Después, fallidas las tentativas emprendidas en todas las direcciones, bloqueados los flancos por los montes y el lago, y el frente y la zaga por las filas enemigas, cuando se hizo patente que no quedaba más esperanza de salvación que la diestra y el hierro, entonces, convertido cada uno en su propio jefe y dándose a sí mismo ánimos para el combate, se restableció por completo la lucha no en el orden conocido de vanguardia, lanceros y triarios, de forma que combatiesen unos delante de las enseñas y otros detrás, con cada soldado en su legión, cohorte y manípulo: los agrupaba el azar, y cada uno en la medida de su coraje se alineaba delante o atrás; los ánimos se enardecieron de tal modo, la atención se centró en la lucha hasta tal extremo, que ninguno de los combatientes notó aquel seísmo que arruinó buena parte de muchas ciudades de Italia y desvió de su curso impetuosas corrientes, empujó el mar hacia los ríos y destruyó montañas con enormes desprendimientos.
La batalla del Trasimeno
Historia de Roma desde su fundación (Libro XXII)
Tito Livio
La batalla del Trasimeno
Historia de Roma desde su fundación (Libro XXII)
Tito Livio