Nota: no fui yo, sino él, quien percibió en primer lugar el vínculo masónico de nuestro parecido; y como el propio parecido había sido determinado por mí, yo me encontraba en una sutil relación —de acuerdo con sus cálculos inconscientes— de dependencia con él, como si yo fuese el imitador y él el modelo. Naturalmente, siempre preferimos que la gente diga «Ese hombre se le parece a usted», que lo contrario. Al pedirme ayuda, aquel pícaro de tres al cuarto se limitaba a tantear el terreno con vistas a futuras peticiones. En el fondo de su confuso cerebro pululaba, tal vez, la idea de que yo tenía que estarle agradecido por la generosidad que había tenido él al concederme, por el solo hecho de su existencia, la oportunidad de tener su mismo aspecto. Nuestro parecido me sonaba a monstruosidad que casi rozaba lo milagroso. Lo que a él le interesaba era sobre todo que yo sintiera deseos de encontrar algún parecido. Ante mis ojos, él era mi doble, a saber, un ser físicamente idéntico a mí. Fue esta absoluta igualdad lo que me produjo una emoción tan intensa. Por su parte, él veía en mí a un imitador sospechoso. Quiero, no obstante, subrayar especialmente lo tenues que eran sus ideas. Estoy seguro de que el muy zoquete hubiese sido incapaz de entender los comentarios que esas ideas suyas me inspiraban.
Desesperación
Vladimir Nabokov
Desesperación
Vladimir Nabokov
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