No había cadáveres en las tumbas de tiempo, ni esqueletos polvorientos. Los fantasmas ciber-arquitectónicos que las habitaban habían sido embalsamados en los códigos metálicos de las cintas de memoria, transcripciones moleculares tridimensionales de los originales vivientes, almacenados entre las dunas como un magnífico acto de fe, en la esperanza de que la recreación de las personalidades cifradas fuera un día posible. Después de cinco mil años la tentativa había sido abandonada de mala gana, pero por respeto a los constructores de tumbas se habían abandonado los pabellones al azar del tiempo en el mar de Virgilio. Más tarde, cuando los historiadores de las nuevas épocas tuvieron conciencia de los enormes archivos que los esperaban en ese antiguo limbo, llegaron los ladrones de tumbas. A pesar de los guardianes no habían cesado aún el saqueo de las tumbas y el tráfico ilícito de las almas muertas.
Las tumbas de tiempo
J. G. Ballard
Las tumbas de tiempo
J. G. Ballard
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