Silverio Franconetti nació en Sevilla en 1831, de padre italiano, como indica su primer apellido, y de madre andaluza, nacida en Alcalá de Guadaira. En Morón de la Frontera los padres de Silverio le escogieron el oficio de sastre, oficio que tendría que aprender en una tienda de su tío, pero el chiquillo gustaba más de la frecuentación de los gitanos cantaores que del jaboncillo y las tijeras, sobre todo cuando llegaba a Morón el Fillo, el cual animó a Silverio a dedicarse al cante. Silverio se fue a Sevilla, en donde, según se ha dicho, y desoyendo consejos no muy espabilados, se negó a aprender música. Cantó en Sevilla, viajó a Madrid, donde colaboró intensamente en la propagación del cante, y en 1856 cruzó el Atlántico y desembarcó en Amñérica del Sur. Anduvo ocho años en Montevideo, ocupado primero como sastre y luego, en tiempos de paz, como picador de toros y, en tiempos de guerra, como soldado de la República del Uruguay. Como vulgarmente se dice: no había forma de hacer carrera de él. Llevó su independencia y su inquietud al cante ya de regreso a España en 1864, fecha en que contriubyó fervorosamente en la empresa de propagación del flamenco, primero cantando en varias capitales españolas, predominantemente de Andalucía, luego asociándose a Manuel el Burrero para abrir el establecimiento que llevó ese nombre, y finalmente inaugurando y regentando un café-cantante propio, el Café de Silverio: el que ha pasado a la historia de la flamencología como el más serio de su época.
Memoria del flamenco
Félix Grande
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