martes, julio 22, 2008

El entierro prematuro (Edgar Allan Poe)

La dama fue depositada en la cripta familiar, que permaneció cerrada durante los tres años siguientes. Al expirar ese plazo se abrió para recibir un sarcófago, pero, ¡ay, qué terrible choque esperaba al marido cuando abrió personalmente la puerta! Al empujar los portones, sobrecogido por los escalofríos, un objeto vestido de blanco cayó rechinando en sus brazos. Era el esqueleto de su mujer con la mortaja puesta.
Una cuidadosa investigación mostró la evidencia de que había revivido a los dos días de ser sepultada, que sus luchas dentro del ataúd habían provocado la caída de éste desde una repisa o nicho al suelo, y al romperse el féretro pudo salir de él. Apareció vacía una lámpara que accidentalmente se había dejado llena de aceite, dentro de la tumba; puede, no obstante, haberse consumido por evaporación. En los peldaños superiores de la escalera que descendía a la espantosa cripta había un trozo del ataúd, con el cual, al parecer, la mujer había intentado llamar la atención golpeando la puerta de hierro. Mientras hacía esto, probablemente se desmayó o quizás murió de puro terror, y al caer, la mortaja se enredó en alguna pieza de hierro que sobresalía hacia dentro. Allí quedó y así se pudrió, erguida.

El entierro prematuro
Edgar Allan Poe

París rebelde (Ignacio Ramonet y Ramón Chao)

Llegamos al Tabou, una sala de jazz minúscula, imprescindible en el París que se recomponía después de la Segunda Guerra Mundial. Animaban la sala los acordes, las melodías de Alain y Boris Vian con su orquesta.
Boris el rebelde, que cruzó la vida como un meteoro, tocaba la trompeta de bolsillo a la que llamaba “trompineta”. Por allí pasaba Juliette Gréco, encarnación del existencialismo, así como la juventud inquieta del momento.
Vian llevaba una vida de pordiosero. “¡Ah! Si tuviera franco y medio”, cantaba para resumir su situación. Y encima tuvo que dejar de soplar por fallo en los pulmones. Abandona el Tabou y promueve el club Saint-Germain-des-Pres con Duke Ellington, Charlie Parker, Miles Davis y otros americanos.
Metomentodo genial, Vian mereció numerosos ataques, y no sólo por parte de los defensores del orden establecido, sino también de la izquierda razonable: molestaba a la República de los partidos, de las letras y de las artes.

París rebelde
Ignacio Ramonet y Ramón Chao

El largo camino hacia Los olvidados (Agustín Sánchez-Vidal)

Pocas de sus películas habrán sido tan cuidadosamente planificadas por Buñuel en todas sus fases como Los olvidados. Aprovechando el tiempo de inactividad forzosa a que se había visto obligado por el fracaso de Gran Casino, el realizador se dedicó durante varios meses a recorrer los barrios más pobres de la ciudad de México, en algunas ocasiones con el guionista Luis Alcoriza, y en otras con su escenógrafo, el canadiense Edward Fitzgerald. Las fotos que hizo, y que se conservan en su archivo, demuestran que no pocos detalles pasaron directamente a la película, como el ciego provisto de una batería de instrumentos que le permitían convertirse en hombre-orquesta.
Consultó los ficheros del Tribunal para Menores y habló con los siquiatras que atendían a los delincuentes juveniles, como atestiguaba en los agradecimientos correspondientes de los créditos al principio de la película. De estas fichas obtuvo muchos detalles para la trama y los perfiles de sus personajes. Según Buñuel, en otras ocasiones fueron las noticias de la prensa las que le proporcionaron esa base documental, como el cadáver de un niño en un basurero, que utilizó para el final, combinándolo con el detalle del cadáver dentro de un saco, que tomó de la ópera Tosca.

El largo camino hacia Los olvidados, de Agustín Sánchez-Vidal
Extraído de Los olvidados. Una película de Luis Buñuel

Coños (Juan Manuel de Prada) [El coño de la coronela]

El coronel de mi regimiento vive en el cuartel con su esposa, una mujer madura, con esa madurez anterior a la menopausia tan proclive a las aventuras extraconyugales y al flirteo con los cabos furrieles. La coronela, la llamamos, con una mezcla de veneración y sano pitorreo. A la coronela le gusta pasearse por el patio de armas y pegar gritos a los reclutas, para que se enteren de quién manda aquí. Con la connivencia de los sargentos, manda cuadrarse a las compañías y les pasa revista, eligiendo al soldado más apuesto. Su marido se finge al margen, pero los cuernos ya le golpean en los dinteles de las puertas, y tiene que agacharse para pasar. La coronela muestra siempre unos escotes pronunciadísimos, de una carne sazonada por el vicio, que a los reclutas les gusta mordisquear, porque sabe mejor y es más nutritiva que la carne de las novias que se dejaron en el pueblo, novias pavisosas y palurdas que no admiten punto de comparación con la coronela. Ser elegido por la coronela para un escarceo significa, para el prestigio de un soldado, mucho más que un informe de buena conducta; ser elegido para una relación adúltera con visos de perdurabilidad, mucho más que un ascenso. Yo, que soy el corneta del regimiento, me incluyo en esta última categoría de afortunados.

El coño de la coronela, de Coños
Juan Manuel de Prada

Los estados carenciales (Ángela Vallvey) [Rutinas conyugales]

¿Has visto qué escote trae hoy Irma? [...] Si yo estuviera en condiciones de desmadrarme, la invitarla a mi casa y le mostraría mi manual de supervivencia casero. [...] Ya sabes... [...] Mis habitus. Las costumbres son más poderosas que la pasión, por si no te habías percatado. Y yo tengo una vida ordenada, de clase media. Eso a las mujeres les parece atractivo, les da sensación de seguridad. Llevaría a Irma a mi casa y le enseñaría mi torso bronceado con rayos UVA. Mi viejo bidé. Y mi sexo anhelante de rutinas conyugales. Pero como es tan grande, mi sexo, quiero decir... pues seguro que ella ni siquiera lo vería. Me refiero a mi pene. A mi ex mujer siempre le ocurría eso, nunca conseguía fijarse en mi pene. Decía que era demasiado contundente como para que una mujer se detuviera a examinarlo con detenimiento. [...] Sin embargo, yo podría enseñarle a Irma cosas nuevas, entre ellas mi pene, que estoy convencido de que nunca ha visto. Seguro que mis manías domésticas son acontecimientos para alguien como ella.

Los estados carenciales
Ángela Vallvey

Agatha Christie (Problema en Pollensa) [Mr. Parker Pyne, ese hombre]

Vaya, ¿pues no estoy viendo a Parker Pyne, al mismísimo Parker Pyne? ¡Y Adela Chester! ¿Se conocen ustedes? ¿Ah, sí? ¿Están ustedes en el mismo hotel? Adela, es único, un verdadero mago, la maravilla del siglo. Todos los problemas resueltos en cinco minutos. Pero ¿lo sabías? ¡Tienes que haber oído hablar de él! ¿No has leído los anuncios? «¿Tiene usted algún problema? Consulte a míster Parker Pyne.» Para él no hay nada imposible. Maridos y mujeres que se tiran de los pelos y él los reconcilia... Si has perdido el interés por la vida, te proporcionará las aventuras más emocionantes. Como te digo, es un mago.

Problema en Pollensa
Agatha Christie

La soledad de las vocales (José María Pérez Álvarez)

Recuerdo a la última mujer que aceptó subir conmigo a la habitación nº 9 de la pensión Lausana, yo estaba en un parque con una botella de vino hojeando la montaña mágica que me había prestado el de la 6, no tenía para mí mucho interés aquella historia de enfermos, los libros siempre hablan de cosas que no ocurren, de negros que miden 1,99 como en la novela del escritor, los libros mienten igual que mienten las películas que veo cuando entro solo en los cines después de esperar en vano a mujeres que nunca acuden a las citas y que también mienten como las películas, como los libros.

La soledad de las vocales
José María Pérez Álvarez

A cien millas de Manhattan (Guillermo Fesser)

Nico me dice que si podemos comprar un futbolín. ¿Y eso? Los de la casa de enfrente acaban de sacar uno al jardín con un letrero de se vende. No son los únicos. Varios vecinos de la calle Parsonage han aprovechado el aluvión de gente que se dirige a ver los coches de feria para mostrar sus rastrillos. Son las ventas de garaje. Yo creo que si se fletaran varios cargueros con destino al Caribe para llevar todo lo que la gente de Rhinebeck nunca utiliza y acumula en sus trasteros, Cuba se pondría al día de la noche a la mañana. La venta callejera se debe básicamente a dos fenómenos. Por un lado, me temo, de vez en cuando al personal le dan arrebatos de limpieza y deciden deshacerse de los mochos. A todo le ponen precio, aunque, por el viejo procedimiento del regateo, te lo regalan prácticamente con tal de que te lo lleves. De hecho, en algunas ocasiones les colocan directamente el cartelito de FREE, gratuito, para que desaparezca rápidamente. Lo cual no quiere decir que de vez en cuando algún listo intente aprovecharse del sistema.

A cien millas de Manhattan
Guillermo Fesser

Los estados carenciales (Ángela Vallvey)

Tú haces. Eres un hombre de acción, no de abstracción. (Qué le vamos a hacer.)
Sabes pintar, no cabe duda, aunque no sabrías definir lo que haces, ni cómo lo haces o por qué.
Sabes hablar, y en ocasiones, cuando te paras a oírte un instante, te preguntas divertido quién estará hablando por ti desde dentro de ti.
Te gusta caminar, no trazar posibles caminos por los que sabes que quizás nunca vayas a andar.
Tampoco te preocupa mucho el asunto de la felicidad, al que todo el mundo parece darle vueltas y más vueltas hoy en día. Estás harto de obligaciones. Jamás te han gustado las imposiciones de ningún tipo, y eso de sentirte apremiado a ser dichoso te parece el colmo de la perversión social. Un puro fraude colectivo. La gran bufonada terrorista de Occidente. Fin del individuo. Vaya fórmula más tonta para mantener a la gente entretenida y preocupada, eternamente insatisfecha.
Uno es feliz cuando no sabe que es feliz, y qué más da. Cuando no se pregunta sin cesar si lo es o si deja de serlo. A ti, que te dejen vagar, que te dejen pintar, que te dejen viajar, que te dejen sufrir y gozar a gusto. Que quieres vivir, en suma, ¿verdad, Ulises? Que lo tuyo se trata de eso, simplemente. Sólo de eso.

Los estados carenciales
Ángela Vallvey

Las inquietudes de Shanti Andía (Pío Baroja) [Una fiesta]

Así estuvieron repitiendo canción y estribillo hasta medianoche. Después se cantaron otros muchos zortzicos y luego vino un muchacho con un acordeón, que trenzaba, sin parar, la música más heterogénea; un vals se convertía en una habanera, y ésta aparecía al final con las notas de La Marsellesa o de un himno cualquiera.
Yo, en el estado de pesadez en que me encontraba, entre los vapores del alcohol y el humo del tabaco, perseguía estas melodías atropelladas, monstruosas, que salían de la filarmónica y que iban cambiando a cada instante.
A veces decía:
-Bueno, señores, me voy -y me levantaba para marcharme.
-No, no -decían todos.
-No te vayas, Shanti -gritaba un viejo.
-Tengo que marcharme.
-¡Fuera! ¡Fuera! ¡Ese patrón al agua! ¡No te vayas, Shanti! -gritaban los demás.
Cuando ya no podíamos con nuestra alma, abandonamos el Guezurrechape y nos fuimos a casa. Llovía, el muelle estaba cenagoso; yo me equivoqué y en vez de ir hacia casa fui al rompeolas. Gracias al sereno, que me encontró y me acompañó hasta casa, pude encontrarme al amanecer en mi cuarto.

Las inquietudes de Shanti Andía
Pío Baroja

El sueño de África [El sueño de África] (Javier Reverte)

Mis lecturas y mis ensoñaciones infantiles, como le sucedía a Joseph Conrad, se dirigían sin remedio a África y, en el alba de mis cincuenta años, pensaba que al fin debía ir allí. No quedan, por supuesto, grandes espacios en blanco en el mapa del continente, pero el corazón de África sigue conservando su aura mítica, o al menos la conservaba en ese momento para mí. De modo que, sin un director excéntrico que financiara mi viaje, debía poner todo el empeño en ir, de la misma manera que otros hombres lo ponen en lograr que su cuenta corriente se engrose con una cifra respetable de millones. Creo que la única obligación que tiene el hombre en esta tierra es realizar sus sueños. Y el mío, en esos momentos, estaba en el corazón de África.

El sueño de África
Javier Reverte

Defensa de la nación española contra la Carta Persiana LXXVIII de Montesquieu (José Cadalso)

Esta península llamada España es la parte más meridional de Europa. Está dividida de África por un corto, estrecho, y de Francia por unos montes muy altos llamados Pirineos. Todos sus demás lados están bañados por el mar. Esta feliz situación la hace abundante de todo cuanto puede apetecerse, no sólo para el sustento, sino es también para el regalo del hombre y aun para su lujo, pues tiene piedras exquisitas, metales preciosos, a más de los varios géneros de granos, vinos y aceites, sedas, lanas, aguas minerales, frutas de todas especies y ganado de excelentes calidades.

Defensa de la nación española contra la Carta Persiana LXXVIII de Montesquieu
José Cadalso

Viajes con Heródoto (Ryszard Kapuscinski) [El festival]

La ciudad vive con el festival. Exposiciones, conferencias, conciertos, representaciones teatrales. Están todos: el África oriental y occidental, central y del sur; Brasil y Colombia, el Caribe entero con Jamaica y Puerto Rico a la cabeza, Alabama y Georgia, las islas del Atlántico y del Índico.
Las calles y plazas se han convertido en escenarios de montajes teatrales. El teatro africano no es tan rigorista como el europeo. En cualquier lugar puede reunirse un grupo de personas e interpretar una obra inventada ad hoc en el acto. No hay texto, todo es producto del instante, del estado de ánimo y la desbordante imaginación del momento. […]
Algunas veces veo que los actores interrumpen los diálogos para empezar una suerte de danza ritual, momento en que todo el público se une a ellos. En ocasiones se trata de una danza animada y alegre, pero, en otras, todo lo contrario, los bailarines se sumen en un gran estado de concentración y gravedad; la participación en el ritmo común es para ellos una vivencia profunda, algo serio e importante. Pero luego la danza termina, los actores vuelven a sus diálogos y los espectadores, sumidos hasta hace un momento en un trance místico, de nuevo ríen, exultantes de alegría.

Viajes con Heródoto
Ryszard Kapuscinski

El sueño de África [África] (Javier Reverte)

África tiene un aura especial y la tersura de un sueño infantil. África es también literaria, quizás el más literario de todos los continentes. Desde luego ha sido el sueño tangible de muchos hombres durante muchos siglos y su halo de ensoñación sigue sin apagarse.
África fue siempre un mito y, en cierta medida, continúa siéndolo. El carácter del mito ha cambiado a lo largo de los siglos, pero su leyenda prosigue.

El sueño de África
Javier Reverte

El diario de Bridget Jones (Helen Fielding)

El vagón de fumadores resultó ser una Espantosa Pocilga donde los fumadores estaban amontonados, deprimidos y en actitud desafiante. Me doy cuenta de que ya no es posible que los fumadores vivan con dignidad y se ven forzados a esconderse en las pocilgas más repugnantes de la existencia. No me habría sorprendido lo más mínimo si el vagón hubiese sido misteriosamente cambiado de vía hacia una vía muerta y nunca más hubiese vuelto a ser visto. Quizá las compañías privadas de trenes empezarán a preparar Trenes de Fumadores y los ciudadanos les amenazarán con el puño y les tirarán piedras a su paso, aterrando a sus hijos con historias de que en esos vagones viajan monstruos que respiran fuego.

El diario de Bridget Jones
Helen Fielding

Viajes de Ali Bey (Domingo Badía “Ali Bey”) [Mogador (Esaouira)]

Nos pusimos en marcha a las diez y media de la mañana, caminando al OSO (Oeste Sur Oeste); una hora después salimos del bosque, comenzamos a andar entre muchas colinas de arena movediza y sobre la misma, y poco después de mediodía llegué a Suerao Mogador, término de mi viaje. […]
La ciudad de Suera, que en los mapas se halla con el nombre de Mogador, fue fundada por el sultán Sidi Mohamed, padre del sultán actual. Su forma es regular. Sus edificios bastante elevados presentan buen aspecto para una ciudad africana; el gran mercado es hermoso y rodeado de arcos; las calles a cordel, aunque estrechas. Cercan a la ciudad murallas, y por la parte de tierra la defienden algunas piezas de cañón contra las correrías de los árabes.[…] Pese a dichas fortificaciones la ciudad de Suera no podría sostenerse contra un ataque algo obstinado, pues no tiene más agua que la del río, el cual se halla distante más de media milla. La morada de Suera es bastante triste. La ciudad está cercada de un desierto de arena volante, por donde no se puede pasear; en su recinto no hay jardines, y sólo a media legua se encuentran montañas cubiertas de bosques de argán y de hermosa vegetación.
Residen en Suera vicecónsules y negociantes de diversas naciones de Europa, que forman una especie de colonia, acrecentada también por los negociantes judíos del país.

Viajes de Ali Bey
Domingo Badía “Ali Bey”

Viajes con Heródoto (Ryszard Kapuscinski)

En el mundo de Heródoto, en el cual coexisten muchas culturas y civilizaciones, observamos todo un abanico de relaciones entre ellas. Están los casos de aquellas que se hallan en permanente conflicto con otras, pero, al mismo tiempo, también están las que mantienen con otras relaciones de intercambio y de préstamos recíprocos, enriqueciéndose mutuamente. Es más: hay civilizaciones que, después de haber combatido a muerte, hoy colaboran para mañana, tal vez, volver a estar en pie de guerra. En una palabra, para Heródoto la multiculturalidad del mundo es un tejido vivo, palpitante, en que nada está dado y definido de una vez para siempre sino que no cesa de transformarse, de cambiar, de crear nuevas relaciones y nuevos contextos.

Viajes con Heródoto
Ryszard Kapuscinski

Celestino antes del alba (Reinaldo Arenas)

Dos nubes muy grandes chocaron una con la otra y se hicieron añicos.
Los pedazos cayeron sobre mi casa y la tiraron al suelo. Nunca pensé que los pedazos de nubes fueran tan pesados y grandes. Cortan como si tuvieran filos y uno de ellos se llevó en claro la cabeza de mi abuelo. Mis primos andaban por el río y se pudieron salvar. A mi abuela no hay dios que la encuentre, y al parecer las nubes la hicieron añicos y las hormigas se llevaron los pedazos. Yo echo a correr desde el sao hasta la casa, sepultada por el nuberío, y al llegar sólo puedo ver un brazo de mi madre y un brazo de Celestino. El brazo de mi madre se mueve algo entre los escombros y los tiznes. (Porque en esta casa el humo del fogón no tiene por donde salir, pues solamente hay una ventana en el comedor y por eso toda la casa estaba siempre tan negra como el fondo de un caldero.)
-¡Sácame, que ya me ahogo! -me dice la voz de mi madre, y su brazo se agita y da saltos y más saltos.
A Celestino no lo oigo decir ni media palabra. Su brazo, que casi no sobresale entre el tiznero y los palos, está muy quieto y su mano casi parece acariciar las vigas y las pencas de yarey negro que lo van asfixiando.
-¡Sácame! ¡Coño!, ¡que soy tu madre!
-Voy ahora mismo. ¡Voy ahora mismo!
Y, sonriente, me acerco hasta donde se encuentra la mano tranquila y fría de Celestino, y empiezo a levantarle los escombros de encima. Hasta que ya, casi oscureciendo, logro rescatarlo.
La tormenta de nubes se ha calmado un poco, y un aguacero muy fino lo va poniendo todo de un color casi transparente y blanquísimo. De entre esa neblina de agua que casi no llega a caer, veo a mi madre que se me acerca con una garrocha entre las manos.
Los abujes me han picado en toda la espalda, pero yo no sentí cuando me picaron. Estaba tan embelesado. Mi madre pasa por encima del mayal sin cuidarse de las espinas, y luego alza el vuelo.

Celestino antes del alba
Reinaldo Arenas