Ojalá me equivoque con respecto a la estupidez del Hombre, deseó el Ilustrísimo, ojalá se acuerde del episodio del suspenso en Geografía y desaparezca Miño arriba o por el Alentejo camino de España, entendiéndose, en un fondo de taberna, en Viana do Castelo o en Borba, con contrabandistas sombríos, ojalá cruce el Guadiana o el río Lima esta noche y llegue a Vigo para emplearse en un restaurante junto a la playa, o marearse en un carguero panameño hacia Venezuela o Bolivia, donde eche las tripas por la atalaya y alegre a las gaviotas. Ojalá no sea tan imbécil que decida ir a despedirse de Benfica, de los olores difuntos y de las calles que han dejado de existir, de los tranvías de los que no quedan siquiera los raíles y de la Estrada Militar sustituida por un atropello de fincas, ojalá haya desancorado de la infancia y olvidado la barbería del señor Frías, la Bodega de los Huesos, la Zapatería Saúl, la Porcalhota y principalmente las cigüeñas, las cigüeñas Dios mío, ay las cigüeñas, apenas termine, dentro de veintitrés años y once meses, de pagar el apartamento en Miratejo, me mudo a una zona con pájaros, pido vacaciones, me pongo el chándal y me paso los días en el alféizar de la ventana viendo cómo crecen los nidos en las palmeras con una atención desvelada.
Tratado de las pasiones del alma
Antonio Lobo Antunes
Tratado de las pasiones del alma
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