martes, julio 22, 2008

Celestino antes del alba (Reinaldo Arenas)

Dos nubes muy grandes chocaron una con la otra y se hicieron añicos.
Los pedazos cayeron sobre mi casa y la tiraron al suelo. Nunca pensé que los pedazos de nubes fueran tan pesados y grandes. Cortan como si tuvieran filos y uno de ellos se llevó en claro la cabeza de mi abuelo. Mis primos andaban por el río y se pudieron salvar. A mi abuela no hay dios que la encuentre, y al parecer las nubes la hicieron añicos y las hormigas se llevaron los pedazos. Yo echo a correr desde el sao hasta la casa, sepultada por el nuberío, y al llegar sólo puedo ver un brazo de mi madre y un brazo de Celestino. El brazo de mi madre se mueve algo entre los escombros y los tiznes. (Porque en esta casa el humo del fogón no tiene por donde salir, pues solamente hay una ventana en el comedor y por eso toda la casa estaba siempre tan negra como el fondo de un caldero.)
-¡Sácame, que ya me ahogo! -me dice la voz de mi madre, y su brazo se agita y da saltos y más saltos.
A Celestino no lo oigo decir ni media palabra. Su brazo, que casi no sobresale entre el tiznero y los palos, está muy quieto y su mano casi parece acariciar las vigas y las pencas de yarey negro que lo van asfixiando.
-¡Sácame! ¡Coño!, ¡que soy tu madre!
-Voy ahora mismo. ¡Voy ahora mismo!
Y, sonriente, me acerco hasta donde se encuentra la mano tranquila y fría de Celestino, y empiezo a levantarle los escombros de encima. Hasta que ya, casi oscureciendo, logro rescatarlo.
La tormenta de nubes se ha calmado un poco, y un aguacero muy fino lo va poniendo todo de un color casi transparente y blanquísimo. De entre esa neblina de agua que casi no llega a caer, veo a mi madre que se me acerca con una garrocha entre las manos.
Los abujes me han picado en toda la espalda, pero yo no sentí cuando me picaron. Estaba tan embelesado. Mi madre pasa por encima del mayal sin cuidarse de las espinas, y luego alza el vuelo.

Celestino antes del alba
Reinaldo Arenas

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