Miss Lancashire se entrevistó con mis padres y analizó con ellos si yo debía continuar en la escuela. Ella nunca había visto una pasión tan violenta en su escuela, estaba un poco ofuscada y se preguntaba si no sería debido a que los niños “orientales” maduraban antes que los ingleses. Mi padre la tranquilizó, asegurándole que se trataba de algo inocente. Quizá, dijo, tenía que ver con las mejillas espectacularmente coloradas de la niña. [...]
Ni mi propio padre sabía hasta qué punto tenía razón suponiendo que todo había dependido de las mejillas coloradas de la niña. Más tarde he reflexionado sobre este amor temprano, que nunca olvidé, y un día recordé la primera canción infantil española que oí en Bulgaria. Aún me llevaban en brazos y un ser femenino se me acercaba y cantaba: “manzanicas coloradas, las que vienen de Stambol”, al mismo tiempo que ponía el dedo índice en mi mejilla y lo hundía de pronto en ella. Yo chillaba de contento, ella me cogía en brazos y me cubría de besos. Eso ocurrió tantas veces que me aprendí la canción. Entonces la cantaba con ella, fue mi primera cancioncilla, y todos los que me querían enseñar a cantar jugaban conmigo a este juego. Cuatro años más tarde encontré mis propias manzanitas en Mary, que era más pequeña que yo y a la que llamaba siempre “pequeña”, y lo que me extraña es que no hundiera el dedo en su mejilla antes de besarla.
La lengua salvada, de Historia de una vida
Elías Canetti
Ni mi propio padre sabía hasta qué punto tenía razón suponiendo que todo había dependido de las mejillas coloradas de la niña. Más tarde he reflexionado sobre este amor temprano, que nunca olvidé, y un día recordé la primera canción infantil española que oí en Bulgaria. Aún me llevaban en brazos y un ser femenino se me acercaba y cantaba: “manzanicas coloradas, las que vienen de Stambol”, al mismo tiempo que ponía el dedo índice en mi mejilla y lo hundía de pronto en ella. Yo chillaba de contento, ella me cogía en brazos y me cubría de besos. Eso ocurrió tantas veces que me aprendí la canción. Entonces la cantaba con ella, fue mi primera cancioncilla, y todos los que me querían enseñar a cantar jugaban conmigo a este juego. Cuatro años más tarde encontré mis propias manzanitas en Mary, que era más pequeña que yo y a la que llamaba siempre “pequeña”, y lo que me extraña es que no hundiera el dedo en su mejilla antes de besarla.
La lengua salvada, de Historia de una vida
Elías Canetti
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