Un hombre ridículo, desde el instante en que advierte su ridiculez, trata de modificarse, al menos en lo externo. Si Harpagón viese que nos reíamos de su avaricia, no digo que se corrigiera, pero sí que procuraría encubrirla o al menos darle otro cariz. Digámoslo desde ahora: sólo en este sentido se puede afirmar que la risa castiga las costumbres, haciendo que nos esforcemos por parecer lo que debiéramos ser, lo que indudablemente llegaremos a ser algún día.
La risa
Henry Bergson
La risa
Henry Bergson
1 comentario:
já, es posible, vaya usted a saber qué pasaría si. A lo peor, seguiríamos como si tal.
Publicar un comentario