Finalmente me dio el cuaderno y el bolígrafo, mirándome con una expresión de súplica.
Ahora era ella la que se mostraba ávida de establecer contacto. Di las gracias mentalmente a Pitágoras y me atreví un poco más por la vía geométrica. Sobre una hoja del cuaderno, dibujé lo mejor que supe los tres conos con sus ejes y sus focos; una elipse, una parábola y una hipérbole. Después, sobre la hoja de enfrente, dibujé un cono de revolución. Debo recordar que la intersección de un cuerpo de esta naturaleza por un plano es uno de los tres cónicos que siguen el ángulo de intersección. Hice la figura en el caso de la elipse y, volviendo a mi primer dibujo, indiqué con el dedo a la maravillada mona la curva correspondiente.
Me arrancó el cuaderno de las manos, trazó, a su vez, otro cono, cortado por un plano a un ángulo distinto, y me señaló la hipérbole con su largo dedo. Me sentí tan fuertemente sacudido por la intensa emoción que los ojos se me llenaron de lágrimas y estreché sus manos convulsivamente. Nova, en el fondo de la jaula, chilló de cólera. No la engañaba su instinto sobre la naturaleza de estas efusiones. Entre Zira y yo acababa de establecerse una comunicación espiritual por conducto de la geometría. Yo sentía una satisfacción casi sexual y me daba cuenta de que la mona estaba igualmente turbada.
El planeta de los simios
Pierre Boulle
Ahora era ella la que se mostraba ávida de establecer contacto. Di las gracias mentalmente a Pitágoras y me atreví un poco más por la vía geométrica. Sobre una hoja del cuaderno, dibujé lo mejor que supe los tres conos con sus ejes y sus focos; una elipse, una parábola y una hipérbole. Después, sobre la hoja de enfrente, dibujé un cono de revolución. Debo recordar que la intersección de un cuerpo de esta naturaleza por un plano es uno de los tres cónicos que siguen el ángulo de intersección. Hice la figura en el caso de la elipse y, volviendo a mi primer dibujo, indiqué con el dedo a la maravillada mona la curva correspondiente.
Me arrancó el cuaderno de las manos, trazó, a su vez, otro cono, cortado por un plano a un ángulo distinto, y me señaló la hipérbole con su largo dedo. Me sentí tan fuertemente sacudido por la intensa emoción que los ojos se me llenaron de lágrimas y estreché sus manos convulsivamente. Nova, en el fondo de la jaula, chilló de cólera. No la engañaba su instinto sobre la naturaleza de estas efusiones. Entre Zira y yo acababa de establecerse una comunicación espiritual por conducto de la geometría. Yo sentía una satisfacción casi sexual y me daba cuenta de que la mona estaba igualmente turbada.
El planeta de los simios
Pierre Boulle
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