Nuestra relación personal no empezó hasta septiembre, una noche atravesada por los primeros y fríos estremecimientos del otoño. Yo había ido al cine, regresado a casa, y estaba acostado con un bourbon y el último Simenon: lo cual constituía hasta tal punto mi ideal de comodidad que no conseguí entender cierta sensación de inquietud que fue creciendo poco a poco, tanto que llegué a oír mis propios latidos. Era una sensación acerca de la cual había leído y hasta escrito, pero que jamás había experimentado. La sensación de estar siendo vigilado. De una presencia invisible. Luego: un repentino golpeteo en la ventana, el vislumbre de un gris fantasmal: derramé el bourbon. Transcurrieron unos momentos antes de que tuviera arrestos para abrir la ventana, y preguntarle a Miss Golightly qué quería.
-Tengo abajo a un hombre horripilante -dijo, saltando de la escalera de incendios al interior de la habitación-. Bueno, cuando no está bebido es encantador, pero tan pronto prueba el vino, ¡Santo Dios, qué animal! No hay nada en el mundo que deteste tanto como los hombres que te dan mordiscos. -Se abrió un poco el albornoz gris para mostrarme las pruebas de lo que ocurre cuando un hombre da un mordisco. No llevaba más que el albornoz-.
Desayuno con diamantes
Truman Capote
-Tengo abajo a un hombre horripilante -dijo, saltando de la escalera de incendios al interior de la habitación-. Bueno, cuando no está bebido es encantador, pero tan pronto prueba el vino, ¡Santo Dios, qué animal! No hay nada en el mundo que deteste tanto como los hombres que te dan mordiscos. -Se abrió un poco el albornoz gris para mostrarme las pruebas de lo que ocurre cuando un hombre da un mordisco. No llevaba más que el albornoz-.
Desayuno con diamantes
Truman Capote
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