- ¿Qué harías tú en mi lugar? – pregunta otra vez Orestes.
El viejo se levanta y se sienta a la puerta de la casa, en el cepo de partir leña. Se rasca la calva cabeza.
- ¡Vaya, yo en el momento haría cualquier cosa, cortarle los testículos al querido de mi madre! Pero, pasados esos años que dices, y vistas las cosas con la frialdad que regala la distancia, y viendo que esa obsesión me estropea la puta vida, lo dejaría. ¡Claro que lo dejaría! Me haría otra vida por ahí, una vida de verdad, con oficio, con obligaciones, bien casado, la ropa siempre planchada, casa propia, hijos... Yo conocí a uno que quería matar a su padrastro, y el padrastro le mandaba melones cuando atracábamos en el puerto de la villa en que vivía. Era un marinero de mi nave. Y empeñado en que su padrastro le estaba comiendo la viña y una pareja de bueyes, amén de acostarse con su madre - y esto a nadie le gusta que lo haga un forastero. Yo le pedía que no lo matase, que sería un descrédito para la nave, y le aseguraba que, cuando menos lo pensase, el padrastro moriría de desgracia. Y así fue. Vino el padrastro con tres melones, resbaló en la escalerilla, se dio un golpe contra un ancla de repuesto que estaba en el muelle, y quedó en el sitio.... Mientras comíamos los melones, yo le decía que aquello estaba previsto. Y lo mejor del caso es que al siguiente viaje, cuando mi marinero fue a hacerse cargo de su viña y de su pareja de bueyes, se encontró con que su madre se había vuelto a casar, con la novedad de una red con membrillos colgada del techo, que el nuevo marido era muy delicado de nariz, y quería un perfume distinto al que reinaba en la habitación con sus antecesores.
- ¿No mató a la madre? – preguntó Orestes.
El viejo se levanta y se sienta a la puerta de la casa, en el cepo de partir leña. Se rasca la calva cabeza.
- ¡Vaya, yo en el momento haría cualquier cosa, cortarle los testículos al querido de mi madre! Pero, pasados esos años que dices, y vistas las cosas con la frialdad que regala la distancia, y viendo que esa obsesión me estropea la puta vida, lo dejaría. ¡Claro que lo dejaría! Me haría otra vida por ahí, una vida de verdad, con oficio, con obligaciones, bien casado, la ropa siempre planchada, casa propia, hijos... Yo conocí a uno que quería matar a su padrastro, y el padrastro le mandaba melones cuando atracábamos en el puerto de la villa en que vivía. Era un marinero de mi nave. Y empeñado en que su padrastro le estaba comiendo la viña y una pareja de bueyes, amén de acostarse con su madre - y esto a nadie le gusta que lo haga un forastero. Yo le pedía que no lo matase, que sería un descrédito para la nave, y le aseguraba que, cuando menos lo pensase, el padrastro moriría de desgracia. Y así fue. Vino el padrastro con tres melones, resbaló en la escalerilla, se dio un golpe contra un ancla de repuesto que estaba en el muelle, y quedó en el sitio.... Mientras comíamos los melones, yo le decía que aquello estaba previsto. Y lo mejor del caso es que al siguiente viaje, cuando mi marinero fue a hacerse cargo de su viña y de su pareja de bueyes, se encontró con que su madre se había vuelto a casar, con la novedad de una red con membrillos colgada del techo, que el nuevo marido era muy delicado de nariz, y quería un perfume distinto al que reinaba en la habitación con sus antecesores.
- ¿No mató a la madre? – preguntó Orestes.
- ¿Y quién es uno para matar a la madre? Bebe y duerme, muchacho, que ya te despertaré para la cena, que hay salchichón con coliflor. ¡A lo mejor la misma cena que, a la misma hora, están haciendo tus adúlteros!
Un hombre que se parecía a Orestes
Álvaro Cunqueiro
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