El gran estilo de este teatro se afirma con su desdén de cualquier enmascaramiento, combinado con la más escrupulosa puesta en escena: lo mismo que un encargado de accesorios chino, el presentador viene y va, mal disimulado detrás del decorado; en las escenas de combates, su mano guía el puño enguantado de hierro de la marioneta guerrera; un pantalón pardo aparece y desaparece sin cesar entre los batientes dorados; un torso desnudo se inclina si hace falta atar la babera de un casco, pero ese torso desnudo y ese pantalón pardo, vistos a escala del decorado, parecen confundirse con troncos de árboles y rocas. El hombre se hace invisible por su misma desmesura en ese mundo de héroes que no le llegan más que a la cintura y que ahora representan, para nosotros, el módulo humano. Comprendemos a Don Quijote cuando se precipitó sobre las marionetas de maese Pedro sin hacer caso de los gritos desesperados del presentador y atravesó de una estocada, con gran intrepidez, a todo un ejército de muñecos.
Marionetas de Sicilia, de Peregrina y extranjera
Marguerite Yourcenar
Marionetas de Sicilia, de Peregrina y extranjera
Marguerite Yourcenar
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