Receloso, con el nudillo de los dedos, pendiente de un hilo su alma y el corazón redoblándole a manera de tamboril, así llamó Adán Buenosayres antes de entrar en la habitación ajena. Luego, contenida su respiración, escuchó largamente, ansioso de sorprender adentro alguna señal de vida. Pero un silencio duro reinaba en el interior del antro, como si la habitación número cinco no fuese hueca sino maciza. Entonces, a puño cerrado, Adán Buenosayres insistió en su golpeteo; y como escuchase otra vez apoyando su oído en la tabla, volvió a responderle un silencio que parecía gozarse en su misma perfección.
«Koriskos no responde —se dijo Adán—. Koriskos duerme.»
Adán Buenosayres
Leopoldo Marechal
«Koriskos no responde —se dijo Adán—. Koriskos duerme.»
Adán Buenosayres
Leopoldo Marechal
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