Era don Zana un hombre guapito y risueño, flaco y con los hombros anchos y angulosos. Su pecho era un trapecio. Vestía camisa blanca, una chaqueta de franela verde, corbata de lazo, pantalón claro y zapatitos de color corinto en el pie pequeño y bailarín. Éste era don Zana “El Marioneta”, el que bailaba sobre las mesas y los ataúdes. Despertó un día, colgado en el polvoriento almacén de un teatro, junto a una señora del siglo XVIII con muchos bucles blancos y cara de cornucopia. La señora, aunque había bailado con él en los teatros de París, no despertó, porque tenía menos temperamento. Por un ventanuco, al tejado se fue don Zana, y anduvo algunos días bailoteando por las tejas, asustando a las gentes que vivían en los áticos y en las buhardillas.
Don Zana andaba ahora libre por las calles, al antojo de sus zapatos color corinto, sin que nada ni nadie lo retuviera.
Industrias y andanzas de Alfanhuí, Segunda Parte, I
Don Zana andaba ahora libre por las calles, al antojo de sus zapatos color corinto, sin que nada ni nadie lo retuviera.
Industrias y andanzas de Alfanhuí, Segunda Parte, I
Rafael Sánchez Ferlosio
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