miércoles, enero 31, 2007

Cásate y verás (Bill Cosby)

Mi hijo no entendía que existe un método en el intermitente y semicoherente intercambio de información entre Camille y yo: intentamos no agotar las dosis de conversación adjudicadas a nuestro matrimonio. Inconscientes de que esta dosificación de las conversaciones gobierna todos los matrimonios, muchas parejas jóvenes no dan paz a sus lenguas y de pronto se encuentran con intermedios de tres meses.
La próxima vez que vaya a un restaurante fíjese en cualquier pareja que parezca llevar más de diez años de casada. Mire cómo se intercambian largas y desesperadas miradas, cada uno de ellos con la esperanza de que el silencio sea roto por un incendio en la cocina o por un asalto a mano armada. Y cada uno de los dos a punto de llegar a pensar lo impensable: Deberíamos haber traído a los niños.
Camille y yo llevamos niños. De hecho, la gente dice que somos prisioneros de nuestros hijos porque los llevamos a todas partes, ya sea a Las Vegas o al Sur de Francia.
En cualquier caso, he de admitir que cada vez que Camille sugiere que salgamos sin los niños por espacio de más de hora y media, yo respondo: “pero si es más divertido ir también con los niños”, o “Ten un poco de paciencia, querida. En sólo diez o quince años se habrán casado o estarán en el ejército y entonces podremos salir tú y yo solos. Ésta es nuestra razón para seguir viviendo”.

Cásate y verás
Bill Cosby

lunes, enero 22, 2007

Alejandro submarino, de Fábulas y leyendas de la mar (Álvaro Cunqueiro)

Yo había inventado que, antes de bajar al fondo del océano, Alejandro pasó cuarenta días comiendo solamente carne, y no pronunciando ni una sola vez el nombre de un pez. Estas eran graves precauciones para apartarse lo más posible de la fauna piscícola, y una vez sumergido no poder ser tenido por nadie como miembro de ella. […]
Alejandro se vistió de rojo y de oro, y se ciñó con lana empapada en sangre de unicornio, y cera virgen, y, antes de meterse en el tonel de vidrio, sus secretarios, que eran damascenos, que es lo más parecido que haya a aquellos vizcaínos de buena letra que sirvieron en las secretarías de Felipe II y sucesores, le leyeron al mar veinticuatro decretos que lo reducían a calma durante veinticuatro días. Y por fin, en una barca construida con madera de siete árboles diferentes, salió a alta mar, y fue lanzado en su tonel de cristal a las aguas, las cuales se apartaron respetuosamente y dijeron: ¡Salam!

Alejandro submarino, de Fábulas y leyendas de la mar
Álvaro Cunqueiro