¡Ahora veréis, mis hermanos, cómo perdí las ovejas del Señor! Entre los siete pecados capitales que asedian al hombre y le obligan a presentar batalla, tocóme a mí el de la gula, vicio grosero que, como ningún otro, rebaja el nivel del hombre hasta el oscuro plano de la bestia. […] Nunca dije misa que no fuera la del alba, y galopando en el Misal hacia un sabroso desayuno. Muchas veces, al atardecer, el penitente que aguardaba mi absolución en la rejilla del confesionario recibió tan sólo el ronquido y eructo de mis laboriosas digestiones. El resto de mi día, que no era escaso, lo dedicaba, no a frecuentar las Sagradas Escrituras, sino a buscar en libros de cocina tan raros como engañosos la receta única, el manjar bizantino que luego aderezaría yo en mis hornallas y cuyo aroma, divulgándose por el vecindario, haría reír a los ahítos y blasfemar a los hambrientos.
Adán Buenosayres
Leopoldo Marechal
Adán Buenosayres
Leopoldo Marechal
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