- Yo estoy a la espera, como pueda estarlo el rey Egisto, porque conviene que haya un testigo para los siglos. Y todos los sucesos del mundo los reduzco a la gran expectación de la llegada del vengador, y tomo notas para adornar la historia. Y ahora mismo, cuando tú montes en tu caballo y marches hacia tu país, señor Eumón, subiré a mi biblioteca, y en uno de mis cuadernos, por si conviene prestarle este gesto a Orestes, apuntaré el que tú tienes frecuente de llevar el dedo índice de la mano derecha a la despejada frente, como ordenando a un oculto pensamiento que comparezca. Tengo apuntados, inclusive, gestos de animales, un desperezo de felinos, el alargar del cuello del lobo que asoma a una encrucijada, la paciencia distraída del hurón, la cabeza erguida del azor que acaba de entregar la pieza que ha cobrado... Mi Orestes será variado, porque es el hombre, el ser humano. Si el público de teatro fuese educado en fisiognómica, haría un acto solamente con los gestos, pasos, escuchas, dudas, preparativos para el acto vengador del joven príncipe. Lo titularía “La aproximación de Orestes”, sería de gran utilidad para cazadores de bestias salvajes, y una luz estaría siempre sobre el rostro del protagonista, sobre sus manos, sobre sus pies, no dejando perder nada de la infinita muestra de sus movimientos.
Un hombre que se parecía a Orestes
Álvaro Cunqueiro
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