Rumorosas, heladoras, malditas, humildes, aromáticas, las casas de huéspedes, hijo mío, son como la banderita arrugada y blanca del que se entrega sin condiciones, del que se entrega sospechando esa magnanimidad que no existe, esa magnanimidad que tampoco él hubiera tenido. En las casas de huéspedes, hijo mío, se establecen las más recias y duraderas alianzas entre los estómagos que más dispares pudieran parecer a una primera vista: es la vieja ley que se cumple, inexorablemente, para solaz de los visitantes, de los fieles espectadores de la miseria.
Si tuviera valor, Eliacim, regentaría con mano dura una casa de huéspedes llena de pálidos, de desnutridos, de agonizantes huéspedes a los que procuraría tratar mal. Pero me falta valor, ya no soy nada joven, ya a pocas cosas puedo aspirar.
Mrs. Caldwell habla con su hijo
Camilo José Cela
Si tuviera valor, Eliacim, regentaría con mano dura una casa de huéspedes llena de pálidos, de desnutridos, de agonizantes huéspedes a los que procuraría tratar mal. Pero me falta valor, ya no soy nada joven, ya a pocas cosas puedo aspirar.
Mrs. Caldwell habla con su hijo
Camilo José Cela
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