Fue en ese momento cuando se me ocurrió mirar hacia fuera. Me agradó contemplar, en un pequeño claro entre dos arbustos, la hermosa figura de Lucy, el halcón, apoyada en un banco rústico. Y entonces, para mi sorpresa, vi a Cullen que avanzaba por la izquierda del ave a través del jardín.
[...]
Hice ademán de salir a detenerle, pero antes de que pudiera reaccionar él se limitó a darle un fuerte empujón que la tiró del banco, apartándose de ella al mismo tiempo.
Era obvio que tenía mucho miedo. Con un silbido indigno, ella cayó sobre la hierba. Le había cortado la correa, pero no le había rebanado el pescuezo. También le había quitado la capucha. Desde el suelo, el animal dirigió una mirada rápida y confusa en todas direcciones. Luego, con un gran empujón de las patas y dos o tres sacudidas de alas, emprendió el vuelo, cruzando el jardín y el estanque. Era un espectáculo hermoso. Su instinto de búsqueda aún activo, a un lado y a otro, tratando de descubrir por qué la habían soltado, dónde estaba la presa, sacudiendo la cabeza como si quisiera decir no, no.
La perdí de vista cuando pasó por detrás de un árbol, y también cuando se elevó por encima del cuadro que me permitía ver la ventana de la cocina. Volvió a descender después, con el cuello, las plumas, la cola y las piernas desplegadas, adoptando la forma de una estrella de seis puntas, grande y oscura, temblorosa. Apoyó su peso en el aire por un instante y se posó sobre un poste en un alejado rincón del jardín.
El halcón peregrino
Glenway Wescott
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Hice ademán de salir a detenerle, pero antes de que pudiera reaccionar él se limitó a darle un fuerte empujón que la tiró del banco, apartándose de ella al mismo tiempo.
Era obvio que tenía mucho miedo. Con un silbido indigno, ella cayó sobre la hierba. Le había cortado la correa, pero no le había rebanado el pescuezo. También le había quitado la capucha. Desde el suelo, el animal dirigió una mirada rápida y confusa en todas direcciones. Luego, con un gran empujón de las patas y dos o tres sacudidas de alas, emprendió el vuelo, cruzando el jardín y el estanque. Era un espectáculo hermoso. Su instinto de búsqueda aún activo, a un lado y a otro, tratando de descubrir por qué la habían soltado, dónde estaba la presa, sacudiendo la cabeza como si quisiera decir no, no.
La perdí de vista cuando pasó por detrás de un árbol, y también cuando se elevó por encima del cuadro que me permitía ver la ventana de la cocina. Volvió a descender después, con el cuello, las plumas, la cola y las piernas desplegadas, adoptando la forma de una estrella de seis puntas, grande y oscura, temblorosa. Apoyó su peso en el aire por un instante y se posó sobre un poste en un alejado rincón del jardín.
El halcón peregrino
Glenway Wescott