Luego de un considerable trabajo, el relato fue escrito y publicado en una revista de amplia circulación.
¿Usted se sorprende? Lo entiendo; es como si yo mismo hubiese firmado mi propia sentencia de muerte con tinta imborrable, enviándome directamente a la horca. Sin embargo, omití una sola pieza de la historia: el desenlace, el final inesperado, la vuelta de tuerca. Como todos los cuentos respetables, este también tiene su vuelta, una vuelta por cierto tan violenta como para arrancar a la Tierra de su órbita. No fue escrito con otro propósito.
Mediante esta vuelta de tuerca el cuento mismo se aparece de pronto como mi última orden al poder, mi última sentencia de muerte.
¿Contra quién? ¡Naturalmente, contra el lector del cuento!
Ingenioso, de veras, admitirá usted de buena gana. Mientras queden en circulación ejemplares de la revista (y esto está asegurado por la muerte misma de las víctimas) el poder continuará aniquilando. El único a quien no irán a molestar será al autor, pues ningún tribunal aceptará testimonio indirecto, ¿y quién vivirá para dar testimonio directo?
Pero dónde, pregunta usted, fue publicado el relato, temiendo comprar inadvertidamente la revista, y leerla.
Yo le respondo: ¡Aquí! Es el relato que tiene usted delante de los ojos. Saboréelo bien, cuando termine de leerlo usted también terminará. Mientras lee estas últimas líneas se sentirá abrumado de horror y revulsión, luego de miedo y pánico. El corazón se le encoge... le tiembla el pulso... se le nubla la mente... la vida se le escapa... se está hundiendo, poco a poco... unos segundos más y entrará usted en la eternidad... tres... dos... uno... ¡Ahora! Cero.
Ahora cero
J. G. Ballard
¿Usted se sorprende? Lo entiendo; es como si yo mismo hubiese firmado mi propia sentencia de muerte con tinta imborrable, enviándome directamente a la horca. Sin embargo, omití una sola pieza de la historia: el desenlace, el final inesperado, la vuelta de tuerca. Como todos los cuentos respetables, este también tiene su vuelta, una vuelta por cierto tan violenta como para arrancar a la Tierra de su órbita. No fue escrito con otro propósito.
Mediante esta vuelta de tuerca el cuento mismo se aparece de pronto como mi última orden al poder, mi última sentencia de muerte.
¿Contra quién? ¡Naturalmente, contra el lector del cuento!
Ingenioso, de veras, admitirá usted de buena gana. Mientras queden en circulación ejemplares de la revista (y esto está asegurado por la muerte misma de las víctimas) el poder continuará aniquilando. El único a quien no irán a molestar será al autor, pues ningún tribunal aceptará testimonio indirecto, ¿y quién vivirá para dar testimonio directo?
Pero dónde, pregunta usted, fue publicado el relato, temiendo comprar inadvertidamente la revista, y leerla.
Yo le respondo: ¡Aquí! Es el relato que tiene usted delante de los ojos. Saboréelo bien, cuando termine de leerlo usted también terminará. Mientras lee estas últimas líneas se sentirá abrumado de horror y revulsión, luego de miedo y pánico. El corazón se le encoge... le tiembla el pulso... se le nubla la mente... la vida se le escapa... se está hundiendo, poco a poco... unos segundos más y entrará usted en la eternidad... tres... dos... uno... ¡Ahora! Cero.
Ahora cero
J. G. Ballard
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