A todo el mundo se le debería recetar viajar de cuando en cuando –dijo con ardor–. Es más, nadie debería detenerse en ningún lugar más tiempo del necesario. El hombre no es un árbol, y las ataduras constituyen su mayor infortunio, le arrebatan el coraje, le restan seguridad. Al encadenarse, acepta todas las condiciones, incluso las más ingratas, y sólo teme a la precariedad de su existencia. Cambiar le parece un abandono, la pérdida de lo conquistado, la cesión a algún otro del terreno ganado; es empezar de nuevo. El arraigamiento es el verdadero inicio de la vejez, porque el hombre es joven mientras no le asusta recomenzar. Si se radica, el hombre soporta o ataca. Si se va, resguarda su libertad, dispuesto en cualquier momento a mudar de hogar y a variar las condiciones impuestas. ¿Adónde y cómo partir? No te rías, ya sé que no tenemos adónde. Pero podemos, de tarde en tarde, crear un simulacro de libertad. Fingimos partir, fingimos cambiar. Y siempre volvemos, apaciguados, consolados por el engaño.
El derviche y la muerte
Mesa Selimovic
El derviche y la muerte
Mesa Selimovic
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