lunes, septiembre 24, 2007

Las amistades peligrosas (Choderlos de Laclos)

La señora de Merteuil, sin duda muy estimable, no tiene tal vez otro defecto que el de confiarse demasiado en sus fuerzas; es parecida a un conductor hábil que gusta de regir a su carro entre rocas y precipicios, y a quien sólo el acierto justifica. A medida que va teniendo más experiencia, sus principios son más severos y no temo asegurar que en este punto pensaría como yo.
Por lo que a mí toca, no me justificaré más que las otras. Recibo, sin duda, al señor de Valmont y todo el mundo lo recibe. Pero esto es una inconsecuencia que debe aludirse a mil otras que rigen la sociedad. Usted sabe como yo que se emplea la vida en observarlas, en criticarlas y en prometerlas. El señor de Valmont, con un nombre ilustre, una gran riqueza y muchas cualidades amables, ha conocido muy pronto que para dominar en la sociedad basta saber manejar con igual destreza el elogio y la sátira. Nadie le aventaja en ambas cosas; seduce con la una y se hace temer con la otra. Ninguno le estima, pero todos le acarician. Así vive en medio de un mundo que, más prudente que atrevido, prefiere contemplarle a combatirle.

Las amistades peligrosas
Choderlos de Laclos

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