Éramos jóvenes, la “jeunesse dorée”. Aparecíamos en las horribles secciones de “Sociales” de los periódicos con una sonrisa de oreja a oreja. Teníamos una copa en la mano. Bebíamos champagne. Los noviecitos nos llevaban serenata con mariachis de guitarrón y trompeta que costaban mucho dinero y nos cantaban: “Muñequita linda de cabellos de oro, de dientes de perla, labios de rubí”. La casa se llenó de flores y cajas de chocolate. ¡Qué felices, qué ricos, qué sanos éramos!
Acudíamos con nuestros vestidos hampones y escotados muy parecidos a los de Scarlet O’Hara a las embajadas de Francia, de Italia, de Estados Unidos. Clark Gable iba a aparecer en nuestras vidas como se le apareció a Scarlet O’Hara en Lo que el viento se llevó. Estábamos tan seguras de ser bonitas y apetecibles que lo éramos.
Bailábamos el vals con jóvenes de smoking que serían empresarios y banqueros, jóvenes de “nuestra clase”. Los fines de semana transcurrían en Acapulco. “En el mar la vida es más sabrosa.”
El niño
Elena Poniatowska
Acudíamos con nuestros vestidos hampones y escotados muy parecidos a los de Scarlet O’Hara a las embajadas de Francia, de Italia, de Estados Unidos. Clark Gable iba a aparecer en nuestras vidas como se le apareció a Scarlet O’Hara en Lo que el viento se llevó. Estábamos tan seguras de ser bonitas y apetecibles que lo éramos.
Bailábamos el vals con jóvenes de smoking que serían empresarios y banqueros, jóvenes de “nuestra clase”. Los fines de semana transcurrían en Acapulco. “En el mar la vida es más sabrosa.”
El niño
Elena Poniatowska
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