Llegó el momento de decir, ahora llegó, que la Península Ibérica se apartó de repente, toda ella por entero y por igual, diez súbitos metros, quién me va a creer, se abrieron los Pirineos de arriba abajo como si de las alturas hubiera caído un hacha invisible, introduciéndose en las brechas profundas, cortando la tierra hasta el mar, ahora sí, ahora podemos ver al Irati cayendo, mil metros, como el infinito, en caída libre, abriéndose al viento y al sol, abanico de cristal o cola de ave del paraíso, es el primer arco iris suspendido sobre el abismo, el primer vértigo de gavilán que con las alas mojadas planea, teñidas de siete colores. Y veríamos también el Visaurín, el monte Perdido, el pico Perdiguero, el de Estats, dos mil metros, tres mil metros de escarpes insoportables de mirar, ni el fondo se les alcanza, brumoso de agua y de distancia, y después vendrán las nubes nuevas al ampliarse este espacio, tan seguro como que existe el destino.
La balsa de piedra
José Saramago
La balsa de piedra
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