La nuestra fue la última generación que jugaba de forma generalizada en la calle, que tuvo la calle como su zona natural de juego. La calle era nuestro lugar de encuentro con los amigos, con pandillas de chicos o de chicas, pues por entonces siempre solíamos jugar por separado. Nos divertíamos con una serie de juegos, en muchos casos heredados de las generaciones anteriores, que tenían la calle como sitio corriente para su desarrollo. Y posiblemente fue la nuestra la última generación que tuvo la calle como escenario de sus juegos, porque una serie de circunstancias cambiaron el escenario social en el que nos movíamos. La llegada de los juegos electrónicos y de los ordenadores, el tráfico cada vez más intenso en las ciudades, la construcción de bloques de viviendas donde antes había descampados y la inseguridad ciudadana, crearon, en las generaciones posteriores a la nuestra, una forma diferente de divertirse y relacionarse, con formas de juego y ocio posiblemente más introspectivas y excluyentes.
El llamado desarrollismo de los años sesenta condujo a la creación de barrios periféricos en las ciudades: fue la construcción de las llamadas ciudades dormitorio. Este desarrollo urbano produjo el que temporalmente existieran grandes descampados, zonas aún por urbanizar, que fueron los lugares de esparcimiento de chicos y chicas de los setenta. Quitando el mismo centro de la ciudad, los barrios, las pequeñas ciudades y los pueblos contaban con zonas abiertas para que jugásemos sin el peligro de los coches y con la libertad del espacio. Por aquellos finales sesenta y primeros setenta jugar en la calle fue la primera de nuestras libertades.
Los niños de los Chiripitifláuticos
Ignacio Elguero
El llamado desarrollismo de los años sesenta condujo a la creación de barrios periféricos en las ciudades: fue la construcción de las llamadas ciudades dormitorio. Este desarrollo urbano produjo el que temporalmente existieran grandes descampados, zonas aún por urbanizar, que fueron los lugares de esparcimiento de chicos y chicas de los setenta. Quitando el mismo centro de la ciudad, los barrios, las pequeñas ciudades y los pueblos contaban con zonas abiertas para que jugásemos sin el peligro de los coches y con la libertad del espacio. Por aquellos finales sesenta y primeros setenta jugar en la calle fue la primera de nuestras libertades.
Los niños de los Chiripitifláuticos
Ignacio Elguero
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