Cuando un comando chechenio armado invade un teatro lleno de gente en Moscú y toma como rehenes entre setecientos y mil espectadores, sin duda alguna se trata de un acto terrorista. George Bush felicita a Volodia por haberle puesto fin. Su portavoz Ari Fleischer, declara: “No hay excusas en ninguna parte del mundo para quienes usan el terror contra población civil inocente”. Bien dicho. Los periodistas presentes en la conferencia de prensa asienten pero le señalan que semejante razonamiento debería llegar hasta sus últimas consecuencias, pues no muy lejos de Moscú, en el Cáucaso, existe un ejército pletórico que usa y abusa del “terror contra una población civil inocente”. Y le recuerdan que en el transcurso de la campaña presidencial su jefe, George Bush, había previsto recortar los créditos a esa Rusia que, en Chechenia, se consagra “al asesinato de mujeres y de niños inocentes”. ¿Cómo se puede creer que la Santa Alianza de los Estados que se proclaman antiterroristas haya mezclado tan bien las cartas y los conceptos? ¿Por qué sembrar la confusión estableciendo dos pesos y dos medidas diferentes según sea la víctima chechena o rusa? La toma de rehenes se condena –justamente -, la masacre de todo un pueblo se consiente –escandalosamente -. Las declaraciones de fe antiterroristas, ingenuas y perentorias, desarrollan su anfibiología, lo justifican todo y cansan al parroquiano. Seamos precisos.
Occidente contra Occidente
André Glucksmann
Occidente contra Occidente
André Glucksmann
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