Interrumpí mis abluciones matinales. Un traqueteo insoportable hacía retemblar los cristales. Me asomé a la ventana. El camión de la basura trituraba metódicamente los residuos expelidos automáticamente por el edificio durante la noche mientras el conductor preguntaba por la salud de todos y cada uno de los familiares del portero, que colaboraba con entusiasmo en el intercambio de información, inquiriendo, a su vez, por la situación fisiológica del padre, la madre, las tres esposas y los quince hijos de su interlocutor. Tras el camión, una larga fila de vehículos ponía música de fondo a las cortesías matutinas con un estruendoso concierto de bocinas desconcertadas. Suspiré y cerré la ventana. Así era el Magerit de finales de siglo: un caso perdido. Siete millones de habitantes, trescientas mezquitas, doscientas iglesias, cien sinagogas, cinco tugurios en cada calle y un zoco en cada esquina. El centro comercial de la República Islámica de Al Andalus. Un caos dentro de otro caos: la capital del caos.
El bazar de las mil y una noches
Juan Moro
El bazar de las mil y una noches
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