lunes, marzo 31, 2008

Errante en la sombra (Federico Andahazi)

Fue ese día, siendo aún un chico que gastaba pantalones cortos, cuando Juan Molina decidió que lo suyo habría de ser el tango. No sólo las canciones, que ya las conocía, sino el Tango. Aquel universo hecho para los más hombres. No bastaba con tener buena voz. Ni siquiera con cantar. El tango constituía un modo de confrontar la existencia, una manera de pararse frente a la vida, una forma de vestirse, de hablar, de fumar y hasta de caminar. [...] el tango no era una herencia familiar, sino, por el contrario, una manzana prohibida, un secreto que se escondía en los cafetines, una Biblia que se predicaba en los cabarets, en los tugurios, en las casas de citas. Y tenía un pontífice, un Santo Padre de sonrisa torcida y chambergo de ala corta y ladeada. Pero, por sobre todas la cosas, el tango era la ilusión de encontrar una respuesta al misterio que constituían las mujeres. O al menos eso creía Molina.

Errante en la sombra
Federico Andahazi

Escenas de cine mudo (Julio Llamazares)

Lo que ya no le perdoné -a don Aniceto no, a Franco- fue que pasara por el cruce de Sabero sin pararse a saludarnos y, sobre todo, que, a los dos o tres meses de aquello, enviara a los guardias civiles a Olleros para castigarnos.
Fue al comienzo del otoño, apenas un mes después de que se hubiera ido la Orquesta Compostelana. Recuerdo que coincidió con el retorno a la escuela y con un temporal de lluvias que duró varios días y que convirtió la plaza, y el pueblo entero, en un mar de barro. Una noche, de repente, hacia la madrugada, oí ruidos en la plaza. Me desperté. Era extraño. Era la primera vez que oía ruidos tan temprano (a juzgar por la oscuridad, todavía era muy pronto para que los mineros del primer turno volvieran ya del trabajo). Desde la ventana de mi habitación, que daba justo a la plaza, vi a varios guardias civiles que caminaban bajo la lluvia cubiertos con sus capotes y chapoteando en el barro. Eran muchos, casi tantos como el día de Franco. Llevaban metralletas como aquel día y los tricornios les brillaban con la lluvia como si fueran cristales (cristales de luna negra, pensé, como si aún siguiera soñando). Al llegar junto a las escuelas, los guardias se separaron y, mientras unos seguían andando, otros entraron en los portales o se apostaron en las esquinas como si estuvieran esperando a alguien. Fue todo lo que alcancé a ver, la única imagen clara que guardo de aquella noche, como si fuera una cartelera de una película que se borró con el tiempo, pues, de repente, llegó mi madre, cerró las contraventanas y me mandó volver a la cama.
El argumento de esa película, la historia que quedó oculta detrás de esa cartelera y de las contraventanas de mi casa, todavía lo recuerdo levemente, sin embargo.

Escenas de cine mudo
Julio Llamazares

El viaje a ninguna parte [Historia equivocada] (Fernando Fernán Gómez)

- Lo de Juanita Plaza fue cuando la muerte del presidente Kennedy. No se me olvida, porque se declaró luto y cerraron todos los teatros y los cafés. Kennedy se había hecho muy amigo de Franco cuando, después de ser elegido presidente, vino a España. En realidad, vino a decirle a Franco dos cosas: que no se vistiera más de legionario y que quitase la censura de los teatros, que también a nosotros a veces nos hacía la puñeta. Lo primero que hizo Kennedy a su llegada a España fue visitar La Mancha, porque era un gran lector del Quijote.
- No lo sabía.
- Sí, sí señor. En todos aquellos pueblos, Navaseca, Revuelta, Pozochico..., hubo fiestas, con las calles adornadas y baile en la plaza, y nosotros hicimos función. Tres días seguidos. Por eso me acuerdo muy bien. El Caudillo y Kennedy con su escolta pasaron como una centella. La gente gritaba a coro: « ¡Kennedy, Kennedy, Kennedy!» y «¡Franco, Franco, Franco!». El dueño del bar nos invitó a los cómicos a una ronda. Luego, cuando mataron a Kennedy, luto. Todo cerrado. Y lo encuentro muy natural.
- Tiene usted algunas fechas cambiadas, algunos datos...
- No puede ser. Luego lo miraré en los recortes.
[...]
- Kennedy murió bastantes años después, más de diez. Y nunca visitó España con el Caudillo.
- Es verdad..., es verdad... Ni el Caudillo quitó la censura de los teatros...

El viaje a ninguna parte
Fernando Fernán Gómez

viernes, marzo 28, 2008

Inquieta compañía (Carlos Fuentes)

Otra cualquiera menos bruta que yo ya se habría ido de la casa dejando a la miserable vieja sola con sus dos gatas: Estrellita y La Chapetes. No sé, me faltaban ovarios, seguro. Mis razones tenía. O sea, lo que no tenía eran medios visibles de sostenimiento, como dicen en las películas gringas cuando entamban a un vago. Ni siquiera poseía los medios invisibles de La Chapetes. Yo no necesitaba sostenes. Mis chichis eran demasiado escuálidas, abominaba de los brasieres rellenos y prefería conformarme con parecer modelito de los sesentas -la Twiggy del Tepeyac, vamos- con mi busto de adolescente perpetua. Dicen que a algunos hombres les gusta. A saber.
Además, mis sentimientos filiales eran ciertos, aunque nadie lo crea. Quería a mi madre a pesar de su mal carácter, que yo me empeñaba en llamar "fuerte personalidad" porque ya sabía que a mí me faltaba. No digo que yo fuese mosca muerta ni que estuviera pintada en la pared.

Inquieta compañía
Carlos Fuentes

La brevedad de los días (Andrés Trapiello)

Estamos hechos de repeticiones, las buscamos, nos amparamos en ellas, desde niños, desde aquellos días lejanos de la infancia en que pedíamos que nos contaran, antes de dormirnos, unos cuentos que habíamos oído cien veces, y exigíamos que nos los contaran de la misma manera y con las mismas palabras, intransigentes con las variantes.
Comprende uno que la poesía no sea para el gran público, pero todas las cosas que suceden en este oscuro rincón de la muy remota Extremadura son poéticas, tanto si se trata del hojalatesco canto de un gallo como de las voces incomprensibles que se lanzan dos hombres de un cerro a otro, el melodioso silbo de una mirla y la muchacha que viene de su huerto y cuyos senos dibujan dos pimpantes botones debajo del vestido.

La brevedad de los días
Andrés Trapiello

jueves, marzo 27, 2008

Joseph Conrad (Virginia Woolf)

Léase a Conrad, no en los libros que se regalan en los cumpleaños sino todo él, y en verdad estará perdido para el significado de las palabras quien no escuche en esa música un tanto rígida y sombría, con su reserva, su orgullo, su integridad vasta e implacable, que es mejor ser bueno que malo, que la lealtad es buena junto con la honestidad y el valor, aunque ostensiblemente a Conrad sólo le preocupa mostrarnos la belleza de una noche pasada en el mar. Pero es una labor desaconsejable extraer esas percepciones de su elemento, resecadas en nuestros platillos, sin la magia y el misterio del lenguaje, pierden la capacidad de excitarnos y estimularnos; pierden ese poder extremo que es la cualidad constante de la prosa de Conrad.

Joseph Conrad
Virginia Woolf

El corazón de las tinieblas (Joseph Conrad)

Un barco es muy parecido a otro y el mar es siempre el mismo. En la inmutabilidad de cuanto los circunda, las costas extranjeras, los rostros extranjeros, la variable inmensidad de vida se desliza imperceptiblemente, velada, no por un sentimiento de misterio, sino por una ignorancia ligeramente desdeñosa, ya que nada resulta misterioso para el marino a no ser la mar misma, la amante de su existencia, tan inescrutable como el destino. Por lo demás, después de sus horas de trabajo, un paseo ocasional, o una borrachera ocasional en tierra firme, bastan para revelarle los secretos de todo un continente, y por lo general decide que ninguno de esos secretos vale la pena de ser conocido. Por eso mismo los relatos de los marinos tienen una franca sencillez: toda su significación puede encerrarse dentro de la cáscara de una nuez. Pero Marlow no era un típico hombre de mar (si se exceptúa su afición a relatar historias), y para él la importancia de un relato no estaba dentro de la nuez sino afuera, envolviendo la anécdota de la misma manera que el resplandor circunda la luz, a semejanza de uno de esos halos neblinosos que a veces se hacen visibles por la iluminación espectral de la claridad de la luna.

El corazón de las tinieblas
Joseph Conrad

Luces de Bohemia (Ramón María del Valle-Inclán)

Max Estrella: ¡Para mí, siempre es de noche! Hace un año que estoy ciego. Dicto y mi mujer escribe, pero no es posible.
El Ministro: ¿Tu mujer es francesa?
Max Estrella: Una santa del Cielo, que escribe el español con una ortografía del Infierno. Tengo que dictarle letra por letra. Las ideas se me desvanecen. ¡Un tormento! Si hubiera pan en mi casa, maldito si me apenaba la ceguera. El ciego se entera mejor de las cosas del mundo, los ojos son unos ilusionados embusteros. ¡Adiós, Paco! Conste que no he venido a pedirte ningún favor. Max Estrella no es el pobrete molesto.
El Ministro: Espera, no te vayas, Máximo. Ya que has venido, hablemos. Tú resucitas toda una época de mi vida, acaso la mejor.

Luces de Bohemia
Ramón María del Valle-Inclán

miércoles, marzo 26, 2008

La traición de Rita Hayworth (Manuel Puig)

¿Cómo es posible que se rechace una palabra sin saber su significado? Es algo que me ha ocurrido varias veces. Pese a que la palabra «wyllis» figuraba en el ballet «Giselle», tan famoso, siempre rehusé leer el argumento, algo me había puesto en guardia contra «Giselle», sabía sólo que Giselle era una wyllis.
Hoy no pude menos que enterarme. Las wyllis son simplemente las vírgenes que se suicidan y van después de muertas a habitar los bosques donde de noche bailan hasta el amanecer tomadas de la mano para no perderse, repitiendo los pasos de danza de la reina de las wyllis, quien para impedir que las desdichadas escapen con algún pastor extraviado en la floresta, inventa pasos más y más extenuantes, y obliga a todas las wyllis a danzar y danzar hasta agotar las fuerzas. Llegada la luz del día sus cuerpos se desvanecen, sólo la luz de la luna las podrá tornar corpóreas, nuevamente, al caer la noche.

La traición de Rita Hayworth
Manuel Puig

Cantos íberos [La poesía es un arma cargada de futuro] (Gabriel Celaya)

Cuando ya nada se espera personalmente exaltante
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmando,
como un pulso que golpea las tinieblas,
cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades:
Se dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten excesivo.
Con la velocidad del instinto,
con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos convierte
en lo idéntico a sí mismo.
Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.
Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quienes somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.
Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.
Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica, qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.
Tal es mi poesía: Poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.
No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.
Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: Lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra, son actos.

La poesía es un arma cargada de futuro, de Cantos íberos
Gabriel Celaya

martes, marzo 25, 2008

El idiota (Fedor Dostoievski)

Un hombre fue conducido un día al cadalso con otros condenados y le leyeron la sentencia que le condenaba a ser fusilado. Veinte minutos más tarde se le notificó el indulto y la conmutación de su pena. Antes habían sido conducidos y atados a los postes y él sabía de antemano en lo que pensaría: toda su ansia era imaginarse, con la mayor rapidez y claridad posibles, cómo sería aquello: en aquel instante vivía y existía. Pero después confesó que nada le fue más penoso que este pensamiento_ Si no muriese. Si me devolviesen la vida. ¡Qué eternidad se abriría ante mí! Transformaría cada minuto en un siglo de vida; no despreciaría ni un solo instante y llevaría cuenta de todos los minutos para no malgastarlos.

El idiota
Fedor Dostoievski

Apología de la novela policíaca (Alejo Carpentier)

El delincuente, el bandido genial, puede resultar mucho más lleno de interés que el sabueso que le muerde los talones. No debe olvidarse que, el criminal, tiene una superioridad filosófica sobre el detective. El criminal aparece como elemento creador, como hombre bastante hábil, desmoralizado o cruel, para ser capaz de situar la sociedad organizada ante una situación anormal. Su acto altera un equilibrio preestablecido, colocando a sus semejantes ante un hecho originado por su sola voluntad. Es acto de afirmación; equivale a la invención de un problema, más o menos intrincado, del que sólo ofrece las bases, sin indicar los medios que han de llevarnos a resolverlo. El detective encuentra un problema perfectamente planteado, que excluye toda participación por su parte, y del que sólo puede explicarnos el mecanismo si acierta en su tarea investigadora. El detective es al delincuente lo que el crítico de arte es al artista; el delincuente inventa, el detective explica.

Apología de la novela policíaca
Alejo Carpentier

viernes, marzo 14, 2008

Pactos Diabólicos en Flores [El hombre que pedía demasiado] (Alejandro Dolina)

Satanás: ¿Qué pides a cambio de tu alma?
Hombre: Exijo riquezas, posesiones, honores y distinciones.... Y también juventud, poder, fuerza y salud... Exijo sabiduría, genio, prudencia... Y también renombre, fama, gloria y buena suerte... Y amores, placeres, sensaciones... ¿Me darás todo eso?
Satanás: No te daré nada.
Hombre: Entonces no tendrás mi alma.
Satanás: Tu alma ya es mía. (Desaparece)

El hombre que pedía demasiado, de Pactos Diabólicos en Flores
Alejandro Dolina

Extracción de la piedra de locura [Cantora nocturna] (Alejandra Pizarnik)

La que murió de su vestido azul está cantando.
Canta imbuida de muerte al sol de su ebriedad.
Adentro de su canción hay un vestido azul,
hay un caballo blanco, hay un corazón verde
tatuado con los ecos de los latidos de su corazón muerto.
Expuesta a todas las perdiciones,
ella canta junto a una niña extraviada
que es ella: su amuleto de la buena suerte.
Y a pesar de la niebla verde en los labios
y del frío gris en los ojos,
su voz corroe la distancia que se abre
entre la sed y la mano que busca el vaso.
Ella canta.

Cantora nocturna, de Extracción de la piedra de locura
Alejandra Pizarnik

Extracción de la piedra de la locura [Las promesas de la música] (Alejandra Pizarnik)

Detrás de un muro blanco la variedad del arcoiris. La muñeca en su jaula está haciendo el otoño. Es el despertar de las ofrendas. Un jardín recién creado, un llanto detrás de la música. Y que suene siempre, así nadie asistirá al movimiento del nacimiento, a la mímica de las ofrendas, al discurso de aquella que soy anudada a esta silenciosa que también soy. Y que de mí no quede más que la alegría de quien pidió entrar y le fue concedido. Es la música, es la muerte, lo que yo quise decir en noches variadas como los colores del bosque.

Las promesas de la música, de Extracción de la piedra de la locura
Alejandra Pizarnik

El infierno musical [La palabra que sana] (Alejandra Pizarnik)

Esperando que un mundo sea desenterrado por el lenguaje, alguien canta el lugar en que se forma el silencio. Luego comprobará que no porque se muestre furioso existe el mar, ni tampoco el mundo. Por eso cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosa.

La palabra que sana, de El infierno musical
Alejandra Pizarnik

viernes, marzo 07, 2008

Diario de un Skin (Antonio Salas)

Afirman los expertos que el rude boy es el primitivo skinhead, que viste de forma elegante imitando a sus héroes de las películas de gángsters, como harán poco después los mods, antes de afeitar sus cabezas y entrar en contacto con partidos políticos de extrema derecha.
En 1962 Jamaica consigue la independencia de Gran Bretaña y se vive una etapa de fiesta en la que musicalmente se desarrolló el rocksteady proveniente del ska y posteriormente el reggae (la palabra reggae se empezó a utilizar gracias a la canción de Toots and The Maytals llamada Do the Reggay que, según explicaciones del propio Toots, se refiere a la regular people, la gente normal de a pie, la gente de la calle, el concepto de clase obrera posteriormente popularizado por los skinheads).
Durante esta época multitud de jóvenes jamaicanos emigran a Gran Bretaña para conseguir trabajo y con ellos transportan su música, ya convertidas algunas canciones en auténticos himnos rock, como 007 de Desmond Dekker, que consiguió colarse en los primeros puestos de las listas inglesas, además de lanzar el fenómeno rudeboy por todo el continente (menos en España, aquel entonces se bailaba La chica ye-ye).

Diario de un Skin
Antonio Salas

La violonchelista (Otávio Augusto Martinez)

Al subir por las escaleras mecánicas, empecé a oír un sonido profundo e hipnótico en medio del ruido incesante de la estación, del chillar de los trenes. Con el informe debajo del brazo, una vez más sin saber porqué, seguí la dirección de aquel sonido, precipitado, como es bien común andar en estos sitios aunque no se esté con prisa. El sonido era grave. “Un violonchelo? Sí – era un violonchelo!” Tocaba algo minimalista, arpegiaba unos acordes, algo escandalosamente simple, pero imbuido de un lirismo que nunca vi igual, de un dramatismo profundo. “Philip Glass?”

La violonchelista
Otávio Augusto Martinez

jueves, marzo 06, 2008

El Arte Contemporáneo (Francisco Calvo Serraller)

... Libre, moderno y circunstancialmente vanguardista, no se podría explicar el arte de nuestra época sin atender a una de sus características más revolucionarias y esenciales: la de que es ya por definición un arte público, es decir, un arte concebido, ejecutado y dirigido para el consumo anónimo, para el mercado. Muy significativamente, el mecanismo que hizo posible el encuentro del arte con el público, el de las exposiciones temporales, fue creado en el siglo XVIII y no ha parado de extenderse desde entonces. Fue por eso por lo que el pensador Walter Benjamin dictaminó que, en el arte contemporáneo, lo exhibitivo había acaparado de tal forma el sentido de la obra de arte que ésta ya carecía de “aura”, ese resplandor sagrado que tradicionalmente la enaltecía como objeto de culto.
... Por lo demás, que hoy todavía discutamos qué es arte, sabiendo además que no llegaremos ya probablemente jamás a ninguna formulación dogmática definitiva al respecto, no nos priva de la experiencia y del saber derivado a partir de la historia de esta aventura, es decir, que quizá no sabemos adónde vamos exactamente por la senda del arte actual, pero eso no significa que estemos ciegos.

El Arte Contemporáneo
Francisco Calvo Serraller

lunes, marzo 03, 2008

¡Salvemos el Jazz! (Gilad Atzmon)

Es triste, pero el jazz ya no es una forma subversiva de arte. Ni siquiera es gimnásticamente atractiva. Ha pasado a ser un mero género marginal asociado con la música ambiental de fácil audiencia, al estilo de Kenny G y Norah Jones. Unos pocos veteranos de la primera y de la segunda generación todavía están entre nosotros y tocan tan bien como siempre, y prometedores jóvenes talentos hacen cola a la espera de entrar en una escena cada vez más restringida. Pero ni los unos ni los otros son activistas sociales.
El jazz todavía está lo bastante asentado como para ocupar la parte de atrás del segundo piso de cualquier tienda de discos, lo cual es algo que encaja a la perfección en la filosofía globalizadora del mercado. Nos ofrece una imagen de diversidad de un mercado musical rico en sonidos y colores. En la tienda se nos dice: «Pida lo que quiera, lo tenemos». Y tienen razón, uno puede ahora comprar el álbum revolucionario A Love Supreme de Coltrane sólo por 10 euros en cualquier tienda de música. ¡Qué ganga, menudo regalo de Navidad! Nuestro fiel Big Brother casi ha vencido. El mensaje espiritual y político del jazz casi está derrotado.
Aquí es donde yo trato de interferir. Como músico bop, me niego a considerar el jazz como una aventura técnica. El jazz no trata de la velocidad con que muevo mis dedos o de la complejidad de mis figuras rítmicas. Insisto en que el jazz no es una forma de conocimiento, sino un estado de ánimo. El jazz es una visión del mundo, una forma innovadora de resistencia.

¡Salvemos el Jazz!
Gilad Atzmon

La ventana siniestra (Raymond Chandler)

—Hay algo que quería aclarar —manifestó finalmente—. Todo lo que usted nos contó puede ser perfectamente cierto, y sin embargo, podría no estar diciendo la verdad. ¿Me entiende?
—No —respondí yo, que lo había entendido muy bien.
Tamborileó sobre su rodilla y me estudió con una mirada lenta. No era hostil, ni siquiera desconfiado. Era un hombre tranquilo que cumplía con su deber.
—Por ejemplo... Usted está realizando un trabajo. No sabemos de qué se trata. Phillips jugaba al detective privado. Él tenía una misión. Lo estaba siguiendo. ¿Cómo podemos saber, a menos que usted lo explique, que los trabajos de ustedes dos no tenían alguna relación? Y si es así, eso nos interesa. ¿Entiende?
—Ésa es una forma de verlo —contesté—. Pero no es la única y tampoco la mía.
—No lo olvido. Pero tampoco olvido que hace mucho que estoy en esta ciudad, más de quince años. Vi pasar muchos casos de asesinato. Algunos fueron resueltos, otros no pudieron ser descifrados, y algunos que pudieron serlo no lo fueron. Y uno o dos o tres de ellos fueron resueltos equivocadamente. Se le pagó a alguien para que cargase con la culpa y es muy probable que eso fuese sabido o fundadamente sospechado. Y olvidado. Pero pasemos eso por alto. Ocurre, pero no con frecuencia.

La ventana siniestra
Raymond Chandler

sábado, marzo 01, 2008

La tentación de existir (Emile Cioran) [Negar]

Los hay que van de afirmación en afirmación: su vida es una serie de síes... Aplaudiendo a lo real o a lo que les parece tal, consienten en todo y no tienen ningún empacho en decirlo. No hay anomalía que no expliquen o no coloquen entre las cosas «que pasan». Cuanto más se dejan contaminar por la filosofía, más, en el espectáculo de la vida y la muerte, son un público complaciente.
Para otros, acostumbrados a la negación, afirmar exige no solamente una voluntad de obnubilación, sino un esfuerzo contra sí mismo, un sacrificio: ¡cuánto les cuesta el menor sí! ¡Qué apostasía! Saben que un sí no viene nunca solo, que implica otro, toda una serie: ¿Cómo se van a arriesgar a él a la ligera? Esto no impide que la seguridad del no les irrite. Así nace en ellos la necesidad y la curiosidad de afirmar cualquier cosa.
Negar: no hay nada como eso para emancipar el espíritu. Pero la negación no es fecunda más que el tiempo en que nos esforzamos en conquistarla y apropiárnosla; una vez adquirida, nos aprisiona; una cadena como otra cualquiera. Esclavitud por esclavitud, más vale orientarse hacia la del ser, aunque sea al precio de cierto desgarramiento: no se trata, ni más ni menos, que de sustraerse al contagio de la nada, al confort de un vértigo...

La tentación de existir
Emile Cioran