martes, noviembre 27, 2007

La lengua salvada [primeros amores] (Elías Canetti)

Miss Lancashire se entrevistó con mis padres y analizó con ellos si yo debía continuar en la escuela. Ella nunca había visto una pasión tan violenta en su escuela, estaba un poco ofuscada y se preguntaba si no sería debido a que los niños “orientales” maduraban antes que los ingleses. Mi padre la tranquilizó, asegurándole que se trataba de algo inocente. Quizá, dijo, tenía que ver con las mejillas espectacularmente coloradas de la niña. [...]
Ni mi propio padre sabía hasta qué punto tenía razón suponiendo que todo había dependido de las mejillas coloradas de la niña. Más tarde he reflexionado sobre este amor temprano, que nunca olvidé, y un día recordé la primera canción infantil española que oí en Bulgaria. Aún me llevaban en brazos y un ser femenino se me acercaba y cantaba: “manzanicas coloradas, las que vienen de Stambol”, al mismo tiempo que ponía el dedo índice en mi mejilla y lo hundía de pronto en ella. Yo chillaba de contento, ella me cogía en brazos y me cubría de besos. Eso ocurrió tantas veces que me aprendí la canción. Entonces la cantaba con ella, fue mi primera cancioncilla, y todos los que me querían enseñar a cantar jugaban conmigo a este juego. Cuatro años más tarde encontré mis propias manzanitas en Mary, que era más pequeña que yo y a la que llamaba siempre “pequeña”, y lo que me extraña es que no hundiera el dedo en su mejilla antes de besarla.

La lengua salvada, de Historia de una vida
Elías Canetti

jueves, noviembre 22, 2007

Ana Karenina (Leon Tolstoi)

Vronsky entró en el teatro a las ocho y media.
La función estaba en su apogeo. El anciano acomodador, al quitar a Vronsky el abrigo de piel, le reconoció, le llamó «Vuecencia» y le dijo que no era necesario que recogiese el número del abrigo, sino que bastaba con que al salir llamase a Fedor.
En el pasillo, bien iluminado, no había nadie, fuera del acomodador y de dos lacayos que, con sendas pellizas al brazo, escuchaban junto a la puerta.
Tras la puerta entornada oíanse los acordes de un staccato de la orquesta y una voz femenina que cantaba una frase musical.
La puerta se abrió dando paso al acomodador y la frase, que concluía, hirió el oído de Vronsky. Pero la puerta se cerró en seguida y Vronsky no oyó el final de la frase ni la cadencia, y sólo por la explosión de aplausos que retumbó comprendió que la romanza estaba terminando.
Al entrar en la sala, iluminada por arañas y lámparas de gas, continuaban aún los aplausos. En el escenario, la cantante, espléndida con sus hombros escotados y sus brillantes, se inclinaba y sonreía.

Ana Karenina
Leon Tolstoi

Satán en los suburbios (Bertrand Russell)

-¡Nunca te perdonaré! ¡Nunca! ¡Nunca! ¡Nunca! Pero haré que te arrepientas. Te haré lamentar el día en que trataste a una pobre muchacha de este modo tan infame. Haré que tú y los de la misma profesión, seáis el hazmerreír de las gentes, del mismo modo que has hecho que yo lo sea.
Cuando Penélope hubo pronunciado estas palabras, Philip se hallaba ya vestido por completo. Ella le obligó a trasponer la puerta y permaneció en silencioso y solitario encierro durante el resto del día.

Satán en los suburbios
Bertrand Russell

miércoles, noviembre 21, 2007

Dublineses (James Joyce)

Finalmente, los niños estaban cansados, soñolientos, y Joe le pidió a María si no quería cantarle una cancioncita antes de irse, una de sus viejas canciones. Mrs Donnelly dijo ¡Por favor, sí, María!, de manera que María tuvo que levantarse y pararse junto al piano. Mrs Donnelly mandó a los niños que se callaran y oyeran la canción que María iba a cantar. Luego, tocó el preludio, diciendo ¡Ahora, María!, y María, sonrojándose mucho, empezó a cantar con su vocecita temblona. Cantó Soñé que habitaba y, en la segunda estrofa, entonó:
Soñé que habitaba salones de mármol
con vasallos mil y siervos por gusto,
y de todos los allí congregados,
era yo la esperanza, el orgullo.
Mis riquezas eran incontables, mi nombre
ancestral y digno de sentirme vana,
pero también soñé, y mi alegría fue enorme
que tú todavía me decías: «¡Mi amada!»
Pero nadie intentó señalarle que cometió un error; y cuando terminó la canción, Joe estaba muy conmovido. Dijo que no había tiempos como los de antaño y ninguna música como la del pobre Balfe el Viejo, no importaba lo que otros pensaran; y sus ojos se le llenaron de lágrimas tanto que no pudo encontrar lo que estaba buscando y al final tuvo que pedirle a su esposa que le dijera dónde estaba metido el sacacorchos.

Dublineses
James Joyce

Malos y malditos (Fernando Savater)

Hay gente a la que le gusta viajar para descubrir lo diferentes que son las formas de vivir en cada uno de los países. Y tienen razón, porque las maneras de comer, de hablar, de rezar, de divertirse, de relacionarse los hombres con las mujeres, de educar a los hijos, de organizar el trabajo, etc... son apasionantemente diversas. Pero los que además de viajar también piensan, se dan cuenta de que, por debajo de tantas diferencias, hay muchos parecidos entre las personas. Después de recorrer bastantes países y de tratar a mucha gente, me atrevo a decirte que es más importante aquello en lo que nos parecemos los humanos que todas nuestras diferencias culturales.

Malos y malditos
Fernando Savater

martes, noviembre 13, 2007

Los tigres de Mompracem (Emilio Salgari)

Delante de una larga hilera de cabañas y de sólidos edificios, que parecían almacenes, trescientos hombres estaban perfectamente alineados, en espera de una orden cualquiera para arrojarse a los barcos, como una legión de demonios, y llevar el terror a todos los mares de Malasia. ¡Qué hombres y qué tipos!
Había malayos, de estatura más bien baja, vigorosos y ágiles como monos, cara cuadrada y huesuda, color oscuro, hombres famosos por su audacia y ferocidad. Los había de Batjan, de color aún más oscuro, conocidos por su afición a la carne humana, aunque dotados de una civilización relativamente avanzada; de Dayako, isla próxima a Borneo, de alta estatura, bellos rasgos, célebres por sus estragos, que les valieron el título de «cortadores de cabezas»; de Siam, con su rostro romboidal y ojos con reflejos amarillentos; de Cochinchina, de color amarillo y con la cabeza adornada por una cola desmesurada; había también indios, buquineses, javaneses, tagalos de Filipinas y, en fin, negritos' con sus enormes cabezas y rasgos repelentes.
Al aparecer el Tigre de Malasia, un bramido recorrió la larga fila de piratas; todos los ojos parecieron incendiarse y todas las manos empuñaron las armas.

Los tigres de Mompracem
Emilio Salgari

lunes, noviembre 12, 2007

La Revolución Pop [La Banda Trapera del Río] (Jesús Ordovás)

Tanto Loquillo y los Trogloditas como Los Rápidos, Los Rebeldes y otros grupos de Barcelona pudieron darse a conocer en Musical Expres, el programa que hacía Ángel Casas en la 2 de TVE.
Fue en Musical Express donde apoyó con más medios propios –los del centro de TVE en Cataluña- a los grupos y artistas que visitaban el programa, consiguiendo que tocaran en directo las mejores bandas del momento nada más nacer. Hoy todavía se conservan en los archivos de TVE en Cataluña las primeras actuaciones para Musical Expres de Loquillo y Los Intocables, Los Rápidos o Los Burros.
En Barcelona había por entonces una escena muy rica en propuestas. En el submundo punk destacó La banda trapera del Río.

La Revolución Pop
Jesús Ordovás

Los impostores (Alfred Bester)

Winter repasó a su personal: payasos, malabaristas, acróbatas, luchadores, presentadores, un mago hindú, una encantadora de serpientes, además de boas constrictor (prestadas por la Cúpula Brasil) atontadas con amatol, y una momia egipcia contorsionista. ¡Una momia contorsionista! ¿Quién se lo iba a creer?
También contaba con cierta bailarina del vientre, cierta maorí que se había cansado de enseñar el ABC a Ahmet, un peludo comefuego y un “Judío Errante” de tres mil años que, a cambio de un modesto Syce, ofrecía consejos con la experiencia que le daba la edad.

Los impostores
Alfred Bester

viernes, noviembre 09, 2007

El libro de las ilusiones (Paul Auster)

La imagen se funde en negro. Cuando se reanuda la acción es por la mañana. Un primerísimo plano del rostro de Martin nos los muestra dormido, con la cabeza apoyada en la almohada. El sol entra a raudales por las rendijas de las persianas, y mientras observamos cómo abre los ojos y se despierta a duras penas, la cámara retrocede para revelarnos algo que no puede ser cierto, que desafía las leyes del sentido común. Martin no ha pasado la noche solo. Hay una mujer en la cama con él, y mientras la cámara sigue retrocediendo por la habitación, la vemos durmiendo bajo las sábanas, tendida de costado y vuelta hacia Martin: el brazo izquierdo indolentemente apoyado en el torso de él, los largos cabellos negros esparcidos sobre la otra almohada... Saliendo poco a poco de su sopor, Martin observa el brazo desnudo que le cruza el pecho, se da cuenta de que el brazo está unido a un cuerpo, y se incorpora bruscamente en la cama con la expresión de quien acaba de recibir una descarga eléctrica.

El libro de las ilusiones
Paul Auster

Las inquietudes de Shanti Andia [El padre muerto] (Pío Baroja)

A pesar de que yo era muy niño, recuerdo bastante bien a mi padre. Era un tipo indiferente y algo burlón; tenía la cara expresiva, los ojos grises, la nariz aguileña, la barba recortada; por mis informes debía ser un tipo parecido a mí, con el mismo fondo de pereza y de tedio marineros; ahora, que no era triste; por el contrario, tenía una fuerte tendencia a la sátira. Sentía una gran estimación por las gentes del norte, noruegos y dinamarqueses, con quienes había convivido; hablaba bien el inglés, era muy liberal y se reía de las mujeres.
Parecía haber nacido para burlarse de todo y para encogerse de hombros; pero su sátira no encerraba veneno; se reía sin amargura y sin pena.
Era de estos vascos que dejan todo su lastre de intolerancia y de fanatismo al pisar el primer barco.
Había echado la sonda en la sima de la estupidez y de la maldad humanas y sabía a qué atenerse.
Mi abuela no se entendía bien con él y arrastraba a su hija, a mi madre, a ponerse en contra de su marido. Sin duda el instinto de suegra le cegaba.
Él cedía, riendo, y mi abuela rabiaba.
Cuando mi padre llegaba a Lúzaro se reunía con otros pilotos, marineros y pescadores, y charlaba con ellos, y algunas veces cantaba y alborotaba, en su compañía, por las calles.
Todos los que le conocieron me han asegurado que era un hombre de gran corazón. He sentido siempre una gran pena por no haberle llegado a conocer. Hubiéramos sido buenos amigos.

Las inquietudes de Shanti Andia
Pío Baroja

Cartas 1964-1968 [El jazz] (Julio Cortázar)

Supe que Coltrane había muerto, y lo lamenté mucho. Hace poco había comprado “A love supreme”,que me pareció muy curioso como experiencia espiritual de un jazzman. Y ahora recuerdo las noches del Village, cuando Paul me llevó a un sitio donde actuaba Coltrane con McCoy Tyner y Paul Chambers. El jazz sigue siendo mi chamán, mi gran intercesor en los momentos duros. [Como Webern, en otro plano:] una música de pasaje, una especie de perspectiva vertiginosa hacia todo lo que no nos atrevemos a ser.

Cartas 1964-1968
Julio Cortázar

Rayuela [El jazz] (Julio Cortázar)

El jazz es como un pájaro que migra o emigra o inmigra o transmigra, saltabarreras, burlaaduanas, algo que corre y se difunde y esta noche en Viena está cantando Ella Fitzgerald mientras en París Kenny Clarke inaugura una cave y en Perpignan brincan los dedos de Oscar Peterson, y Satchmo por todas partes con el don de ubicuidad que le ha prestado el Señor, en Birmingham, en Varsovia, en Milán, en Buenos Aires, en Ginebra, en el mundo entero, es inevitable, es la lluvia y el pan y la sal, algo absolutamente indiferente a los ritos nacionales, a las tradiciones inviolables, al idioma y al folklore: una nube sin fronteras, un espía del aire y del agua, una forma arquetípica, algo de antes, de abajo, que reconcilia mexicanos con noruegos y rusos y españoles, los reincorpora al oscuro fuego central olvidado, torpe y mal y precariamente los devuelve a un origen traicionado, les señala que quizá había otros caminos y que el que tomaron no era el único y no era el mejor, o que quizás había otros caminos, y que el que tomaron era el mejor, pero que quizá había otros caminos dulces de caminar y que no los tomaron, o los tomaron a medias, y que un hombre es siempre más que un hombre y siempre menos que un hombre, más que un hombre porque encierra eso que el jazz alude y soslaya y hasta anticipa, y menos que un hombre porque de esa libertad ha hecho un juego estético o moral, un tablero de ajedrez donde se reserva ser el alfil o el caballo, una definición de libertad que se enseña en las escuelas, precisamente en las escuelas donde jamás se ha enseñado y jamás se enseñará a los niños el primer compás de un ragtime y la primera frase de un blues, etcétera, etcétera.

Rayuela
Julio Cortázar

miércoles, noviembre 07, 2007

Todo lo que usted quiso siempre saber sobre el sexo (pero nunca se atrevió a preguntar) (Woody Allen)

Esto no es ninguna chifladura. Pero en la clínica Masters y Jonson me llamaron chiflado. Porque tenía la visión de exploraciones en el ámbito sexual inimaginables para los humanos vulgares. Fui el primero que descubrió cómo hacer impotente a un hombre escondiéndole el sombrero. Fui el primero que explicó la relación entre la masturbación excesiva y el ansia de hacer carrera política. Fui el primero que dijo que el orgasmo clitoral no debía limitarse a las mujeres. Se rieron de mí. Me pusieron en ridículo. Dijeron que estaba loco. (RIE) Pero les di una lección (RIE HISTERICAMENTE) Me echaron de Marters y Jonson. Sin indemnización. Y tenía todo el derecho. Pero les di una lección. (RIE HISTERICAMENTE)

Todo lo que usted quiso siempre saber sobre el sexo (pero nunca se atrevió a preguntar)
Woody Allen

Pantaleón y las visitadoras (Mario Vargas Llosa)

El día que el suscrito efectuó la visita solo registró 8 presentes, pero había un motivo excepcional: la llegada a Iquitos del ya mentado Hermano Francisco. De las 8, la mayoría deben haber superado los veinticinco años, aunque este cálculo es incierto, pues en la Amazonía las mujeres envejecen prematuramente, no siendo raro toparse en la calle con damitas de apariencia muy seductora, caderas desarrolladas, bustos turgentes y caminar insinuante, a las que, según los standards costeños, se atribuirían veinte o veintidós años y resultan de trece o catorce, y, de otro lado, el suscrito realizaba sus observaciones medio a oscuras, pues Casa Chuchupe está pobremente iluminada, por falta de recursos técnicos o, tal vez, por picardía, pues la penumbra es más tentadora que la claridad, y, si se permite una chanza, por aquello de "en la sombra todos los gatos son pardos". La mayoría, pues, progresando hacia la treintena, con un buen lejos promedio casi todas, si se las evalúa con criterio funcional y sin exquisiteces, es decir, cuerpos atractivos y redondeados, sobre todo en caderas y senos, miembros que tienden a ser generosos en este rincón de la Patria, y caras presentables, aunque, en la inmediatez, aquí es dable comprobar más defectos, no en cuanto a fealdad de nacimiento, sino adquirida por acné, viruela y caída de dientes, accidente este último algo frecuente en la Amazonía, por el debilitante clima e insuficiencias dietéticas. Entre las ocho presentes dominaban las de piel blanca y rasgos indígenas selváticos, luego las mulatas y finalmente las de tipo oriental.

Pantaleón y las visitadoras
Mario Vargas Llosa

lunes, noviembre 05, 2007

Judas en flor (Catherine Ann Porter)

Algún día este mundo, aparentemente tan armonioso y mesurado y eterno, hasta las orillas de todos los mares será una mera maraña de trincheras abiertas, de paredes derrumbadas y cuerpos destrozados. Todo debe ser arrancado del sitio de costumbre, donde se pudrió durante siglos, arrojado al cielo y distribuido, caer limpio como lluvia, sin una identidad separada. No sobrevivirá nada que las manos agarrotadas de la pobreza hayan creado para los ricos, y nadie quedará con vida excepto los espíritus selectos destinados a engendrar un mundo nuevo limpio de crueldad e injusticia, regido por una benévola anarquía.

Judas en flor
Catherine Ann Porter

Llueve sobre Gaza (Hernán Zin)

Las olas rompen con furia en la playa. Toman altura, avanzan y se precipitan en la arena. Su ahogado clamor oculta el sonido de los tanques que esta mañana han comenzado a disparar sus obuses contra los pueblos del norte de la franja de Gaza.
Durante unos segundos me olvido del dolor, la rabia y la muerte que nos rodean. Una vez más me digo que éste podría ser un lugar de extraordinaria belleza. Observo la arena reverberante de luz, el cielo azul, límpido, surcado de nubes blancas. Siento la brisa cargada de sal y humedad que emana del mar. Sin embargo, llevo el suficiente tiempo aquí, compartiendo el sufrimiento y la desesperación de esta gente, para saber que se trata de una tregua momentánea, ilusoria, que en cualquier instante llegará a su fin.
Sólo el mar Mediterráneo ofrece el vago espejismo de una salida, de una escapatoria. Quizá debido a que su vasta presencia habla del paso del tiempo, de los hombres que a lo largo de los siglos fatigaron sus aguas pletóricos de sueños, de nostalgias, de anhelos de poder. Tarde o temprano, todo pasa. La vida misma es una experiencia efímera.

Llueve sobre Gaza. Vida y muerte en tierra sitiada
Hernán Zin