el rebelde, que cruzó la vida como un meteoro, tocaba la trompeta de bolsillo a la que llamaba “trompineta”. Por allí pasaba Juliette Gréco, encarnación del existencialismo, así como la juventud inquieta del momento.
Vian llevaba una vida de pordiosero. “¡Ah! Si tuviera franco y medio”, cantaba para resumir su situación. Y encima tuvo que dejar de soplar por fallo en los pulmones. Abandona el Tabou y promueve el club Saint-Germain-des-Pres con Duke Ellington, Charlie Parker, Miles Davis y otros americanos.
Metomentodo genial, Vian mereció numerosos ataques, y no sólo por parte de los defensores del orden establecido, sino también de la izquierda razonable: molestaba a la República de los partidos, de las letras y de las artes.

París rebelde
Ignacio Ramonet y Ramón Chao

El largo camino hacia Los olvidados (Agustín Sánchez-Vidal)

Pocas de sus películas habrán sido tan cuidadosamente planificadas por Buñuel en todas sus fases como Los olvidados. Aprovechando el tiempo de inactividad forzosa a que se había visto obligado por el fracaso de Gran Casino, el realizador se dedicó durante varios meses a recorrer los barrios más pobres de la ciudad de México, en algunas ocasiones con el guionista Luis Alcoriza, y en otras con su escenógrafo, el canadiense Edward Fitzgerald. Las fotos que hizo, y que se conservan en su archivo, demuestran que no pocos detalles pasaron directamente a la película, como el ciego provisto de una batería de instrumentos que le permitían convertirse en hombre-orquesta.
Consultó los ficheros del Tribunal para Menores y habló con los siquiatras que atendían a los delincuentes juveniles, como atestiguaba en los agradecimientos correspondientes de los créditos al principio de la película. De estas fichas obtuvo muchos detalles para la trama y los perfiles de sus personajes. Según Buñuel, en otras ocasiones fueron las noticias de la prensa las que le proporcionaron esa base documental, como el cadáver de un niño en un basurero, que utilizó para el final, combinándolo con el detalle del cadáver dentro de un saco, que tomó de la ópera Tosca.

El largo camino hacia Los olvidados, de Agustín Sánchez-Vidal
Extraído de Los olvidados. Una película de Luis Buñuel

Coños (Juan Manuel de Prada) [El coño de la coronela]

El coronel de mi regimiento vive en el cuartel con su esposa, una mujer madura, con esa madurez anterior a la menopausia tan proclive a las aventuras extraconyugales y al flirteo con los cabos furrieles. La coronela, la llamamos, con una mezcla de veneración y sano pitorreo. A la coronela le gusta pasearse por el patio de armas y pegar gritos a los reclutas, para que se enteren de quién manda aquí. Con la connivencia de los sargentos, manda cuadrarse a las compañías y les pasa revista, eligiendo al soldado más apuesto. Su marido se finge al margen, pero los cuernos ya le golpean en los dinteles de las puertas, y tiene que agacharse para pasar. La coronela muestra siempre unos escotes pronunciadísimos, de una carne sazonada por el vicio, que a los reclutas les gusta mordisquear, porque sabe mejor y es más nutritiva que la carne de las novias que se dejaron en el pueblo, novias pavisosas y palurdas que no admiten punto de comparación con la coronela. Ser elegido por la coronela para un escarceo significa, para el prestigio de un soldado, mucho más que un informe de buena conducta; ser elegido para una relación adúltera con visos de perdurabilidad, mucho más que un ascenso. Yo, que soy el corneta del regimiento, me incluyo en esta última categoría de afortunados.

El coño de la coronela, de Coños
Juan Manuel de Prada

Los estados carenciales (Ángela Vallvey) [Rutinas conyugales]

¿Has visto qué escote trae hoy Irma? [...] Si yo estuviera en condiciones de desmadrarme, la invitarla a mi casa y le mostraría mi manual de supervivencia casero. [...] Ya sabes... [...] Mis habitus. Las costumbres son más poderosas que la pasión, por si no te habías percatado. Y yo tengo una vida ordenada, de clase media. Eso a las mujeres les parece atractivo, les da sensación de seguridad. Llevaría a Irma a mi casa y le enseñaría mi torso bronceado con rayos UVA. Mi viejo bidé. Y mi sexo anhelante de rutinas conyugales. Pero como es tan grande, mi sexo, quiero decir... pues seguro que ella ni siquiera lo vería. Me refiero a mi pene. A mi ex mujer siempre le ocurría eso, nunca conseguía fijarse en mi pene. Decía que era demasiado contundente como para que una mujer se detuviera a examinarlo con detenimiento. [...] Sin embargo, yo podría enseñarle a Irma cosas nuevas, entre ellas mi pene, que estoy convencido de que nunca ha visto. Seguro que mis manías domésticas son acontecimientos para alguien como ella.

Los estados carenciales
Ángela Vallvey

Agatha Christie (Problema en Pollensa) [Mr. Parker Pyne, ese hombre]

Vaya, ¿pues no estoy viendo a Parker Pyne, al mismísimo Parker Pyne? ¡Y Adela Chester! ¿Se conocen ustedes? ¿Ah, sí? ¿Están ustedes en el mismo hotel? Adela, es único, un verdadero mago, la maravilla del siglo. Todos los problemas resueltos en cinco minutos. Pero ¿lo sabías? ¡Tienes que haber oído hablar de él! ¿No has leído los anuncios? «¿Tiene usted algún problema? Consulte a míster Parker Pyne.» Para él no hay nada imposible. Maridos y mujeres que se tiran de los pelos y él los reconcilia... Si has perdido el interés por la vida, te proporcionará las aventuras más emocionantes. Como te digo, es un mago.

Problema en Pollensa
Agatha Christie

La soledad de las vocales (José María Pérez Álvarez)

Recuerdo a la última mujer que aceptó subir conmigo a la habitación nº 9 de la pensión Lausana, yo estaba en un parque con una botella de vino hojeando la montaña mágica que me había prestado el de la 6, no tenía para mí mucho interés aquella historia de enfermos, los libros siempre hablan de cosas que no ocurren, de negros que miden 1,99 como en la novela del escritor, los libros mienten igual que mienten las películas que veo cuando entro solo en los cines después de esperar en vano a mujeres que nunca acuden a las citas y que también mienten como las películas, como los libros.

La soledad de las vocales
José María Pérez Álvarez

A cien millas de Manhattan (Guillermo Fesser)

Nico me dice que si podemos comprar un futbolín. ¿Y eso? Los de la casa de enfrente acaban de sacar uno al jardín con un letrero de se vende. No son los únicos. Varios vecinos de la calle Parsonage han aprovechado el aluvión de gente que se dirige a ver los coches de feria para mostrar sus rastrillos. Son las ventas de garaje. Yo creo que si se fletaran varios cargueros con destino al Caribe para llevar todo lo que la gente de Rhinebeck nunca utiliza y acumula en sus trasteros, Cuba se pondría al día de la noche a la mañana. La venta callejera se debe básicamente a dos fenómenos. Por un lado, me temo, de vez en cuando al personal le dan arrebatos de limpieza y deciden deshacerse de los mochos. A todo le ponen precio, aunque, por el viejo procedimiento del regateo, te lo regalan prácticamente con tal de que te lo lleves. De hecho, en algunas ocasiones les colocan directamente el cartelito de FREE, gratuito, para que desaparezca rápidamente. Lo cual no quiere decir que de vez en cuando algún listo intente aprovecharse del sistema.

A cien millas de Manhattan
Guillermo Fesser

Los estados carenciales (Ángela Vallvey)

Tú haces. Eres un hombre de acción, no de abstracción. (Qué le vamos a hacer.)
Sabes pintar, no cabe duda, aunque no sabrías definir lo que haces, ni cómo lo haces o por qué.
Sabes hablar, y en ocasiones, cuando te paras a oírte un instante, te preguntas divertido quién estará hablando por ti desde dentro de ti.
Te gusta caminar, no trazar posibles caminos por los que sabes que quizás nunca vayas a andar.
Tampoco te preocupa mucho el asunto de la felicidad, al que todo el mundo parece darle vueltas y más vueltas hoy en día. Estás harto de obligaciones. Jamás te han gustado las imposiciones de ningún tipo, y eso de sentirte apremiado a ser dichoso te parece el colmo de la perversión social. Un puro fraude colectivo. La gran bufonada terrorista de Occidente. Fin del individuo. Vaya fórmula más tonta para mantener a la gente entretenida y preocupada, eternamente insatisfecha.
Uno es feliz cuando no sabe que es feliz, y qué más da. Cuando no se pregunta sin cesar si lo es o si deja de serlo. A ti, que te dejen vagar, que te dejen pintar, que te dejen viajar, que te dejen sufrir y gozar a gusto. Que quieres vivir, en suma, ¿verdad, Ulises? Que lo tuyo se trata de eso, simplemente. Sólo de eso.

Los estados carenciales
Ángela Vallvey

Las inquietudes de Shanti Andía (Pío Baroja) [Una fiesta]

Así estuvieron repitiendo canción y estribillo hasta medianoche. Después se cantaron otros muchos zortzicos y luego vino un muchacho con un acordeón, que trenzaba, sin parar, la música más heterogénea; un vals se convertía en una habanera, y ésta aparecía al final con las notas de La Marsellesa o de un himno cualquiera.
Yo, en el estado de pesadez en que me encontraba, entre los vapores del alcohol y el humo del tabaco, perseguía estas melodías atropelladas, monstruosas, que salían de la filarmónica y que iban cambiando a cada instante.
A veces decía:
-Bueno, señores, me voy -y me levantaba para marcharme.
-No, no -decían todos.
-No te vayas, Shanti -gritaba un viejo.
-Tengo que marcharme.
-¡Fuera! ¡Fuera! ¡Ese patrón al agua! ¡No te vayas, Shanti! -gritaban los demás.
Cuando ya no podíamos con nuestra alma, abandonamos el Guezurrechape y nos fuimos a casa. Llovía, el muelle estaba cenagoso; yo me equivoqué y en vez de ir hacia casa fui al rompeolas. Gracias al sereno, que me encontró y me acompañó hasta casa, pude encontrarme al amanecer en mi cuarto.

Las inquietudes de Shanti Andía
Pío Baroja

El sueño de África [El sueño de África] (Javier Reverte)

Mis lecturas y mis ensoñaciones infantiles, como le sucedía a Joseph Conrad, se dirigían sin remedio a África y, en el alba de mis cincuenta años, pensaba que al fin debía ir allí. No quedan, por supuesto, grandes espacios en blanco en el mapa del continente, pero el corazón de África sigue conservando su aura mítica, o al menos la conservaba en ese momento para mí. De modo que, sin un director excéntrico que financiara mi viaje, debía poner todo el empeño en ir, de la misma manera que otros hombres lo ponen en lograr que su cuenta corriente se engrose con una cifra respetable de millones. Creo que la única obligación que tiene el hombre en esta tierra es realizar sus sueños. Y el mío, en esos momentos, estaba en el corazón de África.

El sueño de África
Javier Reverte

Defensa de la nación española contra la Carta Persiana LXXVIII de Montesquieu (José Cadalso)

Esta península llamada España es la parte más meridional de Europa. Está dividida de África por un corto, estrecho, y de Francia por unos montes muy altos llamados Pirineos. Todos sus demás lados están bañados por el mar. Esta feliz situación la hace abundante de todo cuanto puede apetecerse, no sólo para el sustento, sino es también para el regalo del hombre y aun para su lujo, pues tiene piedras exquisitas, metales preciosos, a más de los varios géneros de granos, vinos y aceites, sedas, lanas, aguas minerales, frutas de todas especies y ganado de excelentes calidades.

Defensa de la nación española contra la Carta Persiana LXXVIII de Montesquieu
José Cadalso

Viajes con Heródoto (Ryszard Kapuscinski) [El festival]

La ciudad vive con el festival. Exposiciones, conferencias, conciertos, representaciones teatrales. Están todos: el África oriental y occidental, central y del sur; Brasil y Colombia, el Caribe entero con Jamaica y Puerto Rico a la cabeza, Alabama y Georgia, las islas del Atlántico y del Índico.
Las calles y plazas se han convertido en escenarios de montajes teatrales. El teatro africano no es tan rigorista como el europeo. En cualquier lugar puede reunirse un grupo de personas e interpretar una obra inventada ad hoc en el acto. No hay texto, todo es producto del instante, del estado de ánimo y la desbordante imaginación del momento. […]
Algunas veces veo que los actores interrumpen los diálogos para empezar una suerte de danza ritual, momento en que todo el público se une a ellos. En ocasiones se trata de una danza animada y alegre, pero, en otras, todo lo contrario, los bailarines se sumen en un gran estado de concentración y gravedad; la participación en el ritmo común es para ellos una vivencia profunda, algo serio e importante. Pero luego la danza termina, los actores vuelven a sus diálogos y los espectadores, sumidos hasta hace un momento en un trance místico, de nuevo ríen, exultantes de alegría.

Viajes con Heródoto
Ryszard Kapuscinski

El sueño de África [África] (Javier Reverte)

África tiene un aura especial y la tersura de un sueño infantil. África es también literaria, quizás el más literario de todos los continentes. Desde luego ha sido el sueño tangible de muchos hombres durante muchos siglos y su halo de ensoñación sigue sin apagarse.
África fue siempre un mito y, en cierta medida, continúa siéndolo. El carácter del mito ha cambiado a lo largo de los siglos, pero su leyenda prosigue.

El sueño de África
Javier Reverte

El diario de Bridget Jones (Helen Fielding)

El vagón de fumadores resultó ser una Espantosa Pocilga donde los fumadores estaban amontonados, deprimidos y en actitud desafiante. Me doy cuenta de que ya no es posible que los fumadores vivan con dignidad y se ven forzados a esconderse en las pocilgas más repugnantes de la existencia. No me habría sorprendido lo más mínimo si el vagón hubiese sido misteriosamente cambiado de vía hacia una vía muerta y nunca más hubiese vuelto a ser visto. Quizá las compañías privadas de trenes empezarán a preparar Trenes de Fumadores y los ciudadanos les amenazarán con el puño y les tirarán piedras a su paso, aterrando a sus hijos con historias de que en esos vagones viajan monstruos que respiran fuego.

El diario de Bridget Jones
Helen Fielding

Viajes de Ali Bey (Domingo Badía “Ali Bey”) [Mogador (Esaouira)]

Nos pusimos en marcha a las diez y media de la mañana, caminando al OSO (Oeste Sur Oeste); una hora después salimos del bosque, comenzamos a andar entre muchas colinas de arena movediza y sobre la misma, y poco después de mediodía llegué a Suerao Mogador, término de mi viaje. […]
La ciudad de Suera, que en los mapas se halla con el nombre de Mogador, fue fundada por el sultán Sidi Mohamed, padre del sultán actual. Su forma es regular. Sus edificios bastante elevados presentan buen aspecto para una ciudad africana; el gran mercado es hermoso y rodeado de arcos; las calles a cordel, aunque estrechas. Cercan a la ciudad murallas, y por la parte de tierra la defienden algunas piezas de cañón contra las correrías de los árabes.[…] Pese a dichas fortificaciones la ciudad de Suera no podría sostenerse contra un ataque algo obstinado, pues no tiene más agua que la del río, el cual se halla distante más de media milla. La morada de Suera es bastante triste. La ciudad está cercada de un desierto de arena volante, por donde no se puede pasear; en su recinto no hay jardines, y sólo a media legua se encuentran montañas cubiertas de bosques de argán y de hermosa vegetación.
Residen en Suera vicecónsules y negociantes de diversas naciones de Europa, que forman una especie de colonia, acrecentada también por los negociantes judíos del país.

Viajes de Ali Bey
Domingo Badía “Ali Bey”

Viajes con Heródoto (Ryszard Kapuscinski)

En el mundo de Heródoto, en el cual coexisten muchas culturas y civilizaciones, observamos todo un abanico de relaciones entre ellas. Están los casos de aquellas que se hallan en permanente conflicto con otras, pero, al mismo tiempo, también están las que mantienen con otras relaciones de intercambio y de préstamos recíprocos, enriqueciéndose mutuamente. Es más: hay civilizaciones que, después de haber combatido a muerte, hoy colaboran para mañana, tal vez, volver a estar en pie de guerra. En una palabra, para Heródoto la multiculturalidad del mundo es un tejido vivo, palpitante, en que nada está dado y definido de una vez para siempre sino que no cesa de transformarse, de cambiar, de crear nuevas relaciones y nuevos contextos.

Viajes con Heródoto
Ryszard Kapuscinski

Celestino antes del alba (Reinaldo Arenas)

Dos nubes muy grandes chocaron una con la otra y se hicieron añicos.
Los pedazos cayeron sobre mi casa y la tiraron al suelo. Nunca pensé que los pedazos de nubes fueran tan pesados y grandes. Cortan como si tuvieran filos y uno de ellos se llevó en claro la cabeza de mi abuelo. Mis primos andaban por el río y se pudieron salvar. A mi abuela no hay dios que la encuentre, y al parecer las nubes la hicieron añicos y las hormigas se llevaron los pedazos. Yo echo a correr desde el sao hasta la casa, sepultada por el nuberío, y al llegar sólo puedo ver un brazo de mi madre y un brazo de Celestino. El brazo de mi madre se mueve algo entre los escombros y los tiznes. (Porque en esta casa el humo del fogón no tiene por donde salir, pues solamente hay una ventana en el comedor y por eso toda la casa estaba siempre tan negra como el fondo de un caldero.)
-¡Sácame, que ya me ahogo! -me dice la voz de mi madre, y su brazo se agita y da saltos y más saltos.
A Celestino no lo oigo decir ni media palabra. Su brazo, que casi no sobresale entre el tiznero y los palos, está muy quieto y su mano casi parece acariciar las vigas y las pencas de yarey negro que lo van asfixiando.
-¡Sácame! ¡Coño!, ¡que soy tu madre!
-Voy ahora mismo. ¡Voy ahora mismo!
Y, sonriente, me acerco hasta donde se encuentra la mano tranquila y fría de Celestino, y empiezo a levantarle los escombros de encima. Hasta que ya, casi oscureciendo, logro rescatarlo.
La tormenta de nubes se ha calmado un poco, y un aguacero muy fino lo va poniendo todo de un color casi transparente y blanquísimo. De entre esa neblina de agua que casi no llega a caer, veo a mi madre que se me acerca con una garrocha entre las manos.
Los abujes me han picado en toda la espalda, pero yo no sentí cuando me picaron. Estaba tan embelesado. Mi madre pasa por encima del mayal sin cuidarse de las espinas, y luego alza el vuelo.

Celestino antes del alba
Reinaldo Arenas

lunes, junio 23, 2008

El canto del gallo (Santiago Auserón)

El jaleo de los días de feria
ya se oía a un kilómetro del pueblo
y un extraño acento en el hablar
de los que halló por el camino.

Un coro de muchachas y una vieja
levantándose las faldas al bailar
y un jovencito de broma peligrosa
haciendo gala del orgullo local.

De los que dan dinero por la noche
para que nunca termine su canción
para que sude el músico ambulante
su condición de vagabundo.

Es ya la hora del aperitivo
y todavía no funciona el tiovivo
el músico buscó la acera en sombra
y la ventana donde olía a flor.

Tenga esta rosa blanca, señorita
a cambio de su negro pensamiento
¿por qué motivo temblaron sus labios?
¿vio en sus ojos el fondo de un volcán?.

Y mientras tanto corría la sangre
en la plaza, como un vino común
y las plumas de los gallos
por el aire volaban aún.

Quítese usted de en medio, forastero
que ya no quedan señoritas en el bar
ya cantó como el gallo de pasión
pero esta es mi canción
y el baile va a empezar.

El músico ambulante se agarró del vaso
y sintió que flotaba en la luz artificial
apuró el trago de madrugada
un borracho imitaba el canto del gallo.

Se deslizó por una callejuela
antes de que empezase a clarear
y al pasar por la ventana enrejada
suavecito empezó a silbar.

Pero nadie conocía la tonada
que era inventada para la ocasión
y se fue por el camino a contemplar
los desvelos de las últimas sombras.

Y caminando iba pensando que ganar
siempre es tentar a la otra cara de la suerte
y que por eso te hacen daño los huesos
cuando golpeas fuerte.

Y así se fue chasqueando los dientes
en memoria de algún actor
cuyo nombre se ha perdido
y que hacía de bandido

y sintió la alegría del olvido
y al andar descubrió la maravilla
del sonido de sus propios pasos
en la gravilla.

El canto del gallo
Santiago Auserón

La colmena (Camilo José Cela) [Los bancos de la calle]

Los bancos callejeros son corno una antología de todos los sinsabores y de casi todas las dichas: el viejo que descansa su asma, el cura que lee su breviario, el mendigo que se despioja, el albañil que almuerza mano a mano con su mujer, el tísico que se fatiga, el loco de enormes ojos soñadores, el músico callejero que apoya su cornetín sobre las rodillas, cada uno con su pequeñito o su grande afán, van dejando sobre las tablas del banco ese aroma cansado de las carnes que no llegan a entender del todo el misterio de la circulación de la sangre. Y la muchacha que reposa las consecuencias de aquel hondo quejido, y la señora que lee un largo novelón de amor, y la pequeña mecanógrafa que devora su bocadillo de butifarra y pan de tercera, y la cancerosa que aguanta su dolor, y la tonta de la boca entreabierta y dulce babita colgando, y la vendedora de baratijas que apoya la bandeja sobre el regazo, y la niña que lo que más le gusta es ver cómo mean los hombres...

La colmena
Camilo José Cela

Las vocaciones (Charles Baudelaire) [Músico Callejero]

Ya sabéis que yo en casa no suelo divertirme; al teatro nunca me llevan; mi tutor es avaro en demasía; Dios no se ocupa de mí ni de mi aburrimiento, y no tengo criada guapa que me duerma. Muchas veces he creído que encontraría gusto en andar siempre adelante, en línea recta, sin saber adónde, sin que a nadie le cause inquietud, y en ver siempre nuevos países. Nunca estoy bien en ninguna parte, y siempre creo que estaría mejor en otra parte que no allí donde estoy. Pues, bueno; en la última feria del pueblo vecino, vi tres hombres que viven como yo querría vivir. Vosotros no reparasteis en ellos. Eran altos, casi negros y muy altivos, aunque harapientos, con trazas de no necesitar de nadie. Sus ojazos sombríos se volvieron todo brillantez mientras tocaban música, una música tan sorprendente que da gana ya de bailar, ya de llorar o de las dos cosas al mismo tiempo; se volvería uno como loco si lo escuchara mucho rato. Uno, arrastrando el arco sobre el violín, parecía cantar una pena, y otro, haciendo saltar el martillito sobre las cuerdas de un piano corto colgado a su cuello de una correa, parecía burlarse del lamento de su vecino, en tanto que el tercero juntaba de vez en cuando los platillos con violencia extraordinaria. Tan contentos estaban de sí mismos, que siguieron tocando su música de salvajes aun después que se hubo dispersado la muchedumbre. Recogieron, por último, sus cuartos, se echaron los bártulos a la espalda y se fueron. Yo, por saber dónde vivían, los seguí de lejos hasta el lindero del bosque; sólo allí llegué a comprender que no vivían en ninguna parte.

Las vocaciones
Charles Baudelaire

Hombrecitos (Louisa May Alcott) [Músico Callejero]

Querida Jo: He aquí un caso de conciencia para ti. Este pobre niño se encuentra huérfano, enfermo y sin familia. Ha sido músico callejero; lo encontré en una cueva, llorando por su padre muerto y por su violín perdido. Creo que tiene corazón de artista y deseo que hagamos de él un hombrecito. Tú cuidarás de su fatigado cuerpo, Fritz cultivará su abandonada inteligencia, y, cuando llegue el momento, yo veré si se trata de un genio o de un artista mediocre, apto sólo para ganarse el pan. Ayúdame con tu maternal solicitud, a que hagamos la prueba.

Hombrecitos
Louisa May Alcott

El amante bilingüe (Juan Marsé) [Músico callejero II]

Dice que una mañana, después de levantarse de la cama, en Walden 7, se miraba en el espejo del cuarto de baño, y que el espejo lo atrapó. Eso dice él. Que no podía escapar de allí, del espejo, por más que intentara mover las piernas: como si las tuviera atornillás al piso, oiga. Y dice que estuvo allí mirándose dos horas y media, y que después se vistió con ropas viejas y se puso un par de zapatos destrozados, se compró un acordeón de segunda mano y fue a sentarse en las escaleras del metro, extendió ante él una hoja de periódico y se puso a tocar. Así fue como empezó. ¿Uzté lo entiende? Menda tampoco.

El amante bilingüe
Juan Marsé

Turistas del ideal (Ignacio Vidal-Folch) [Músico Callejero]

... Cuando yo, que me tomo la vida en serio y escribo como los ángeles, duerma bajo tierra y nadie lea mis libros, el músico atorrante, que es joven, seguirá zascandileando por el mundo, riendo, cantando y haciendo cabriolas sobre los escenarios. Quizá se acordará de mí cuando tenga que dar un concierto en Lisboa, al pasear por un parque donde me habrán levantado un monumento. Reconocerá mi rostro y mis lentes de piedra; verá, a los pies de mi efigie, a una vestal de undosa cabellera tendiéndome una corona de laurel, una corona de piedra. Grabadas en el pedestal, verá mi nombre y las fechas de mi nacimiento y de mi muerte. El musicante se recogerá un momento y luego solemnemente dirá: «Yo lo conocí. Era un pelmazo.» Y luego, algún día, también él desaparecerá como si hubiera sido un espejismo...

Turistas del ideal
Ignacio Vidal-Folch

El amante bilingüe (Juan Marsé) [Músico callejero]

Luciendo su cochambre singular y artificiosa —vestía harapos de pordiosero escrupulosamente limpios y escogidos: pantalón raído de franela gris, jersey deshilachado, americana zurcida, bufanda desgarrada y viejos zapatones sin cordones: un músico ambulante aparentemente desastrado y piojoso—, Marés estaba arrodillado sobre una hoja de periódico en la esquina de la plaza Sant Jaume con la calle Ferran, junto al escaparate de una perfumería repleto de frascos de colonia, dentífricos y pastillas de jabón. Ahora escudaba sus ojos tras unas gafas oscuras y regalaba los oídos de los viandantes con una esmerada versión de Suspiros de España trufada de acordes y florituras de dudoso gusto. Entre sus piernas brillaban seis monedas de cincuenta y cuatro de cien. Pasaron ante él cinco jóvenes melenudos portando estuches de violines y guitarras. De vez en cuando abandonaba la plaza un coche oficial en medio de un gran revuelo de municipales.
Iban a dar las dos de la tarde. De la Generalitat salían algunos funcionarios para ir a comer. Hoy no encuentro a mi público, se dijo Marés. Vio salir del ayuntamiento a una funcionaría impetuosa y parlanchína que parecía un hombre disfrazado de mujer de la limpieza. Marés se impacientó. De un momento a otro, Norma Valentí pasaría ante él camino del cercano restaurante L'Agout d'Avignon en compañía de Valls Verdú, después de recogerle en su despacho de la Conselleria. [...] De pronto vio a la pareja salir de la Generalitat y venir hacia él dispuesta a enfilar la calle Ferran. Y pensando una vez más en los gustos de ella, que siempre veneró la música del mestre, interrumpió el pasodoble y se arrancó con el Cant dels ocells, al tiempo que le daba la vuelta al cartón colgado en su pecho proclamándose nuevamente hijo natural de Pau Casals en busca de una oportunidad. Al pasar ante él, Norma Valentí hurgó en su bolso, sin detenerse. Llevaba una falda gris plisada, jersey negro y la gabardina blanca doblada al brazo. Su acompañante sonrió burlonamente al leer el cartel, tarareó entre dientes la consagrada melodía y arrojó un puñado de calderilla sobre la hoja de periódico. «I menys conya, tu!», dijo al pasar. Norma se disponía también a arrojarle una moneda y el sociolingüista intentó evitarlo, pero no llegó a tiempo, la moneda ya volaba en el aire y el acordeonista abrió la boca y la pilló con los dientes. Veinte duros que sabían a gloria, la gloria de sus manos... Lo mismo que otras veces, ella apenas le dedicó una mirada y se alejó sin reconocerle, sin sospechar que ese pobre artista callejero parapetado tras una costra de miseria, hundido en el fango de la vida, en el gueto del olvido, era su ex marido.

El amante bilingüe
Juan Marsé

jueves, junio 19, 2008

El fantasma de Manhattan (Frederick Forsyth)

Cada día, sea verano o invierno, llueva o haga sol, me despierto pronto. Me visto y subo desde mis aposentos hasta esta pequeña terraza cuadrada que corona el pináculo del rascacielos más alto de Nueva York. Desde aquí, y dependiendo de en qué lado del cuadrado me sitúe puedo mirar hacia el oeste, al otro lado del río Hudson, hacia las tierras verdes de Nueva Jersey. O al norte, en dirección a las secciones media y alta de esta isla asombrosa, tan llena de riqueza y suciedad, extravagancia y pobreza, vicio y crimen. O al sur, hacía el mar abierto que conduce a Europa y el amargo camino que he recorrido. O al este, al otro lado del río hasta Brooklyn y, perdido en la bruma del mar, el lunático enclave llamado Coney Island, la fuente de mi riqueza.
Y yo, que pasé siete años aterrorizado por un padre brutal, nueve encadenado en una jaula como un animal, once exiliado en los sótanos de la Ópera de París, y diez abriéndome camino desde los cobertizos de la bahía de Gravesend, donde se destripa el pescado, hasta esta eminencia, sé que ahora poseo riquezas y poder que ni siquiera Creso habría imaginado. Así que miro hacia esta enorme ciudad y pienso, cómo te odio y te desprecio, raza humana.

El fantasma de Manhattan
Frederick Forsyth

Vida nueva (Francis Scott Fitzgerald)

—¿Ha empezado la nueva era?
Ragland hizo un débil esfuerzo para levantarse, pero Julia lo detuvo con un gesto y se sentó con él.
—Parece cansado.
—Sólo estoy un poco nervioso. Es el primer día desde hace cinco años que no tomo una copa.
—Pronto se sentirá mejor.
—Ya lo sé —dijo, lúgubre.
—Sea fuerte.
—Lo seré.
—¿Puedo hacer algo para ayudarle? ¿Quiere un tranquilizante?
—No soporto los tranquilizantes —dijo, casi con mal humor—. No, de verdad, gracias.
Julia se levantó.
—Sé que se siente mejor solo. Mañana lo verá todo más claro.
—No se vaya, si es que puede soportarme.
Julia volvió a sentarse.
—Cánteme una canción. ¿Sabe cantar?
—¿Qué tipo de canción?
—Algo triste... Algo así como un blues.
Le cantó Así termina la historia, de Libby Holman, con una voz suave y profunda.
—Es buena. Cánteme otra. O vuelva a cantarme la misma.
—De acuerdo. Si quiere, me pasaré la tarde cantándole.

Vida nueva
Francis Scott Fitzgerald

miércoles, junio 18, 2008

Lo mejor que le puede pasar a un cruasán (Pablo Tusset) [Virus]

Probé el tercer link y resultó ser un mirror francés de la misma página. El siguiente era en alemán y el último en castellano. Eso agotaba el total de respuestas que había dado el motor de búsqueda. No supe qué demonios podía significar aquello, pero era raro. Lo suficiente como para seguir investigando ese camino.
El dominio del mirror inglés era Word.com, y allí que me fui. Lo primero que apareció fue un mensaje emergente en el que se prometían venganzas en forma de virus informáticos a quien osara entrar en aquel site, e inmediatamente se ejecutó un MIDI con una musiquilla la mar de deprimente. Se pretendía que aquello pareciera un mensaje del sistema, pero parecía la maldición de la momia. Estaba claro que querían meterle miedo al visitante casual y fácilmente impresionable. Y precisamente por eso decidí seguir adelante.

Lo mejor que le puede pasar a un cruasán
Pablo Tusset

España, perdiste (Hernán Casciari) [Aparatuquis]

En los cibercafés, observo con irreprimible asquete a los adolescentes actuales con sesenta contactos admitidos y conectados, escribiendo como locos monosílabos de compromiso, respondiendo con síes y con noes, o lo que es peor, con jajajas. ¿No es hora de avisarle al pueblo, de gritar a los cuatro vientos, de confesar al unísono y de una vez por todas que nadie se está riendo mientras escribe jajaja? ¡Basta de farsas, por el amor de Dios! El messenger es el germen de la hipocresía y de la vigilancia interpersonal, igual que los teléfonos móviles.
Ahora leo en el diario —horrorizado— que a fin de año se lanzará al mercado un sistema que te indica dónde está exactamente la otra persona cuando la llamas al telefonito. ¿Qué es este botoneo infame? Graham Bell se debe estar revolcando en su tumba... A veces pareciera que las mujeres celosas han conseguido trabajo en Nokia y buscan venganza. Deberíamos replantearnos esta moda de que todos sepan si estás, a dónde estás y en qué estás.
El hombre que inventó el "Teléfono Que Te Avisa Quién Llama" es un genio. Eso está claro. Porque gracias a él yo descubrí hace poco que, por hache o por bé, todo el mundo me molesta. Desde que tengo ese aparato en casa no atiendo más a nadie y soy feliz. O lo era.
Porque resulta que después vino otro inventor, un flor de hijo de puta, que creó un aparato que sirve para ocultar la identidad del que te busca. Y ahora mi teléfono, en vez de avisarme con un letrero que el que llama es "El pesado de Juancarlos", ahora pone un misterioso cartelito: "Llamada Privada", porque el pesado de Juan Carlos, que sabe que es un pesado, se compró un coso de esos para ocultarse... ¡Hay que subestimarse mucho para activar ese artilugio, mucha conciencia de ser un pesado hay que tener...!
Con el messenger (ya van a ver) va a pasar algo parecido en cualquier momento —si no es que ya ha pasado—: van a inventar un software para saber quién te tiene inadmitido. Y después van a inventar otro software para bloquear a los que tienen ese primer software, y así hasta la eternidad.

España, perdiste
Hernán Casciari

viernes, junio 13, 2008

Cómo vive la otra mitad (Jacob A. Riis) [Golfillos]

Es un error pensar que los golfillos son criaturitas indefensas, dignas de compasión y lágrimas porque están solas en el mundo. El implacable “choteo” de que sería objeto el buen hombre que se acercase a ellos con tal esquema mental pronto le convencería de que malgastaba su piedad, y probablemente acabase con la impresión de que no eran más que una banda de endurecidos sinvergüenzas, fuera del alcance de todo esfuerzo misionero.
Pero éste sería tan sólo su segundo error. El golfillo tiene todos los defectos y virtudes de la vida sin ley que le caracteriza. Vagabundo como es, no reconoce autoridad alguna ni cree deber lealtad a nada ni a nadie, y alza su sucio puño contra la sociedad cuando cree que se le intenta coaccionar. Es astuto y vivo como una comadreja, la bestia depredadora que más se le parece. Su obstinada independencia, su amor a la libertad y su autonomía absoluta, junto con un rudimentario sentido de la justicia que le permite gobernar su pequeña comunidad, no siempre de acuerdo con las leyes y ordenanzas municipales, sino más cerca de la máxima “trata a los demás como querrías que te tratasen a ti”: ésos son los apoyos firmes con que cuentan quienes saben cómo manejar al muchacho y convertirlo en una persona útil.

Cómo vive la otra mitad
Jacob A. Riis

miércoles, junio 11, 2008

Fahrenheit 451 (Ray Bradbury) [Minorías y autocensura]

Ahora, consideremos las minorías en nuestra civilización. Cuanto mayor es la población, más minorías hay. No hay que meterse con los aficionados a los perros, a los gatos, con los médicos, abogados, comerciantes, cocineros, mormones, bautistas, unitarios, chinos de segunda generación, suecos, italianos, alemanes, tejanos, irlandeses, gente de Oregón o de México. En este libro, en esta obra, en este serial de televisión la gente no quiere representar a ningún pintor, cartógrafo o mecánico que exista en la realidad. Cuanto mayor es el mercado, Montag, menos hay que hacer frente a la controversia, recuerda esto. Todas las minorías menores con sus ombligos que hay que mantener limpios. Los autores, llenos de malignos pensamientos, aporrean máquinas de escribir. Eso hicieron. Las revistas se convirtieron en una masa insulsa y amorfa. Los libros, según dijeron los críticos esnobs, eran como agua sucia. No es extraño que los libros dejaran de venderse, decían los críticos. Pero el público, que sabía lo que quería, permitió la supervivencia de los libros de historietas. Y de las revistas eróticas tridimensionales, claro está. Ahí tienes, Montag. No era una imposición del Gobierno. No hubo ningún dictado, ni declaración, ni censura, no. La tecnología, la explotación de las masas y la presión de las minorías produjo el fenómeno, a Dios gracias. En la actualidad, gracias a todo ello, uno puede ser feliz continuamente, se le permite leer historietas ilustradas o periódicos profesionales.

Fahrenheit 451
Ray Bradbury

La guerra contra el cliché (Martín Amis)

La crítica literaria, ahora confinada casi por entero a las universidades, va, pues, contra el canon, que es lo mismo que ir contra el talento... Una breve visita a Internet revela que, mientras tanto, en el otro extremo del negocio, todos se han convertido en críticos literarios –o, cuando menos, en reseñadores de libros-. La democratización ha traído consigo una ganancia inalienable: la igualdad de los sentimientos. Creo que Gore Vidal fue el primero en decir esto, y lo dijo no precisamente con sorna, sino con animado escepticismo.
Dijo que hoy en día, nadie tiene sentimientos más auténticos, y, por lo tanto, más importantes, que cualquier otra persona. Este es el nuevo credo, el nuevo privilegio. Un privilegio muy ejercitado en la reseña contemporánea, ya sea en la red o en las páginas literarias. El reseñador acepta con resignación la llegada de una gruesa novela recién publicada o de un libro menos voluminoso, pone manos a la obra y espera a ver qué impresión le causa. Buena o mala. Los resultados de ese contacto serán la base de la reseña, sin referencia alguna a lo que hay detrás. Y lo que hay detrás, me temo, es el talento, y el canon, y el corpus de conocimientos que constituye lo que llamamos literatura..

La guerra contra el cliché
Martín Amis

Las tumbas de tiempo (J. G. Ballard)

No había cadáveres en las tumbas de tiempo, ni esqueletos polvorientos. Los fantasmas ciber-arquitectónicos que las habitaban habían sido embalsamados en los códigos metálicos de las cintas de memoria, transcripciones moleculares tridimensionales de los originales vivientes, almacenados entre las dunas como un magnífico acto de fe, en la esperanza de que la recreación de las personalidades cifradas fuera un día posible. Después de cinco mil años la tentativa había sido abandonada de mala gana, pero por respeto a los constructores de tumbas se habían abandonado los pabellones al azar del tiempo en el mar de Virgilio. Más tarde, cuando los historiadores de las nuevas épocas tuvieron conciencia de los enormes archivos que los esperaban en ese antiguo limbo, llegaron los ladrones de tumbas. A pesar de los guardianes no habían cesado aún el saqueo de las tumbas y el tráfico ilícito de las almas muertas.

Las tumbas de tiempo
J. G. Ballard

El libro de Rachel (Martin Amis) (Sexo nerd)

El principal, pero no único, problema de DeForest era que acostumbraba a correrse antes de que él o Rachel pudieran decir Jesús. Se enfundaba el preservativo aprisa y corriendo, y se la metía con una expresión como la de quien acaba de recordar que tiene que estar haciendo una cosa importantísima en otro lugar, algo así como ir al funeral de su madre. (Me limito a anotar la imitación que hizo Rachel. ) Luego arrugaba su pecosa cara y se dejaba caer con todo su peso encima de ella, y su polla salía tan rápido como había entrado, para no volver a levantar cabeza hasta después de transcurridas dos semanas enteras de disculpas, explicaciones y justificaciones. Contuve en la medida de lo posible mis risas mientras ella iba contándome todo eso, en parte debido a que sentía auténtica admiración por la tolerancia y ausencia de recato que demostraba Rachel. Pero casi me partí de risa cuando me contó uno de los trucos que usaba DeForest para prolongar el disfrute. Se llevaba consigo a la cama un texto de historia, con la idea de ponerse a estudiarlo mientras Rachel se agitaba debajo de él; se suponía que una vez estuviera ella en condiciones, llamaría la atención de su amante y entonces DeForest arrojaría a un lado La Inglaterra de los Tudor y experimentaría sus cuatro o cinco segundos de impetuoso transporte antes de derretirse sobre ella. No hace falta añadir que el truco no funcionaba, aunque hubo una vez que DeForest aguantó un minuto entero de reloj.

El libro de Rachel
Martin Amis

Las voces del laberinto (Ricard Ruíz Garzón)

Diría que llevaba una vida, pshé, bastante corriente, un poco disipada pero similar a la de otros amigos. Y entonces, broooom, todo empezó a precipitarse: se me acabó el contrato, cerré el fanzine, corté con mi novia, me quedé sin blanca y, para colmo de males, mi madre falleció. […]
Como no tenía ingresos, empecé a trabajar en una lavandería de Argüelles. Y allí, je, je, allí las oí por primera vez. Frías, vidriosas, insensibles... Recuerdo que era lunes por la tarde, estaba vaciando unos cestos y de pronto empezaron a manifestarse nítidamente en el zumbido de las centrifugadoras: cling-cling-cling... Eran como un coro metálico, una especie de enjambre chisporroteante y acelerado que transmitía hechos históricos desconocidos y los vinculaba a mí. Los mensajes eran abstractos, no lograba traducirlos, ni hoy podría. No me llamaban, ni decían mi nombre, pero leían mi pensamiento con tal claridad que antes de formular ninguna pregunta me había llegado ya su respuesta. Entendía sólo algunos fragmentos, como si el canal de conexión escogido estuviese oxidado por no haberlo usado jamás. Pero no tuve ninguna duda: aquello no podía ser el ruido de las lavadoras. Llevaba semanas escuchándolo y nunca había tenido esa misma sensación, esa congoja. Me asusté, claro, sobre todo porque al principio mostraban cierta armonía, pero su martilleo era cada vez más caótico, más delirante, y llegó un momento en que aquel torbellino ensordecedor se me hizo insoportable: clonc-clonc-clonc-clonc-clonc... Sentí que el cerebro me iba a explotar, así que escapé corriendo de la lavandería y no volví jamás, ni siquiera a buscar el finiquito. De hecho, no he vuelto a pasar por allí, y si alguna vez me acerco, je, je, si lo hago siento aún escalofríos.
El médico dijo que había tenido un conato de pánico. Me encerré en casa durante meses, viviendo como un indigente y bebiéndome hasta el agua de fregar. Me alimentaba de yogures, no me cambiaba de ropa, no limpiaba jamás e iba acumulando desechos por las habitaciones como en un vertedero. Si salía era para beber, de noche, cuando el ruido era menor y parecía amortiguarse el peligro de que las voces regresaran. Sólo en algún breve momento de lucidez me planteé si podían ser voces de ultratumba, voces que me pudieran conducir hasta mi madre. Pero lo rechacé enseguida, y de hecho, hmmm, de hecho creo que jamás han mencionado nada que me recordase a ella. En aquellos días, además, yo creía que podía negar las voces, olvidar su repiqueteo; por eso dormía días enteros, hasta que me desvelaba y volvía a emborracharme para poder caer de nuevo en la inconsciencia. Luego supe que algún vecino me encontró más de una vez tirado en el portal, entre mis propios vómitos... Así pasé un año, hasta que una tarde llegó mi hermano, me pilló en la cama y al ver que no había agua ni luz, que todo estaba como si hubiese caído una bomba, decidió llevarme con él.

Las voces del laberinto
Ricard Ruíz Garzón

Psicomagia (Alejandro Jodorowsky) [Curanderos]

Habiendo vivido muchos años en la capital de México tuve oportunidad de estudiar los métodos de aquellos a los que se les llama «brujos» o «curanderos». Son legiones. Cada barrio tiene el suyo. En pleno corazón de la ciudad se alza el gran mercado de Sonora, donde se venden exclusivamente productos mágicos: velas de colores, peces disecados en forma de diablo, imágenes de santos, plantas medicinales, jabones benditos, tarots, amuletos, esculturas en yeso de la Virgen de Guadalupe convertida en esqueleto, etc. En algunas trastiendas sumidas en la penumbra, mujeres con un triángulo pintado en la frente frotan con manojos de hierbas y agua bendita a quienes van a consultarles, y les practican «limpias» del cuerpo y del aura... Los médicos profesionales, hijos fieles de la Universidad, desprecian estas prácticas. Según ellos la medicina es una ciencia. Quisieran llegar a encontrar el remedio ideal, preciso, para cada enfermedad, tratando de no diferenciarse los unos de los otros. Desean que la medicina sea una, oficial, sin improvisaciones y aplicada a pacientes a los que se les trata sólo como cuerpos. Ninguno se propone curar el alma. Por el contrario, para los curanderos la medicina es un arte.

Psicomagia
Alejandro Jodorowsky

Teoría y juego del duende (Federico García Lorca)

El duende es un poder y no un obrar, es un luchar y no un pensar. Yo he oído decir a un viejo maestro guitarrista: "El duende no está en la garganta; el duende sube por dentro desde la planta de los pies". Es decir, no es cuestión de facultad, sino de verdadero estilo vivo; es decir, de sangre; es decir, de viejísima cultura, de creación en acto.

Teoría y juego del duende
Federico García Lorca

La brevedad de los días (Andrés Trapiello) (La biblioteca perdida)

Bill D. y su mujer murieron el mismo día de mayo de 1985, con doce horas de diferencia, los dos de un ataque al corazón, y dos años después yo entraba en el suntuoso piso que el matrimonio tenía en Madrid, aquí al lado, en la Plaza de las Salesas. Aparecí por allí de casualidad, alguien nos dijo que un americano rico vendía la biblioteca de sus padres, que acababan de morir… Lo que encontramos dentro fue algo que excedía cualquier episodio novelesco. Nos abrió la puerta el heredero. Era un hombre de unos cuarenta años, alto, rubio, muy guapo, como un actor de Hollywood. Se había estropeado la calefacción, y se las apañaban con una sola bombilla. Su novia, una modelo holandesa de unos veinte años, tan alta como él, era bellísima. La heroína les hacía moverse por la casa como zombis. Llevaba gastados en droga y en parásitos veinte millones de pesetas en un año. La casa se le había llenado de gorrones, putas, golfos, ex presidiarios. Nos los encontrábamos tirado por las habitaciones, la droga corría como el vino en la parábola del hijo pródigo. Había en la casa cuadros de las grandes firmas de la pintura americana del siglo, estaban los libros de Hemingway dedicados, de Pound, de Eliot, de Spender, de la Sitwell, de Cyril Connolly. Éste, concuñado de Bill D., había sido padrino del mismo que nos abrió la puerta. Más que una ruina, más que una autodestrucción, parecía una venganza. El piso se cerró, vendieron cuadros, libros, muebles, los golfos desaparecieron, las putas volvieron a la esquina, los ex presidiarios a la cárcel, pero no volvimos a tener noticias de aquel hombre.
Once años después el dueño de un guardamuebles ofreció a un librero de viejo de la Cuesta de Moyano sesenta cajas de libros ingleses, y dos más de papeles viejos. Sin saber lo que compraba, el librero pagó por las sesenta lo que le pidieron, menos que nada, y dejó las otras dos. Ya en su casa, al abrir uno de los libros cayó al suelo una fotografía de Hemingway, y el librero, uno de los que hace once años pasaron por aquel piso, comprendió al fin. Volvió al guardamuebles. Buscó las dos cajas restantes, tiradas en un contendedor de la calle. Había llovido esos días, pero pudo rescatarlas. Es la historia de la familia, cartas de Hemingway, de Pollock, de Connolly, de Bregan, de Peggy Guggenheim, el manuscrito de Losey del guión de Á la recherche dedicado a B. D., las entregas en Life de Dangerous Summer, que Ernst escribió en La Cónsula, las cartas del hijo a sus padres desde Eton, donde le mandaron a estudiar, las agendas del padre (y en ellas muchas más novelas, teléfonos de Ava Gadner, de Orson Welles, la dirección de E. H. en La Habana…), escrituras de propiedad, pasaportes, testamento, fotos, incluso un sobre con polvo blanco. Le he pedido a mi amigo librero que mande analizarlo. En ese sobre puede que esté la primera parte de una novela y el final de dos vidas. El del hijo, ¿cómo lo reconstruiremos? Alguien, sin duda, es su depositario, alguien que nunca conocerá estas pequeñas virutas de la historia.

La brevedad de los días
Andrés Trapiello

La música árabe y su influencia en la española (Julián Ribera y Tarragó) (La influencia española)

De Túnez puede afirmarse que desde principios del siglo VI de la Hégira (siglo XII de la era cristiana) era ya tributaria de Andalucía en materia musical. En ese tiempo estuvo allí un célebre español, Omeya ben Abdelaziz ben Abusalt, el Sevillano, músico compositor que puso melodías a la letra de las canciones de Túnez. De él las aprendieron los tunecinos y se hicieron en Túnez populares, y las gentes de ese país conservaron cariñosa memoria del músico que las compuso. Abensaid, que vivió en los principios del siglo XIII, afirma que en su tiempo se cantaban en Túnez esas canciones. Hoy aún son populares en aquella región, y están persuadidos los tunecinos de que esas canciones proceden de España, y les dan el nombre de cantos granadinos.
Esto comprueba lo que ya dijo Abenjaldún en el siglo XIV: que la música española ejerció gran influencia en todo el norte de África, y que en su tiempo era tal influencia muy perceptible. Y que perdura en nuestros días en todos esos países lo demuestran todas las tradiciones que recogen los eruditos europeos que han ido a estudiar en el Norte de África y Egipto la música árabe. Todos hablan de la música granadina como viva y ejecutada por los músicos africanos, y los mismos escritores árabes que en la época actual han tratado de la música africana no dejan de recordar sus antecedentes españoles, con las moaxajas y los zéjeles que en todo el Norte de África, de Marruecos a Egipto, se han popularizado.
En consecuencia, de todo lo anterior se infiere claramente la verdad de estos hechos: que florecieron en la España musulmana multitud de músicos compositores, algunos de los cuales consiguieron gran fama y celebridad por su original inspiración; que llegó a formarse escuela lírica genuinamente española, por virtud del invento de un sistema ingenioso de cantos, que pueden con legítimo derecho llamarse españoles, y que el sistema métrico de esos cantos se difundió en la Edad Media por muchos países musulmanes que en la actualidad aún lo conservan: todo el Norte de África y parte del Asia, hasta la India.
Y parece vislumbrarse también la realidad de otro hecho, digno de ser notado: que allá donde se dejó sentir la influencia de esas canciones, cuya letra está ordenada según el sistema lírico español, se ha introducido también la música española con que se cantaban.

La música árabe y su influencia en la española
Julián Ribera y Tarragó

lunes, mayo 19, 2008

Un viaje al extranjero (Francis Scott Fitzgerald)

Las chicas —de piel morena y brillante, con la nariz chata de los beréberes y preciosos ojos profundos y oscuros— ya estaban en el escenario. Llevaban vestidos de algodón que recordaban lejanamente a los de las niñeras negras del Sur; bajo aquellas ropas sus cuerpos se retorcían en un lento contoneo que culminaba en la danza del vientre, con cadenas de plata que se agitaban enloquecidamente y sartas de monedas de oro de ley tintineando en sus cuellos y brazos. El flautista era también humorista: bailaba, parodiando a las chicas. El que tocaba el tambor, envuelto en piel de cabra como un hechicero, era un auténtico negro de Sudán.
A través del humo de los cigarrillos las chicas bailaban, giraban moviendo los dedos como si tocaran un piano invisible, y la danza parecía fácil, pero, cuando pasaba un rato, resultaba evidente que exigía un extraordinario esfuerzo antes de desembocar en unos pasos lánguidos y sencillos, pero igualmente precisos: era la preparación para la salvaje sensualidad con que remataban la danza.

Un viaje al extranjero
Francis Scott Fitzgerald

La provincia del hombre (Elías Canetti) [La música]

La música es el mejor de los consuelos por el solo hecho de no crear palabras nuevas. Incluso cuando se les pone música a unas palabras, su magia sobrepasa y borra el peligro que ellas conllevan. Pero cuando es más pura es cuando se toca para sí misma. Uno cree en ella de un modo incondicionado, porque la seguridad que infunde es una seguridad de los sentimientos. Su fluencia es más libre que todo lo que parece posible en el ser humano, y en esta libertad está la salvación. Cuanto más poblada esté la tierra y cuanto más domine la máquina en la configuración de la vida del hombre, tanto más imprescindible se va a hacer la música. Vendrá un tiempo en que sólo por ella podrá el hombre escapar a las estrechas mallas de las funciones, y el dejarla como una inmensa reserva de libertad, una reserva libre de toda influencia, va a ser la tarea más importante de la vida espiritual del futuro. La música es la verdadera historia viviente de la Humanidad, una historia de la cual, sin ella, sólo poseemos partes muertas. No es preciso que saquemos de ella nada porque ella está siempre entre nosotros, y basta con oír ingenuamente; todo lo que no sea esto es un aprender inútil.

La provincia del hombre
Elías Canetti

La provincia del hombre (Elías Canetti)

No sirve de nada; uno puede cantarse coros a sí mismo, admirar a caníbales, estar doscientos años bajando por el tronco de un árbol al que antes había trepado; uno puede encerrar al mes como a un loco, en inofensivas cruzadas ir de peregrinación a Palestina con toda una quincallería en el cuerpo, escuchar a Buda, amansar a Mahoma, creer en Cristo, vigilar un capullo, pintar una flor, malograr la aparición de una fruta; uno puede también ir detrás del sol, así que éste se dobla; enseñar a los perros a maullar, a los gatos a ladrar, devolverle todos los dientes a un centenario, cosechar bosques, regar calvas, castrar vacas, ordeñar bueyes; uno puede hacerlo todo con excesiva facilidad (termina uno tan rápidamente con todo), aprender la lengua del hombre de Neanderthal, cortar los brazos de Shiva, quitar de las cabezas de Brahma los Vedas que están anticuados, vestir los Vedas desnudos; impedir que en los cielos de Dios canten los coros de ángeles, espolear a Lao-Tse; incitar a Confucio a que asesine a su padre, arrebatarle a Sócrates la copa de cicuta; quitarle de la boca la inmortalidad; uno puede..., pero no sirve de nada, no hay nada que sirva para nada, no hay qué hacer, no hay más pensamiento que éste: ¿cuándo se dejará de asesinar?

La provincia del hombre
Elías Canetti

viernes, mayo 16, 2008

El escarabajo (Manuel Mújica Láinez)

Por aquella época volvió Velázquez de Italia, luego de dos años de ausencia, y comunicó que lo seguía un nutrido lote de pinturas y esculturas, las cuales adornarían las salas del Buen Retiro. Venían cuadros de Ticiano, del Veronés, de Tintoretto, de Ribera, además de doce leones de bronce dorado y de numerosas copias de estatuas clásicas, del mismo metal. Dicen que Felipe IV que era, como su abuelo Felipe II, hombre de gusto muy afinado, y que encargara la elección de las obras a quien pronto sería su Aposentador Mayor, desfrunció el ceño y pareció animarse, pues no bien llegaron dio exactas órdenes al artista acerca de su colocación en el real sitio.

El escarabajo
Manuel Mújica Láinez

El guitarrista (Luis Landero)

La gira era absurda. Yo me di cuenta nada más conocer a Rives, y luego, cuando vi la furgoneta y a toda aquella gente alrededor. Pero me fui por compromiso, sabes?
Y entonces le hablé de Raimundo, de sus intentos frustrados de triunfar en España y de su proyecto de volverse a París, donde tantos éxitos había tenido y donde aún perduraba el brillo de su nombre. Habíamos vuelto un viernes, y ya al otro día llamó por teléfono a José Manuel Burriac y el señor Burriac le dijo que las puertas de su local estarían abiertas siempre para él. “Le he hablado de ti, primo, y te he puesto por las nubes, y él me ha dicho que vayas tú también, que precisamente lo que falta en París son buenos guitarristas. Así que yo mañana mismo me voy al pueblo a hablar con Hortensia, a convencerla y, si hace falta, a casarme con ella. Tú haz lo mismo con Adriana. ¿Qué te parece las vueltas que da la vida? ¿Quién nos iba a decir que acabaríamos todos juntos en París?”

El guitarrista
Luis Landero

miércoles, mayo 14, 2008

Impresiones y paisajes (Federico García Lorca) [Meditación]

Al recordar, nos envolvemos de una luz suave y triste, y nos elevamos con el pensamiento por encima de todo... Recordamos las calles impregnadas de melancolía, las gentes que tratamos, algún sentimiento que nos invadió y suspiramos por todo, por las calles, por la estación en que las vimos... por volver a vivir lo mismo en una palabra. Pero si por un cambio de la Naturaleza pudiéramos volver a vivir lo mismo, no tendríamos el goce espiritual que cuando lo vemos realizado en nuestra fantasía... Luego un recuerdo tan dulce de los crepúsculos de oro con álamos de coral y pastores y rebaños acurrucados junto a un altozano, mientras unas aves rasgan el bravo fondo aplanador... En estos recuerdos, adobados siempre con la rebelde imaginación fantástica, dejan un dulzor amable, y si alguien en nuestro camino recorrido nos hizo algún mal, tenemos el perdón para él y una misericordia despreciativa para con nosotros mismos, por haber albergado al odio en nuestro pecho, porque comprendemos que todo es el momento, y al mirar al mundo con un corazón generoso no se puede por menos de llorar... y se recuerda...

Meditación, de Impresiones y paisajes
Federico García Lorca

Una puerta al río [El hombre que quería quitarse de la boca el mal sabor del mundo](Barry Gifford)

A Roy lo expulsaron de la escuela el mismo día en que los cuerpos de las hermanas Grime fueron hallados en el Forest Preserve. Las chicas Grime tenían doce y trece años, uno y dos más que Roy, respectivamente. Era una tarde lluviosa de abril cuando Roy se enteró por la radio de los asesinatos mientras esperaba las patatas fritas con salsa de carne que había pedido en la ventanilla de The cottage. Marvin Fisch, que había colgado los estudios el curso anterior a sus dieciséis años tras no superar los exámenes de octavo, atendía la ventanilla.
- La madre que me parió –dijo Marvin, al oír la noticia-. No voy a dejar que mi hermana pequeña salga sola de casa nunca más.
- Las hermanas Grime no iban solas –dijo Roy-. Estaban la una con la otra.

El hombre que quería quitarse de la boca el mal sabor del mundo, de Una puerta al río
Barry Gifford

martes, mayo 13, 2008

Turistas del ideal (Ignacio Vidal-Folch)

Paco hizo mea culpa. Soy un bruto, confesó. Pero la culpa no era del todo suya, de niño no había tenido maestros ni ejemplos que emular, y luego la vida le había llevado de aquí para allá sin rumbo ni meta. Creció en un hogar modesto, aculturalizado; su padre, un borrachín, desapareció cuando él era apenas un chaval. En cuanto acabó el bachillerato su madre le buscó un empleo. Durante doce años trabajó como portero de un parking, dentro de una cabina de vidrio, con un pequeño televisor para matar el tiempo cuando no entraban o salían coches. Todo esto lo contaba sin aspavientos, sin compadecerse de sí mismo. Se suponía que mientras trabajaba en el parking se iría sacando una carrera, pero él ya sabía que los estudios no se le daban bien. Un buen día, influido por Jack London o simplemente harto de ver pasar los coches, fue a ver al gerente, cobró el finiquito e inmediatamente emigró a Londres, donde pasó dos años intensos aunque sin oficio ni beneficio.
Esa triste historia le recordó a Vigil las dificultades y el íntimo malestar de sus años mozos y le despertó cierta simpatía por Paco. Cierto que a su edad él ya había devorado lo más significativo de la literatura universal y sufragado la edición de su primer libro de poemas, pero sabía que hoy día era más difícil cultivarse literariamente que en sus tiempos, cuando la cultura era una llave que abría muchas puertas y la literatura tenía una importancia social decisiva.

Turistas del ideal
Ignacio Vidal-Folch

Criaturas del aire (Fernando Savater)

Somos recién llegados, ¿no lo notas?, somos el último latido -por ahora- de un metrónomo eterno. Sólo un ingenuo pretencioso puede lamentar esta juventud cósmica que nos preserva de complicidades abominables, abrumadoras... Como niños frente a un mal que ya imperaba desde antes de que nuestros abuelos fueran concebidos, nos acogemos al perdón, al resguardo y al olvido que dispensan venerables tradiciones de raíz desconocida o rituales racionalizadores cuyo sentido último se nos escapa. Nuestras ambiciones son pequeñas -aunque a veces, risiblemente, las llamemos "desmesuradas"- y pequeños nuestros placeres y nuestras responsabilidades: gracias a esto, son pequeños nuestros terrores. Así vamos viviendo, sin vértigo ni frenesí, y añadimos ramitas y barro, como los castores, a la presa minúscula con la que tratamos de remansar el fluir oscuro de energías ancestrales. Pero cierto día a algunos nos crece dentro un latido sordo y algo indomeñable empieza a desperezarse en nuestro pecho.

Criaturas del aire
Fernando Savater

lunes, mayo 12, 2008

Los niños de los Chiripitifláuticos [Juguetes] (Ignacio Elguero)

Los niños de los setenta tuvimos la suerte de vivir el boom de la industria juguetera. Atrás quedaban las historias románticas de jugar con aquellas cajas, cartones, muñecas de trapo y juguetes estáticos de hojalata. Con su magia, sin duda, pero muy limitados. [...]
Dando un repaso a los catálogos de juguetes de los setenta, te encuentras algunos inolvidables como el CinExin, Exin Castillos, Scalexctric, Madelman, Geyperman, Geyper gol, Nancy, Nenuco, Tente, los juguetes de la Señorita Pepis, las muñecas de Famosa, la Magia Borrás, la Diligencia Comansi, el Fuerte Comansi, el Zoo Comansi, el Microscopio, El Mago electrónico, el Xilomatic, Cheminova, Ibertren, Electro L, la batalla de barcos, los futbolines, los Clocks de Famobil, Micromachines, todo tipo de robots, el Puchingball, Jomaquín, los Airgamboys, las Barriguitas, Big Jim, Meccano, El Blandie Blue, los cacharritos de cocina, la carabina safari Madel, coches a escala Pilen y Joal, Exin West, la máquina de coser Eureka, Mocosete, coches dirigidos Payá, Teleskech, Tren Payá, Hogarín, Lego, etc.

Los niños de los Chiripitifláuticos
Ignacio Elguero

Antes del Edén (Arthur C. Clarke)

Supuso un gran alivio hinchar la tienda sobrecomprimida, meterse en ella a través de la cámara intermedia y despojarse de los trajes térmicos. Por primera vez, mientras se relajaban en el interior de su diminuto hemisferio de plástico, ocupó sus mentes la verdadera maravilla e importancia del descubrimiento. Aquel mundo que los rodeaba no era ya el mismo: Venus no era más un planeta muerto, sino que se había unido a la Tierra y a Marte.
Pues la vida llama a la vida, a través de las simas del espacio. Todo cuanto se desarrollaba o se movía sobre la superficie de un planeta era un portento, una promesa de que el hombre no estaba solo en aquel universo de brillantes soles y remolineantes nebulosas. Si hasta entonces no había encontrado compañeros con quienes poder hablar, aquello era de esperar, pues los años y las eras se extendían aún inmensas ante él, en espera de ser explorados. Mientras tanto debía preservar y fomentar la vida que hallara en su camino, bien fuera sobre la Tierra, sobre Marte o sobre Venus...

Antes del Edén
Arthur C. Clarke

El objeto animado (Óscar Horacio Caamaño)

Suele hablarse de la magia del títere. Posiblemente con ello no se está diciendo sino que la representación es una verdadera ceremonia en la cual las figuras inertes cobran vida gracias a las artes de un oficiante que produce el fenómeno aparente de la encarnación, de la vivificación y que hace presente la vida en todo su esplendor en la boca del teatrillo por un breve y efímero momento. Luego esos personajes que tan encantadoramente nos han permitido percibir la vida de un modo tangible, perderán sus fuerzas y dormirán nuevamente el sueño obtuso de las cosas inertes. Sea cual fuere la historia que los títeres entretejen en la escena, lo que se juega allí es el drama de la vida que comienza y que acaba y por ello el títere ejerce para muchos, de manera inconsciente, una fascinación especial.

El objeto animado
Óscar Horacio Caamaño

Peregrina y extranjera [Marionetas de Sicilia] (Marguerite Yourcenar)

El gran estilo de este teatro se afirma con su desdén de cualquier enmascaramiento, combinado con la más escrupulosa puesta en escena: lo mismo que un encargado de accesorios chino, el presentador viene y va, mal disimulado detrás del decorado; en las escenas de combates, su mano guía el puño enguantado de hierro de la marioneta guerrera; un pantalón pardo aparece y desaparece sin cesar entre los batientes dorados; un torso desnudo se inclina si hace falta atar la babera de un casco, pero ese torso desnudo y ese pantalón pardo, vistos a escala del decorado, parecen confundirse con troncos de árboles y rocas. El hombre se hace invisible por su misma desmesura en ese mundo de héroes que no le llegan más que a la cintura y que ahora representan, para nosotros, el módulo humano. Comprendemos a Don Quijote cuando se precipitó sobre las marionetas de maese Pedro sin hacer caso de los gritos desesperados del presentador y atravesó de una estocada, con gran intrepidez, a todo un ejército de muñecos.

Marionetas de Sicilia, de Peregrina y extranjera
Marguerite Yourcenar

Psicomagia [El acto teatral] (Alejandro Jodorowsky)

El amor al acto me llevó a crear objetos. Entre otros, unos títeres de los que pronto me enamoré. Ante todo, veía en el títere una figura esencialmente metafísica. Me encantaba ver que un objeto que yo había fabricado con mis propias manos se me escapaba. Desde el momento en que metía la mano en el títere para animarlo, el personaje empezaba a vivir de una manera casi autónoma. Yo asistía al desarrollo de una personalidad desconocida, como si el muñeco se valiera de mi voz y de mis manos para tomar una identidad que ya le era propia. Me parecía realizar un oficio de servidor más que de creador. ¡Finalmente, tenía la impresión de estar siendo dirigido, manipulado por el muñeco! Esta relación tan profunda con los títeres hizo nacer en mí el deseo de convertirme en uno de ellos, es decir en actor de teatro.

El acto teatral, de Psicomagia
Alejandro Jodorowsky

2666 [Asesinatos e impunidad] (Roberto Bolaño)

Cerró los ojos. Abrió la boca. Su lengua empezó a trabajar. Repitió lo que ya había dicho: un desierto muy grande, una ciudad muy grande, en el norte del estado, niñas asesinadas, mujeres asesinadas. ¿Qué ciudad es ésa?, se preguntó. A ver, ¿qué ciudad es ésa? Yo quiero saber cómo se llama esa ciudad del demonio. Meditó durante unos segundos. Lo tengo en la punta de la lengua. Yo no me censuro, señoras, menos tratándose de un caso así. ¡Es Santa Teresa! ¡Es Santa Teresa! Lo estoy viendo clarito. Allí matan a las mujeres. Matan a mis hijas. ¡Mis hijas! ¡Mis hijas! […] La policía no hace nada, […] los putos policías no hacen nada, sólo miran, ¿pero qué miran? ¿qué miran? […] Hay que avisar al gobernador del estado. Esto no es ninguna broma. El licenciado José Andrés Briceño tiene que saber esto, tiene que enterarse de lo que le hacen a las mujeres y a las niñas en esa bella ciudad de
Santa Teresa. Una ciudad que no sólo es bella sino también industriosa y trabajadora. Hay que romper el silencio, amigas. El licenciado José Andrés Briceño es un hombre bueno y cabal y no dejará en la impunidad tantos asesinatos. Tanta desidia y tanta oscuridad.

2666
Roberto Bolaño

El cielo de los leones [No oigo cantar a las ranas] (Ángeles Mastretta)

Elegí vivir aquí, en el ombligo de mi país, en esta tierra sucia que acoge la nobleza y los sueños de seres extraordinarios. Aquí nacieron mis hijos, aquí sueña su padre, aquí he encontrado amores y me cobijan amigos imprescindibles. Aquí he inventado las historias de las que vivo, he reinventado la ciudad en que nací y ahora empiezo a temer la vejez no por lo que entraña de predecible decrepitud, sino por la amenaza que acarrea.
Aquí, este año, voy a cumplir cincuenta y siento a veces que la vida se angosta mientras dentro de mí crece a diario la ambición de vivir cien años para ver cómo sueñan los hombres en la mitad del siglo veintiuno, cómo lamentan o celebran su destino y cómo, de cualquier modo, se empeñan en trastocarlo. A mí me gusta el mundo, por eso quiero estarme en él cuanto tiempo sea posible, porque creo, como tantos, que sólo la vida existe, lo demás lo inventamos.

No oigo cantar a las ranas, de El cielo de los leones
Ángeles Mastretta

miércoles, mayo 07, 2008

Crónica sentimental de España (Manuel Vázquez Montalbán)

Los eternos enemigos de lo español habían aprovechado las consecuencias de la guerra para continuar la campaña insidiosa que, en realidad, se remontaba a los tiempos de la expulsión de los judíos. Sería poco todo cuanto se hiciera para derribar el enlutado cuerpo de la leyenda negra. Ahora, la manía persecutoria en este sentido ha decrecido. Una de las últimas voces que se alzaron airadas contra la conspiración antiespañola fue la de Carmen Sevilla, cuando, a mediados de la década del cincuenta, “contestó” a Próspero Merimée a través del célebre estribillo:
Yo soy la Carmen de España y no la de Merimée, y no la de Merimée.
Carmen, la Carmen de España, como Lola, la Lola de España, y, si nos apura Televisión Española, como Massiel, Massiel de España.

Crónica sentimental de España
Manuel Vázquez Montalbán

Leyenda del César visionario (Francisco Umbral)

En un Burgos salmantino de tedio y plateresco, en una Salamanca burgalesa de plata fría, Francisco Franco Bahamonde, dictador de mesa camilla, merienda chocolate con soconusco y firma sentencias de muerte. Es la suya una juventud no recastada por los estíos africanos ni las noches legionarias, pese a la leyenda, sino una juventud que se va hundiendo, como una flor en un pantano, en la molicie blanca de una bondadosidad prematura y grasa, como si la raíz viril del militar que está ganando una guerra se anegase de paz sangrienta, halago de cuartel y chocolate de monja. La voz, cuando da alguna orden, tiene temblores de lejanía hipócrita y suena a metal falso, delgado y hembra. El Generalísimo, menos Caudillo que nunca a esa hora de la merienda solitaria, en tertulia con sus muertos, con el expediente y la historia de cada hombre que va a matar o encarcelar, mantiene la boina roja y requeté en la cabeza, con algo de gorro de dormir, sin la bizarría de tal tocado, y de vez en cuando se aplica un pico de servilleta al bigote recortado, epocal y negro, mientras lee plácidos memoriales rojos de burocracia cuartelera y ratimago violento. Un ángel galaico y un ángel judío se cruzan en su alma de ojos oscuros mientras las manos priorales mojan el bizcocho, acarician el bigote o escriben al margen de algunos de los historiales: «Garrote y Prensa». O sea, castigo y publicidad ejemplar (ejemplar para ambos bandos, que todo se sabe de un lado a otro de las trincheras). Casi hay que condenar más porque el enemigo le respete a uno que por gusto de castigar. Eso sí lo sabe él de su adolescencia legionaria.

Leyenda del César visionario
Francisco Umbral

Tratado de las pasiones del alma (Antonio Lobo Antunes)

Ojalá me equivoque con respecto a la estupidez del Hombre, deseó el Ilustrísimo, ojalá se acuerde del episodio del suspenso en Geografía y desaparezca Miño arriba o por el Alentejo camino de España, entendiéndose, en un fondo de taberna, en Viana do Castelo o en Borba, con contrabandistas sombríos, ojalá cruce el Guadiana o el río Lima esta noche y llegue a Vigo para emplearse en un restaurante junto a la playa, o marearse en un carguero panameño hacia Venezuela o Bolivia, donde eche las tripas por la atalaya y alegre a las gaviotas. Ojalá no sea tan imbécil que decida ir a despedirse de Benfica, de los olores difuntos y de las calles que han dejado de existir, de los tranvías de los que no quedan siquiera los raíles y de la Estrada Militar sustituida por un atropello de fincas, ojalá haya desancorado de la infancia y olvidado la barbería del señor Frías, la Bodega de los Huesos, la Zapatería Saúl, la Porcalhota y principalmente las cigüeñas, las cigüeñas Dios mío, ay las cigüeñas, apenas termine, dentro de veintitrés años y once meses, de pagar el apartamento en Miratejo, me mudo a una zona con pájaros, pido vacaciones, me pongo el chándal y me paso los días en el alféizar de la ventana viendo cómo crecen los nidos en las palmeras con una atención desvelada.

Tratado de las pasiones del alma
Antonio Lobo Antunes

martes, mayo 06, 2008

¡Alto! ¿Adónde vamos con tanta precipitación? (Mikel Agirregabiria)

Antecedido por profusas apelaciones de las diferentes religiones al ascetismo y a la sobriedad, fue el poeta Robert Browning quien acuñó la frase: "Less is more” (menos es más). Recientemente desde el vanguardista universo cultural californiano, la revista “Coevolution” de híbrida influencia budista-hippie mantuvo que la gran sabiduría era coexistir con simplicidad voluntaria y austeridad franciscana. El redescubrimiento postmoderno de los bíblicos lirios del campo y las aves del cielo. Así nació el neologismo “downshifting” (que podría traducirse por cambiar a menos o desacelerar), con la fuerza de que sólo un término anglosajón sabe condensar y propagar.

¡Alto! ¿Adónde vamos con tanta precipitación?
Mikel Agirregabiria

lunes, mayo 05, 2008

Perdido en Montevideo (Gabriel Peveroni)

¿Es posible manejarse, en una ciudad, sin planos ni mapas? ¿Deslizarse en ella sin ayuda de coloridas cartografías ni aburridas listas de lugares adonde se deba ir con el exclusivo fin de sacarse una fotografía instantánea y decir «yo estuve allí»? Sí, porque una ciudad es para adentrarse en ella, para dejarse seducir por su geografía y rincones casi ocultos. Y así lograr sentir esa vibración que los buenos viajeros dicen encontrar en los puertos más apetecibles. El gran problema es encontrar una ciudad que permita cumplir con tales placeres. Hay pocas ciudades en el mundo, y eso también los saben los buenos viajeros, que puedan disfrutarse de esta manera en el siglo veintiuno. Sin mayores problemas de seguridad. Sin el estrés tan habitual de las grandes urbes. Sin el hastío de la indiferencia ni el absurdo de la sofisticación extrema. Sin barrios privados ni edificios altos. Sin soberbia ni exaltación de frivolidades pasajeras. Montevideo es una de estas ciudades, de las que poco se habla pero que poseen una leyenda tan rica como pocas. Sabe a nostalgia americana, a mezcla de criollo con europeo. Y para descubrirla hay que, precisamente, perderse un poco, circular por sus calles redescubriendo ese sino que la distingue como una de las ciudades más entrañables. [...] Un viaje en el tiempo. Un viaje al borde de un río que hechiza y se convierte en un paseo único e irrepetible. La propuesta es presentar a Montevideo lejos de una cartografía habitual, en una suma de voces y escrituras que nos lleven del tango al rock, del diseño de vanguardia a la no tan reciente historia política. Del fútbol y el carnaval a otros tantos misterios que seducen a propios y extraños. En definitiva, una versión de la eterna «Biblia y el calefón», citando a Discépolo, porque esta ciudad, mi ciudad, muestra orgullosa un calidoscopio de historias que transcurren a este lado del río, ese río como mar que nos separa y comunica con la cercanísima bruma de Buenos Aires y que es también ese mar Atlántico que impone la identidad de uno de los últimos puertos del sur del mundo.

Perdido en Montevideo
Gabriel Peveroni

El arte de los ruidos [Orquesta de ruidos] (Luigi Russolo)

Todas las manifestaciones de nuestra vida van acompañadas por el ruido. El ruido es por tanto familiar a nuestro oído, y tiene el poder de remitirnos inmediatamente a la vida misma. Mientras que el sonido, ajeno a la vida, siempre musical, cosa en sí, elemento ocasional no necesario, se ha transformado ya para nuestro oído en lo que representa para el ojo un rostro demasiado conocido, el ruido en cambio, al llegarnos confuso e irregular de la confusión irregular de la vida, nunca se nos revela enteramente y nos reserva innumerables sorpresas. Estamos pues seguros de que escogiendo, coordinando y dominando todos los ruidos, enriqueceremos a los hombres con una nueva voluptuosidad insospechada. Aunque la característica del ruido sea la de remitirnos brutalmente a la vida, el Arte de los ruidos no debe limitarse a una reproducción imitativa. Esta hallará su mayor facultad de emoción en el goce acústico en sí mismo, que la inspiración del artista sabrá extraer de los ruidos combinados.
[...]
Invitamos por tanto a los jóvenes músicos geniales y audaces a observar con atención todos los ruidos, para comprender los múltiples ritmos que los componen, su tono principal y los tonos secundarios. Comparando luego los distintos timbres de los ruidos con los timbres de los sonidos, se convencerán de que los primeros son mucho más numerosos que los segundos. Esto nos proporcionará no sólo la comprensión, sino también el gusto y la pasión por los ruidos. Nuestra sensibilidad, multiplicada después de la conquista de los ojos futuristas, tendrá al fin oídos futuristas. Así, los motores y las máquinas de nuestras ciudades industriales podrán un día ser sabiamente entonados, con el fin de hacer de cada fábrica una embriagadora orquesta de ruidos.

El arte de los ruidos
Luigi Russolo

viernes, mayo 02, 2008

Episodios Nacionales - Zaragoza (Benito Pérez Galdós)

Cuando nos retirábamos a la ciudad, llevonos Montoria a examinar las obras defensivas que a la sazón se estaban construyendo en aquella parte occidental. Había en la puerta del Portillo una gran batería semicircular que enlazaba las tapias del convento de los Fecetas con las del de Agustinos descalzos. Desde este edificio al de Trinitarios corría otra muralla recta, aspillerada en toda su extensión y con un buen reducto en el centro, todo resguardado por profundo foso que se abría hacia el famoso campo de las Eras o del Sepulcro, teatro de la heroica jornada del 15 de Junio. Más al Norte y hacia la puerta de Sancho, que da paso al pretil del Ebro, seguían las fortificaciones, terminando en otro baluarte. Todas estas obras, como hechas a prisa, aunque con inteligencia, no se distinguían por su solidez. Cualquier general enemigo, ignorante de los acontecimientos del primer sitio y de la inmensa estatura moral de los zaragozanos al ponerse detrás de aquellos montones de tierra, se habría reído de fortificaciones tan despreciables para un buen material de sitio; pero Dios ha dispuesto que alguien escape de vez en cuando a las leyes físicas establecidas por la guerra. Zaragoza, comparada con Amberes, Dantzig, Metz, Sebastopol, Cartagena, Gibraltar y otras célebres plazas fuertes tomadas o no, era entonces una fortaleza de cartón. Y sin embargo...

Zaragoza, de los Episodios Nacionales
Benito Pérez Galdós

Los perdedores de la Historia de España (Fernando García de Cortázar)

Cádiz vivía una época de esplendor. Los visitantes quedaban sorprendidos al encontrarse con la antigua urbe ahora convertida en el cabo de unión de la monarquía hispana con América y las islas Filipinas. En sus calles no faltaban los ricos comerciantes ni los finos diplomáticos ni jóvenes marinos de espíritu ilustrado, como Dionisio Alcalá Galiano, a quien Malaspina conocerá aquí y con quien más tarde compartirá travesías y horizontes. No es casualidad que, a finales de siglo, el liberalismo prendiera con fuerza en sus tertulias ni que la Constitución de 1812 viera la luz en su bahía. Tampoco es casualidad, en una época como aquélla, repleta de luchas y batallas por el dominio de los mares, que sus habitantes prestasen atención a esas personas desocupadas, diligentes vehículos de la actualidad, que llevaban y traían las noticias de Madrid y París, enorgulleciéndose con una misión que les daba gran prestigio en cafés y librerías. Entonces no había periódicos, y las ideas políticas, como las noticias, circulaban de viva voz, desfigurándose más que ahora, porque siempre fue la palabra más mentirosa que la imprenta.

Los perdedores de la Historia de España
Fernando García de Cortázar

Un día de cólera (Arturo Pérez-Reverte)

Este relato no es ficción ni libro de Historia. Tampoco tiene un protagonista concreto, pues fueron innumerables los hombres y mujeres envueltos en los sucesos del 2 de mayo de 1808 en Madrid. Héroes y cobardes, víctimas y verdugos, la Historia retuvo los nombres de buena parte de ellos: las relaciones de muertos y heridos, los informes militares, las memorias escritas por actores principales o secundarios de la tragedia, aportan datos rigurosos para el historiador y ponen límites a la imaginación del novelista. Cuantas personas y lugares aparecen aquí son auténticos, así como los sucesos narrados y muchas de las palabras que se pronuncian. El autor se limita a reunir, en una historia colectiva, medio millar de pequeñas y oscuras historias particulares registradas en archivos y libros. Lo imaginado, por tanto, se reduce a la humilde argamasa narrativa que une las piezas. Con las licencias mínimas que la palabra novela justifica, estas páginas pretenden devolver la vida a quienes, durante doscientos años, sólo han sido personajes anónimos en grabados y lienzos contemporáneos, o escueta relación de víctimas en los documentos oficiales.

Un día de cólera
Arturo Pérez-Reverte

jueves, mayo 01, 2008

La Colmena [de chinos] (Camilo José Cela)

Doña Visi y doña Montserrat charlan por los codos. Doña Visi está encantada; en la última página de "El querubín misionero", revista quincenal, aparece su nombre y el de sus tres hijas.
-Lo va usted a ver por sus propios ojos cómo no son cosas mías, cómo es una gran verdad. ¡Roque! ¡Roque! Desde el otro extremo de la casa, don Roque grita:
-¿Qué quieres?
-¡Dale a la chica el papel donde viene lo de los chinos!
-¿Eh?
Doña Visi comenta con su amiga:
-¡Ay, santo Dios! Estos hombres nunca oyen nada. Levantando la voz volvió a dirigirse a su marido.
-¡Que le des a la chica...! ¿Me entiendes?
-¡Sí!
-¡Pues que le des a la chica el papel donde viene lo de los chinos!
-¿Qué papel?
-¡El de los chinos, hombre, el de los chinitos de las misiones!
-¿Eh? No te entiendo. ¿Qué dices de chinos? Doña Visi sonríe a doña Montserrat.
-Este marido mío es muy bueno; pero nunca se entera de nada. Voy yo a buscar el papel, no tardo ni medio minuto. Usted me perdonará un instante.

La Colmena
Camilo José Cela

miércoles, abril 30, 2008

Felicidad (Katherine Mansfield)

¿Qué puede hacer uno si, aún contando treinta años, al volver la esquina de su calle le domina de repente una sensación de felicidad..., de felicidad plena..., como si de repente se hubiese tragado un trozo brillante del sol crepuscular y éste le abrasara el pecho, lanzando una lluvia de chispas por todo su cuerpo?
¿Es que no puede haber una forma de manifestarlo sin parecer “beodo o trastornado”? La civilización es una estupidez. ¿Para qué se nos ha dado un cuerpo, si hemos de mantenerlo encerrado en un estuche como si fuera algún valioso Stradivarius?

Felicidad
Katherine Mansfield

El tambor de hojalata [Tambor] (Günter Grass)

La mariposa tocaba el tambor. He oído tocar el tambor a conejos, a zorros y marmotas. Tocando el tambor, las ranas pueden concitar una tempestad. Dicen del pájaro carpintero que, tocando el tambor, hace salir a los gusanos de sus escondites. Y finalmente, el hombre toca el bombo, los platillos, atabales y tambores. Habla de revólveres de tambor, de fuego de tambor; con el tambor se saca a la gente de sus casas, al son del tambor se la congrega y al son del tambor se la manda a la tumba. Esto lo hacen, tocando el tambor, niños y muchachos. Pero hay también compositores que escriben conciertos para cuerdas y batería.

El tambor de hojalata
Günter Grass

31 canciones [Selección musical] (Nick Hornby)

Sólo cuando conoces un grupo y te gusta te conviertes en la clase de crítico musical al que debieran dar trabajo todas las revistas y periódicos. He estado escribiendo un poco sobre el pop en The New Yorker el último par de años, un rollo en el que parece imprescindible que cada mañana metan en tu buzón cientos de CD que no quieres. Sospecho que las compañías discográficas acaban averiguando de alguna manera tus gustos y omiten astutamente poner en sus envíos los CD que pudieras querer, de modo que te obligan a comprarlos de todos modos. Mi respuesta habitual a estos CD no deseados es la que sigue: a) miro la carátula. Si tiene una pegatina de Advertencia a los Padres, y el artista se llama algo como Thuggy Breakskull, o PusShit, no lo pongo. Me preocupa si el artista en cuestión es mono, o tiene mucho pelo, o gruñe, o le sangra la nariz, o parece haber trabajado en una serie televisiva para adolescentes, o parece muy viejo, o parece muy joven, o simplemente vagamente sin pistas (este último es un juicio complejo, y probablemente no puedo describirlo coherentemente, tiene algo que ver con las cejas, me parece, aunque algunas veces también hay un tatuaje, o una sonrisa, o una mueca, o algún objeto para la cabeza que ayudan), o graba para un sello que no me gusta. Algunas veces –aunque he de confesar que no a menudo- doy la vuelta al CD para mirar los títulos de las canciones, lo que duran, alguna vez el nombre de un productor con la esperanza de que algo me lleve a la conclusión de que este álbum No es Para Mí, que es para quinceañeros, o estrechos, o juerguistas, o cabezotas, o conservadores, o anarquistas, o simplemente para cualquiera que no tenga cuarenta y cuatro años y viva en el norte de Londres y le gusten Nelly Furtado y Bruce Springsteen. Si todavía no he conseguido formarme un prejuicio en contra, entonces b) miro la nota de prensa. Si utiliza como comparación cualquiera de los aproximadamente 300.000 nombres para cuya música no tengo tiempo que perder (y generalmente lo hacen, porque mis 300.000 nombres están escogidos con mucho cuidado), bueno, entonces tampoco lo escucho. Así que muy, muy pocos álbumes llegan hasta el paso c), que es cuando pongo ya el jodido chisme en el reproductor y lo escucho. “Escuchar”, sin embargo, significa en este contexto esperar el primer cambio de acorde del primer tema, momento en el que puedo soltar un enorme suspiro de alivio y quitar de en medio el asunto como una broma, una zona sin talento, un desastre cacofónico creado por ignorantes. Es un sistema francamente inexpugnable.

31 canciones
Nick Hornby

martes, abril 29, 2008

Fotoencuentros 2006 (Federico Ruiz de Lobera)

La fotografía de Luis invoca la brutalidad de la conciencia de a pie, recién descubierta, la descarnada belleza del aliento privado, ensimismado, ultrapersonal, en donde las emociones están desvestidas de arquitectura, más que crudas, y el sudor de los cuerpos y los objetos amenaza con emborronar la imagen, de tanta presencia. La fotografía de Luis augura el presente un segundo antes de que ocurra, es el temblor justo antes de la decisión o la toma de conciencia, tiene el tacto de un presagio, de un recuerdo en duermevela que se borró y se recupera, tiene el sabor de un secreto, encriptado en la funda del anonimato, como la punta de la lengua adivinando la pipa entre las dos cáscaras. La fotografía de Luis son los ojos de Sidharta reconociendo las vísceras de su amado pueblo. El papel lleva nitrato de sangre, no de plata. Baylón se disuelve en el aire que respiran sus personajes, se convierte en entorno inherente, desde donde negocia con las hadas callejeras el desentierro de lo sublime bajo lo cotidiano. Así, aparecen hombres, mujeres, animales y objetos con el halo sonoro de espécimen único sobre el planeta, aunque ellos no lo sepan, y nosotros, recién, sí. Son retales inconscientes de nuestra memoria improbable, a los que no concedimos importancia, hasta que aparecieron, de verdad, en los sueños desvelando todo el significado que habíamos ignorado.

Fotoencuentros 2006
Federico Ruiz de Lobera