martes, mayo 13, 2008

Turistas del ideal (Ignacio Vidal-Folch)

Paco hizo mea culpa. Soy un bruto, confesó. Pero la culpa no era del todo suya, de niño no había tenido maestros ni ejemplos que emular, y luego la vida le había llevado de aquí para allá sin rumbo ni meta. Creció en un hogar modesto, aculturalizado; su padre, un borrachín, desapareció cuando él era apenas un chaval. En cuanto acabó el bachillerato su madre le buscó un empleo. Durante doce años trabajó como portero de un parking, dentro de una cabina de vidrio, con un pequeño televisor para matar el tiempo cuando no entraban o salían coches. Todo esto lo contaba sin aspavientos, sin compadecerse de sí mismo. Se suponía que mientras trabajaba en el parking se iría sacando una carrera, pero él ya sabía que los estudios no se le daban bien. Un buen día, influido por Jack London o simplemente harto de ver pasar los coches, fue a ver al gerente, cobró el finiquito e inmediatamente emigró a Londres, donde pasó dos años intensos aunque sin oficio ni beneficio.
Esa triste historia le recordó a Vigil las dificultades y el íntimo malestar de sus años mozos y le despertó cierta simpatía por Paco. Cierto que a su edad él ya había devorado lo más significativo de la literatura universal y sufragado la edición de su primer libro de poemas, pero sabía que hoy día era más difícil cultivarse literariamente que en sus tiempos, cuando la cultura era una llave que abría muchas puertas y la literatura tenía una importancia social decisiva.

Turistas del ideal
Ignacio Vidal-Folch

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