Alguna vez en los tiempos pasados, al instruir a los niños, algún indio chiquitín de ojos almendrados le había preguntado: “¿Cómo es Dios?”, y él solía contestar fácilmente haciendo referencia al padre y a la madre, o quizá con mayor ambición, incluía hermano y hermana, y procuraba dar una idea de todos los cariños y parentescos, combinados en una pasión inmensa y, no obstante, personal... Pero en el centro de su propia fe permanecía siempre la convicción misteriosa de que estamos hechos a imagen de Dios: Dios era el padre, pero también el policía, el criminal, el cura, el maníaco y el juez. Algunas veces la imagen de Dios colgaba de una horca o adoptaba raras actitudes ente las balas en el patio de una cárcel o se retorcía como un camello durante el acto sexual. Sentábase en el confesonario y escuchaba las ingenuidades complicadas y sucias que la imagen de Dios había imaginado. Y ahora esta imagen se bamboleaba, arriba y abajo, sobre el lomo de la mula, con los dientes amarillos clavados en el labio inferior; y la misma imagen había cometido un día su acto de rebelión con María, en la cabaña, entre las ratas. A veces debe de ser un consuelo para el soldado, el que sean iguales las atrocidades cometidas por ambas partes: nadie jamás era el único.
El poder y la gloria
El poder y la gloria
Graham Greene
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