martes, septiembre 23, 2008

La Habana para un infante difunto [Emilia] (Guillermo Cabrera Infante)

Emilia era una muchacha complicada, no con las complicaciones de Ester debidas a su cojera, más bien era una complejidad nutrida por la neurosis de su madre complicada por la tuberculosis, mal neurótico. Era demasiado complicado para mis doce años, aunque yo estuviera acostumbrado a las conversaciones adultas por la educación que me habla dado mi madre […], por las asociaciones políticas de mi padre, por los argumentos de mi tío Pepe, por las conversaciones oídas a las amigas de mi madre, reunidas en torno a ella mientras bordaba en su eterna máquina Singer. Pero era verdaderamente complicado. No supe decirle a Emilia que ella me gustaba mucho (en realidad no me gustaba: había algo de monja en ella, tan devota a su madre, tan seria) y no pude hacer nada. Emilia debió de adivinarlo porque me dijo: «Pera», que es la forma habanera de decir espera, y salió rápida de la cocina y, antes de que me pudiera dar cuenta de que me abandonó, habla regresado. […] Vino a mí silente. Sin decir nada me cogió por el brazo y me llevó hasta la zona libre de la pared, donde terminaba el fogón (que era en realidad una barbacoa de cemento para poner los reverberos o los anafes encima, centro de la cocina ómnibus: curioso: la pobreza pueblerina era más bien individual o familiar, mientras que la pobreza urbana me había hecho conocer primero en Zulueta 408 los baños colectivos y los inodoros colectivos, y ahora en Monte 822, la cocina colectiva.[…] En aquel rincón se me encimó, arrinconándome contra la pared, pegando sus labios sobre los míos en el primer beso adulto que me daban en mi vida. No abrí la boca (no sabía cómo), tampoco la abrió ella, pero no era un beso adolescente: más que una muchacha Emilia era una mujer. Pero en vez de sentir alborozo lo que sentí fue confusión.

La Habana para un infante difunto
Guillermo Cabrera Infante

2 comentarios:

Rastros caníbales dijo...

Este es mi libro de cabecera (y por un tiempo esto fue literalmente verdad, lo guardaba todas las noches bajo la almohada antes de dormir). Aquí en Medellín se me hizo muy difícil encontrar un ejemplar. Rondé por el centro hasta que un viejo librero amigo, luego de un par de meses de búsqueda en las bodegas, me halló un ejemplar casi nuevo (nuevo cuesta mucha plata) Lo he leído más de cuatro veces y siempre es como si lo leyera como la primera vez. Esa, creo, debe ser la mayor virtud de un buen libro, que cada lectura incite a una más. Y qué decir de Tres tristes tigres? La sensibilidad que Cabrera tiene con el ordenamiento y la escogencia de las palabras es único. Buen trozo escogió, amigo, para recordarlo.

juanitosoy dijo...

Muchas gracias, los espejos.
La verdad es que pocas cosas hay mejores que un libro que crece con su lector.
Un abrazo!!