.- Llega el verano, luego el invierno - dijo Susana-. Las estaciones pasan. La pera madura se hincha y cae del árbol. La hoja muerta reposa sobre su borde estrecho, pero el vapor ha oscurecido la ventana. Sentada junto al fuego, vigilo el hervor del agua en la tetera y, a través del vidrio de la ventana opacado por el vapor, percibo el peral del jardín.
«Duerme, hijo mío, duerme...» musito en verano como en invierno, en mayo como en noviembre. Duerme, canto yo que no soy melodiosa y que no escucho jamás otra música que la rústica del ladrido de un perro, del tañido de una campana o de las ruedas de la carreta al hollar la arenilla. Sentada junto al fuego, canto mi canción igual que una vieja concha de mar que susurrara a orillas del océano. [...] Duerme, hijo mío, digo, duerme, mientras el agua hierve en la tetera y su aliento se hace más y más espeso brotando con un impulso poderoso. Así llena la vida mis venas repartiéndose por todo mi cuerpo. Así avanzo al impulso de la vida y, sin embargo, hay momentos en que podría gritar cuando abro las ventanas al alba o cuando las cierro al crepúsculo: ¡No más! ¡Estoy ahíta de esta sencilla felicidad!
Las olas
Virginia Woolf
Las olas
Virginia Woolf
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