Finalmente, los niños estaban cansados, soñolientos, y Joe le pidió a María si no quería cantarle una cancioncita antes de irse, una de sus viejas canciones. Mrs Donnelly dijo ¡Por favor, sí, María!, de manera que María tuvo que levantarse y pararse junto al piano. Mrs Donnelly mandó a los niños que se callaran y oyeran la canción que María iba a cantar. Luego, tocó el preludio, diciendo ¡Ahora, María!, y María, sonrojándose mucho, empezó a cantar con su vocecita temblona. Cantó Soñé que habitaba y, en la segunda estrofa, entonó:
Soñé que habitaba salones de mármol
con vasallos mil y siervos por gusto,
y de todos los allí congregados,
era yo la esperanza, el orgullo.
Mis riquezas eran incontables, mi nombre
ancestral y digno de sentirme vana,
pero también soñé, y mi alegría fue enorme
que tú todavía me decías: «¡Mi amada!»
con vasallos mil y siervos por gusto,
y de todos los allí congregados,
era yo la esperanza, el orgullo.
Mis riquezas eran incontables, mi nombre
ancestral y digno de sentirme vana,
pero también soñé, y mi alegría fue enorme
que tú todavía me decías: «¡Mi amada!»
Pero nadie intentó señalarle que cometió un error; y cuando terminó la canción, Joe estaba muy conmovido. Dijo que no había tiempos como los de antaño y ninguna música como la del pobre Balfe el Viejo, no importaba lo que otros pensaran; y sus ojos se le llenaron de lágrimas tanto que no pudo encontrar lo que estaba buscando y al final tuvo que pedirle a su esposa que le dijera dónde estaba metido el sacacorchos.
Dublineses
James Joyce
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