jueves, agosto 23, 2007

El lenguaje invisible. 33 Entrevistas con compositores del cine español (Roberto Cueto)

No es otra la intención de este libro, que la de aprovechar los testimonios de primera mano [de los compositores] para intentar saber algo más de la estética, la práctica y el sentido de ese arte (artesanía para algunos) en la sombra que es la música de cine. Ese lenguaje interno, subterráneo, que comunica muchas cosas sin llamar demasiado la atención sobre sí mismo, que no es visual, que no es verbal, pero que dice a través de lo indecible. La música suele ser irreductible a la palabra, pero tal vez consigamos que ese código invisible, gracias a determinada iluminación o punto de vista, se haga un poco más traslúcido y podamos atisbar algunos de sus secretos.

El lenguaje invisible. 33 Entrevistas con compositores del cine español
Roberto Cueto

Salvar a los Niños Soldados (Gervasio Sánchez)

Perdí el contacto con mis padres en una aldea en Kono, la región diamantífera. Con un hermano llegué a Freetown. Fui secuestrado durante la intervención militar nigeriana de 1998. Me dieron instrucción militar y me entregaron un AK-47. Siempre obedecí las órdenes. A veces disparaba contra mis compañeros, en ejecuciones; o azotaba a los civiles y les robaba sus pertenencias. Durante la ofensiva de enero de 1999, mi grupo, formado por unos veinte niños, se quedó en el barrio de Kissy. A cada uno nos dieron una misión: “¡Tú, a cortar manos; tú, a robar comida; tú, a quemar casas!” Atábamos a los civiles a grandes ruedas, los rociábamos con gasolina y los quemábamos. Mientras los mayores atacaban, los pequeños éramos los encargados de cortar manos. Yo le corté una mano a un hombre; lo hice para que no me mataran. Hacía brutalidades, pero no sentía nada. Me daban cada mañana una droga mezclada con agua.

Salvar a los Niños Soldados
Gervasio Sánchez

miércoles, agosto 22, 2007

Una conflagración imperfecta (Ambrose Bierce)

Mi padre y yo estábamos en la biblioteca de nuestra casa, dividiendo el producto de un robo que habíamos cometido esa noche. Consistía, en su mayor parte, en enseres domésticos, y la tarea de una división equitativa era dificultosa. Nos pusimos de acuerdo sobre las servilletas, toallas y cosas parecidas, y la platería se repartió casi perfectamente, pero ustedes pueden imaginar que cuando se trata de dividir una única caja de música en dos, sin que sobre nada, comienzan las dificultades. Fue esa caja musical la que trajo el desastre y la desgracia a nuestra familia. Si la hubiéramos dejado, mi padre podría estar vivo ahora.
Era una exquisita y hermosa obra de artesanía, incrustada de costosas maderas, curiosamente tallada. No solo podía tocar gran variedad de temas sino que también silbaba como una codorniz, ladraba como un perro, cantaba como el gallo todas las mañanas, se le diera cuerda o no, y recitaba los Diez Mandamientos.

Una conflagración imperfecta
Ambrose Bierce

La sombra del viento [Caja de música] (Carlos Ruíz Zafón)

Me acerqué a la otra puerta. No tenía cerradura. Cedió al tacto, deslizándose hacia el interior con un gemido herrumbroso. En el centro descansaba una vieja cama de palanquín, deshecha. Las sábanas amarilleaban como sudarios. Un crucifijo presidía sobre el lecho. Había un pequeño espejo sobre una cómoda, una vasija, una jarra y una silla. Un armario entreabierto reposaba contra la pared. Rodeé la cama hasta una mesita de noche cubierta con un cristal que aprisionaba estampas de antepasados, recordatorios de funerales y billetes de lotería. Encima de la mesita había una caja de música de madera labrada y un reloj de bolsillo congelado para siempre a las cinco y veinte. Intenté dar cuerda a la caja de música, pero la melodía se trabó después de seis notas. Abrí el cajón de la mesita de noche. Encontré un estuche de gafas vacío, un cortaúñas, un frasco de petaca y una medalla de la virgen de Lourdes. Nada más. [...]
Me cayeron los ojos a la caja de música. Levanté la tapa y allí, bloqueando el mecanismo, encontré una llave dorada. La tomé, y la caja de música reemprendió su tintineo. Reconocí una melodía de Ravel.

La sombra del viento
Carlos Ruíz Zafón

Misericordia (Benito Pérez Galdós)

Frente a Frasquito se sentaban dos que comían guisado, en un solo plato grande, ración de dos reales, y más allá, en el ángulo opuesto, un individuo que despachaba pausada y metódicamente una ración de caracoles. Era verdaderamente el tal una máquina para comerlos, porque para cada pieza empleaba de un modo invariable los mismos movimientos de la boca, de las manos y hasta de los ojos. Cogía el molusco, lo sacaba con un palito, se lo metía en la boca, chupaba después el agüilla contenida en la cáscara, y al hacer esto dirigía una mirada rencorosa a Frasquito Ponte; luego dejaba la cáscara vacía y cogía otra llena, para repetir la misma función, siempre a compás, con igualdad de gestos y mohines al sacar el bicho, y al comerlo, con igualdad de miradas: una de simpatía hacia el caracol en el momento de cogerlo; otra de rencor hacia Frasquito en el momento de chupar.
Pasó tiempo, y el hombre aquel, de rostro jimioso y figura mezquina, continuaba acumulando cáscaras vacías en un montoncillo, que crecía conforme mermaba el de las llenas; y Ponte, que le tenía delante, principiaba a inquietarse de las miradas furibundas que como figurilla mecánica de caja de música le echaba, a cada vuelta de manubrio, el comedor de caracoles.

Misericordia
Benito Pérez Galdós

lunes, agosto 20, 2007

El bazar de las mil y una noches (Juan Moro)

Interrumpí mis abluciones matinales. Un traqueteo insoportable hacía retemblar los cristales. Me asomé a la ventana. El camión de la basura trituraba metódicamente los residuos expelidos automáticamente por el edificio durante la noche mientras el conductor preguntaba por la salud de todos y cada uno de los familiares del portero, que colaboraba con entusiasmo en el intercambio de información, inquiriendo, a su vez, por la situación fisiológica del padre, la madre, las tres esposas y los quince hijos de su interlocutor. Tras el camión, una larga fila de vehículos ponía música de fondo a las cortesías matutinas con un estruendoso concierto de bocinas desconcertadas. Suspiré y cerré la ventana. Así era el Magerit de finales de siglo: un caso perdido. Siete millones de habitantes, trescientas mezquitas, doscientas iglesias, cien sinagogas, cinco tugurios en cada calle y un zoco en cada esquina. El centro comercial de la República Islámica de Al Andalus. Un caos dentro de otro caos: la capital del caos.

El bazar de las mil y una noches
Juan Moro

Las inquietudes de Shanti Andia (Pío Baroja)

El sol comenzó a abandonar las olas y a subir en el cielo claro y limpio, ahuyentando la bruma; las velas se teñían por el rojo sol naciente y se hinchaban cada vez más. El patrón hablaba a sus hombres y les ordenaba tirar de las cuerdas para recoger las velas de cuando en cuando. El grumetillo cantaba a proa una canción vascongada. Era una canción al mismo tiempo alegre y melancólica, monótona y llena de variaciones.
Pasamos por delante de Biarritz, con sus rocas, y comenzamos a avanzar por delante de esa línea de dunas blancas que forma la costa vascofrancesa hasta llegar al promontorio pizarroso de Socoa. Larrun apareció cortando el cielo, y más lejos, los montes de España.
[...]
Un poco antes del mediodía cambió el viento; íbamos dejando atrás la costa francesa, sus suaves y bajas colinas, sus dorados arenales y sus lajas pizarrosas carcomidas por el mar.
Pasamos Hendaya y Fuenterrabía, dormidos al sol en las márgenes del Bidasoa. Estábamos delante de Jaizquibel. Era hora de comer. El grumete trajo una cazuela de patatas con bacalao, y comimos todos fraternalmente.
La brisa era cada vez más débil; íbamos avanzando despacio por la costa guipuzcoana.

Las inquietudes de Shanti Andia
Pío Baroja

Poemas en Prosa [Las Viudas - concierto] (Charles Baudelaire)

Dice Vauvenargues que en los jardines públicos hay paseos frecuentados principalmente por la ambición venida a menos, por los inventores desgraciados, por las glorias abortadas, por los corazones rotos, por todas esas almas temblorosas y cerradas en que rugen todavía los últimos suspiros de una tempestad, que se alejan de la insolente mirada de los satisfechos y de los ociosos. En estos refugios umbríos se dan cita los lisiados por la vida.
[...]
Una mirada experta nunca se engaña. En esas facciones rígidas o abatidas, en esos ojos hundidos y empañados o brillantes con los últimos fulgores de la lucha, en esas arrugas hondas y múltiples, en ese andar tan lento o tan brusco, al instante descifra las innumerables leyendas del amor engañado, de la abnegación incomprendida, de los esfuerzos sin recompensa, del hambre y del frío soportados humilde y silenciosamente.

Las viudas, de Poemas en Prosa
Charles Baudelaire

Poemas en Prosa [Las Viudas - mirada] (Charles Baudelaire)

Una mirada experta nunca se engaña. En esas facciones rígidas o abatidas, en esos ojos hundidos y empañados o brillantes con los últimos fulgores de la lucha, en esas arrugas hondas y múltiples, en ese andar tan lento o tan brusco, al instante descifra las innumerables leyendas del amor engañado, de la abnegación incomprendida, de los esfuerzos sin recompensa, del hambre y del frío soportados humilde y silenciosamente.

Las viudas, de Poemas en Prosa
Charles Baudelaire

Es allí a donde voy (Clarice Lispector)

Es allí a donde voy.
¿O no voy? Voy, sí. Y vuelvo para ver cómo están las cosas. Si continúan mágicas. ¿Realidad? Te espero. Es allí a donde voy.
En la punta de la palabra está la palabra. Quiero usar la palabra «tertulia», y no sé dónde ni cuándo. Al lado de la tertulia está la familia. Al lado de la familia estoy yo. Al lado de mí estoy yo. Es hacia mí adonde voy. Y de mí salgo para ver. ¿Ver qué? Ver lo que existe. Después de muerta es hacia la realidad adonde voy. Mientras tanto, lo que hay es un sueño. Sueño fatídico. Pero después, después todo es real. Y el alma libre busca un canto para acomodarse. Soy un yo que anuncia. No sé de qué estoy hablando. Estoy hablando de nada. Yo soy nada.

Es allí a donde voy
Clarice Lispector

Ética para Amador (Fernando Savater)

A veces uno puede tratar a los demás como a personas y no recibir más que coces, traiciones o abusos. De acuerdo. Pero al menos contamos con el respeto de una persona, aunque no sea más que una: nosotros mismos. Al no convertir a los otros en cosas defendemos por lo menos nuestro derecho a no ser cosas para los otros. Intentamos que el mundo de las personas -ese mundo en el que unas personas tratan como tales a otras, el único en el que de veras se puede vivir bien- sea posible. Supongo que la desesperación del ciudadano Kane al final de su vida no provenía simplemente de haber perdido el tierno conjunto de relaciones humanas que tuvo en su infancia, sino de haberse empeñado en perderlas y de haber dedicado su vida entera a estropearlas. No es que no las tuviera sino que se dio cuenta de que ya ni siquiera las merecía..

Ética para Amador
Fernando Savater

El viaje a ninguna parte [vida y esperanza] (Fernando Fernán Gómez)

Es una de las ventajas de este oficio, que nunca hay razón para perder la esperanza. Aunque también a veces la esperanza es una trampa y hay quien se pasa la vida entera en esto sin que nunca le toque la rifa. A mí me sucedió lo contrario. A partir de entonces, la popularidad, el dinero...

El viaje a ninguna parte
Fernando Fernán Gómez

Volverás a Región [anti credo] (Juan Benet)

Siempre es así; siempre, tarde o temprano, tiene que amanecer el día en que el objeto que las manos anhelaron la noche anterior cobra todo su valor no por sí mismo sino porque se halla entre esas manos. Algo se acaba entonces, una edad tal vez que no está en los años sino en la extinción de cierta generosidad. ¿Cuándo cesa eso? Es la razón en lo sucesivo -aliada del temor- la que va a dictar qué deseos son provechosos, cuáles son suicidas, qué rama es preciso extirpar para enderezar un tronco que... usted debe saberlo: será -supongo- en el momento en que tras veinte años ¿de qué?, ¿de matrimonio?, ¿de inocencia?, ¿de desamparo?, ¿de prostitución?, ¿de hipocresía?, ¿quién es capaz de darle su nombre cabal?, una mujer seducida en la caja de una camioneta, acogida de nuevo al seno de una sociedad que más que perdonarla la ha compadecido, comprende -al igual que el delincuente reincidente e incurable- que su naturaleza tiende al delito y que antes será necesario pasar por alto todos los códigos vigentes que abrazar el campo de la virtud; y que ya que es preciso aborrecer algo- en lo sucesivo aborrecerá las leyes, el orden y la decencia para vivir conforme a un credo que sólo en las faltas encontró su verdadera razón de ser.

Volverás a Región
Juan Benet

viernes, agosto 17, 2007

La sombra del viento [En la Barceloneta] (Carlos Ruíz Zafón)

Pasamos el día fuera, lejos de la tiniebla opresiva del piso que aún olía a sábanas tibias y piel. Julián quería ver el mar. Le acompañé hasta la Barceloneta y nos adentramos en la playa casi desierta, un espejismo de color de arena que se fundía en la calima. Nos sentamos en la arena, cerca de la orilla, como lo hacen los niños y los viejos. Julián sonreía en silencio, recordando a solas.

La sombra del viento
Carlos Ruíz Zafón

Barrio de Maravillas [Infancia] (Rosa Chacel)

Todo lo de antes del principio se imponía, se levantaba como la niebla o, más bien, caía como la niebla sobre todo lo demás, borrando todo lo demás, pasado y presente. Porque para hacer presente todo lo pasado, con un relato simple, torpe por falta de costumbre y por algo más inexplicable aún, por costumbre de relatárselo a sí misma a diario, durante doce años. Relatar, repasar los puntos capitales, pero teniendo en la mente, entre las imágenes que brotan a cada idea, a cada recuerdo, a cada fase o tono del recuerdo total, el fondo sin principio de la propia vida, la infancia: eso que llamamos la infancia cuando sabemos llamar a las cosas por su nombre (...)

Barrio de Maravillas
Rosa Chacel

jueves, agosto 16, 2007

Una sociedad conflictiva: España, 1469-1714 (Henry Kamen)

En 1466 un viajero checo se sintió asombrado al ver que en la casa del conde de Haro había “cristianos, moros y judíos; a todos los deja vivir en paz en su fe”. Pero los acontecimientos políticos y religiosos, sobre todo en las grandes ciudades, iban socavando el respeto mutuo entre las tres naciones, y sólo una minoría estaba dispuesta a hablar abiertamente en pro del acervo cultural común con el Islam y el judaísmo.

Una sociedad conflictiva: España, 1469-1714
Henry Kamen

Ciudad negra (Artur Lundkvist)

Tenemos que aprender las nuevas melodías y en el espacio cosechar nuevas palabras con nuestros labios. Tenemos que apresar mil sones en la encrucijada, captar los gritos de llamada en las sirenas de las fábricas y el llanto dorado del saxofón. Tenemos que aprender los nuevos ritmos en las máquinas fuertes y rápidas de acero. Algo nuevo ha llegado a este mundo que adivinamos, vemos su destello en el tráfago ¡Tenemos que buscarlo, buscarlo sin cansancio! Tenemos que tocar para la gente la nueva melodía de la vida ese ritmo vital creciente que estimula, ¡rápido, osado, brillante como acero!.

Ciudad negra
Artur Lundkvist


El secreto del Universo [creatividad vs. inteligencia] (Isaac Asimov)

Si lo que cuenta es la creatividad, no es menos cierto que ésta sólo cuenta en los campos que se consideran apropiados. Un músico sin instrucción ni educación, quizás incluso incapaz de leer música, puede ser capaz de combinar notas y ritmos tan magistralmente que se convierte en el brillante fundador de toda una nueva escuela de música. Pero con eso no se hará acreedor al epíteto de «inteligencia». No es más que uno de esos inexplicables «genios creativos» a los que se les ha concedido un «don del cielo». Como no sabe cómo lo hace. y no puede explicar cómo lo ha hecho, ¿cómo podría considerársele inteligente?
El crítico que, después de producirse los hechos, se dedica a estudiar la música, y haciendo un esfuerzo concluye que no se trata simplemente de un ruido desagradable según las viejas reglas, sino de un maravilloso logro de acuerdo con determinadas reglas nuevas..., ése sí que es inteligente. (¿Pero a cuántos críticos cambiarían ustedes por un solo Louis Armstrong?)

El secreto del Universo
Isaac Asimov

El secreto del Universo [el bien y el mal] (Isaac Asimov)

Sí, y no es nada nuevo. Cada avance tecnológico duradero, por primitivo que fuera, ha producido también efectos no deseados. El hacha de piedra proporcionó más alimentos al género humano... y agravó las consecuencias de las guerras. El empleo del fuego proporcionó al género humano luz, calor y más y mejor comida... y la posibilidad de los incendios provocados y de ser quemado en la hoguera. El desarrollo del lenguaje humanizó al hombre... y al mismo tiempo posibilitó la aparición de la mentira.
Pero es asunto del hombre elegir entre el bien y el mal...

El secreto del Universo
Isaac Asimov

miércoles, agosto 15, 2007

Al cumplir mis treinta y seis años (Lord Byron)

Hoy este corazón debe de estar inmóvil
puesto que no mueve a otros corazones;
pero, aunque yo no pueda ser amado,
dejen que ame todavía!

Mis días descansan en las amarillas hojas;
las flores y los frutos del amor se han ido;
¡sólo el gusano, la corrupción y la pena
son exclusivamente míos!

El, fuego que consume mi pecho
está solo como una isla volcánica;
ninguna antorcha se enciende en su llama
que es pila funeral.

La esperanza, el miedo, la preocupación,
la exaltación del dolor, la fuerza del amor,
no están para que yo las comparta,
sino para arrastrar su cadena.

Pero no es ahora, ni en este lugar que conviene
que tales pensamientos sacudan mi alma,
cuando la gloria viste el féretro del héroe
o ciñe su frente.

¡Veo en torno de mí la espada, el estandarte
la campaña, la Gloria y Grecia!
El Espartano, protegido por su escudo,
no era más libre.

¡Despierta! (Grecia no, que está en vela.)
¡Despierta, espíritu mío! Averigua por qué caminos
tu sangre vital llega de su fuente original,
y luego golpea en lo vivo,

pisotea a esas pasiones que resurgen
-¡virilidad indigna!-, pues para ti
la severidad o la sonrisa de la belleza
debieran ser indiferentes.

¿Por qué vivir si te quejas de tu juventud?
El campo de la honorable muerte
está aquí: entra en la batalla,
y juega tu alma.

Busca -aunque es más fácil buscar que encontrar –
la tumba del soldado, que será la mejor de todas;
después, mira en torno tuyo y elige tu trozo de tierra
para el descanso.

Missolonghi, 22-1-1824

Al cumplir mis treinta y seis años
Lord Byron

Moby Dick (Herman Melville)

Ahí tenéis la ciudad insular de los Manhattos, ceñida en torno por los muelles como las islas indias por los arrecifes de coral: el comercio la rodea con su resaca. A derecha y a izquierda, las calles os llevan al agua. Su extremo inferior es la Batería, donde esa noble mole es bañada por olas y refrescada por brisas que pocas horas antes no habían llegado a avistar tierra. Mirad allí las turbas de contempladores del agua.
Pasead en torno a la ciudad en las primeras horas de una soñadora tarde de día sabático. Id desde Corlears Hook a Coenties Slip, y desde allí, hacia el norte, por Whitehall. ¿Qué veis? Apostados como silenciosos centinelas alrededor de toda la ciudad, hay millares y millares de seres mortales absortos en ensueños oceánicos. Unos apoyados contra las empalizadas; otros sentados en las cabezas de los atracaderos; otros mirando por encima de las amuradas de barcos arribados de la China; algunos, en lo alto de los aparejos, como esforzándose por obtener una visión aún mejor hacia la mar. Pero ésos son todos ellos hombres de tierra; los días de entre semana, encerrados entre tablas y yeso, atados a los mostradores, clavados a los bancos, sujetos a los escritorios. Entonces ¿cómo es eso? ¿Dónde están los campos verdes? ¿Qué hacen éstos aquí?

Moby Dick
Herman Melville

martes, agosto 14, 2007

Los umbrales del mundo (o la metáfora de Raphael) (Ignacio del Valle)

El hombre es un ser que se seduce a sí mismo con sus proyectos, que necesita ir más allá del horizonte. El hombre es un ser de lejanías. Y ese binomio concupiscencia-ímpetu que señalaban los antiguos filósofos, adquiere todo su esplendor en el actual mundo globalizado. Si antes eran necesarios tsunamis históricos como guerras de conquista y colonización o visionarios de voluntad patológica para hacer estallar las costuras del estancamiento, ahora, gracias al desarrollo y perfeccionamiento de los medios de transporte y comunicación, basta con un folleto de una agencia de viajes y una paga extra. Mahoma ya no tiene que ir a la montaña; la montaña, la cordillera entera, viene a nosotros. Y basta con echar un vistazo extramuros para darse cuenta del grado de complejidad y diversidad que ha alcanzado la realidad: en los 200 estados independientes que hay en el mundo, conviven 6000 lenguas, 5000 grupos étnicos y centenares de religiones. Un tráfico entre fronteras y culturas, en el que el barrio, por su vocación aglomerativa, se presenta como el máximo sujeto activo del verbo globalizar.

Los umbrales del mundo (o la metáfora de Raphael)
Ignacio del Valle

Elogio de la ociosidad (Bertrand Russell)

Como casi toda mi generación, fui educado en el espíritu del refrán “la ociosidad es la madre de todos los vicios”. Niño profundamente virtuoso, creí todo cuanto me dijeron, y adquirí una conciencia que me ha hecho trabajar intensamente hasta el momento actual. Pero, aunque mi conciencia haya controlado mis actos, mis opiniones han experimentado una revolución. Creo que se ha trabajado demasiado en el mundo, que la creencia de que el trabajo es una virtud ha causado enormes daños y que lo que hay que predicar en los países industriales modernos es algo completamente distinto de lo que siempre se ha predicado.

Elogio de la ociosidad
Bertrand Russell

Bajo el cielo del oeste (Zane Grey)

Es verdaderamente extraño lo que les ocurre a los cowboys. Yo renuncio a entenderlos. Diríase que se hallan en plenas vacaciones. ¿Qué opina usted de eso? Hemos cambiado los turnos, hemos reducido las horas, hemos rebajado de servicio a éste y a aquél, alquilando peones, hemos hecho, en fin, cuanto podíamos hacer. Y así y todo esa idea de las vacaciones ha ido arraigando. Cuando Stewart se cerró a la banda, los muchachos comenzaron a enfermar. En los años que llevo de ganadero no había oído tantos padecimientos. Es digno de verse lo perniquebrados, tullidos y decrépitos que se sienten la mayoría de ellos. ¡Pensar que un cowboy me ha venido a pedir un día de asueto porque tiene un panadizo en un dedo! Ahí está Booly... Yo he visto a ese cowboy rodar por una barrancada con el caballo encima, y después levantarse tan fresco. Ahora tiene una ampolla en el talón, una ampolla causada por el roce de la bota... Y dice que si no descansa le sobrevendrá una gangrena. ¿Y Jim Slade? Se acaba de dar cuenta de que padece una afección que, según dice, se llama gandulitis espinal o algo así.

Bajo el cielo del oeste
Zane Grey

lunes, agosto 13, 2007

Problema en Pollensa (Agatha Christie)

- ¡Ah, bueno! Parece que esto está lleno de gente joven..., no en el hotel, pero todo por ahí.
Al decir esto observó que mistress Chester se ponía rígida. Dijo que, desde luego, había muchos artistas. Puede que ella estuviera chapada a la antigua... El arte auténtico, desde luego, era otra cosa, pero muchos jóvenes se escudaban en el arte para gandulear y no hacer nada..., y las chicas bebían demasiado.

Problema en Pollensa
Agatha Christie

domingo, agosto 12, 2007

A través de la selva amazónica [Tribus del Xingú] (Percy Harrison Fawcett)

Este sitio es muy bonito y fresco; más allá de las colinas, a unos seis kilómetros de distancia, tan sólo hay territorio inexplorado. (...) Poco después de nuestra llegada, se presentaron en el puesto ocho indios salvajes del Xingú, completamente desnudos. Vivían a unos ocho días de viaje río abajo, y acudían a visitar el lugar de vez en cuando por pura curiosidad y por las cosas que les regalaban. Eran cinco hombres, dos mujeres y un niño, y vivían por su cuenta en una choza. Ayer les dimos dulce de guayaba, que les gustó mucho. Son gente muy menuda, de alrededor de metro sesenta de estatura, y bien constituida. Sólo comen pescado y verdura, nada de carne. Una de las mujeres lucía un precioso collar de discos diminutos, hechos con conchas de caracoles, cuya factura seguramente habría requerido una paciencia enorme. Le ofrecimos ocho cajas de fósforos, un poco de té y algunas hebillas, y enseguida aceptó el trueque. Enviaremos el collar al Museo del Indio Americano de Nueva York.

A través de la selva amazónica
Percy Harrison Fawcett

Tarzán de los monos (Edgard Rice Burroughs)

¡Menudo muchacho!
Desde la más tierna infancia se había valido de las manos para saltar de una rama a otra, a la manera que lo hacía su gigantesca madre, y durante toda la niñez se pasó horas y horas todos los días desplazándose con sus hermanos a toda velocidad por las copas de los árboles.
Podía cubrir de un salto un espacio de siete metros, en las alturas de la selva, sin sentir el menor vértigo, y agarrarse con absoluta precisión y perfecta suavidad a una rama que oscilase impulsada violentamente por los vientos precursores de un inminente huracán.
Era capaz de descolgarse y cubrir siete metros de una rama a otra, en veloz descenso hasta el suelo, y coronar con la ligereza de una ardilla la cima más alta del más alto gigante arbóreo de la selva tropical.

Tarzán de los monos
Edgard Rice Burroughs

viernes, agosto 10, 2007

Mrs. Caldwell habla con su hijo [La habitación] (Camilo José Cela)

Tengo la habitación llena de aire, amor mío, de un extrañísimo aire de color morado que me anima a no pensar, que me induce a pasarme todo el día tumbada encima de la cama, esperándote.
La noche me la pasé de claro en claro, amor mío, sin pegar ojo. Este sitio es limpio, raro y frío, no frío de temperatura sino frío de color.
(Mis mejores amigas, amor mío, a pesar de su promesa, no han venido a verme. Quizá no hayan podido hacerlo- a lo mejor se les ha muerto el marido, de repente, a todas.)
Tengo la habitación llena de aire, amor mío. A mí me parece que en esta habitación hay demasiado aire, amor mío, aire a presión, como en los neumáticos, aire para poder respirar durante toda una larga vida.

Mrs. Caldwell habla con su hijo
Camilo José Cela

La casa maldita (H.P. Lovecraft)

En realidad, los habitantes serios de la ciudad nunca consideraron la casa como «encantada» exactamente. No se hablaba de ruidos de cadenas, ni de heladas corrientes de aire, ni de apagones de luces, ni de caras en las ventanas. Los extremistas decían que traía «mala suerte», pero no pasaban de ahí. Lo indiscutible era que en ella morían gran número de personas, o, mejor dicho, que en ella habían muerto un gran número de personas, pues después de ciertos peculiares acontecimientos ocurridos allí hace más de sesenta años, el edificio había quedado abandonado debido a la imposibilidad de alquilarlo. Aquellas personas no murieron todas repentinamente por una causa determinada; parecía más bien que su vitalidad iba siendo minada de un modo insidioso y que su resistencia dependía de su mayor o menor fortaleza natural. Y las que no morían mostraban en diversos grados un tipo de anemia o consunción, y a veces una decadencia de las facultades mentales, que no hablaban a favor de la salubridad del edificio. Debe añadirse que las casas vecinas parecían estar completamente libres de aquella perniciosa condición.
Esto es cuanto sabía antes que mis insistentes preguntas llevaran a mi tío a mostrarme las notas que finalmente nos embarcaron en nuestra espantosa investigación.

La casa maldita
H.P. Lovecraft

jueves, agosto 09, 2007

Fortunata y Jacinta (Benito Pérez Galdós)

Eso, eso, déjame solo otra vez para ir a divertirte con la bullanga de esos idiotas. (...) ¿Qué?, te marchas otra vez. ¡Bonita manera de cuidar a un enfermo! Y vamos a ver, ¿qué demonios tienes tú que hacer por esas calles toda la mañana? A ver, explícame, quiero saberlo; porque es ya lo de todos los días.

Fortunata y Jacinta
Benito Pérez Galdós

Mala hierba (Pío Baroja)

Manuel y Jesús siguieron la calle de Méndez Álvaro. En los andenes de la estación del Mediodía brillaban los focos eléctricos como globos de luz en el aire negro de la noche.
De las chimeneas del taller de la estación salían columnas apretadas de humo blanco; las pupilas rojas y verdes de los faros de señales lanzaban un guiñó confidencial desde sus altos soportes; las calderas en tensión de las locomotoras bramaban con espantosos alaridos.
Temblaban las luces mortecinas de los distanciados faroles de ambos lados de la carretera. Se entreveían en el campo, en el aire turbio y amarillento como un cristal esmerilado, sobre la tierra sin color, casacas bajas, estacadas negras, altos palos torcidos de telégrafos, lejanos y oscuros terraplenes por donde corría la línea del tren. Algunas tabernuchas, iluminadas por un quinqué de luz lánguida, estaban abiertas... Luego ya, a la claridad opaca del amanecer, fue apareciendo a la derecha el ancho tejado plomizo de la estación del Mediodía, húmedo de rocío; enfrente, la mole del Hospital General, de un color ictérico; a la izquierda, el campo yermo, las eras inciertas, pardas, que se alargaban hasta fundirse en las colinas onduladas del horizonte bajo el cielo húmedo y gris, en la enorme desolación de los alrededores madrileños...

Mala hierba
Pío Baroja

miércoles, agosto 08, 2007

El llano en llamas (Juan Rulfo)

Después de tantas horas de caminar sin encontrar ni una sombra de árbol, ni una semilla de árbol, ni una raíz de nada, se oye el ladrar de los perros.
Uno ha creído a veces, en medio de este camino sin orillas, que nada habría después; que no se podría encontrar nada al otro lado, al final de esta llanura rajada de grietas y de arroyos secos. Pero sí, hay algo. Hay un pueblo. Se oye que ladran los perros y se siente en el aire el olor del humo, y se saborea ese olor de la gente como si fuera una esperanza.
Pero el pueblo está todavía muy allá. Es el viento el que lo acerca.

El llano en llamas
Juan Rulfo

La Busca (Pío Baroja)

A Manuel le pareció agradable aquello. Hallábase todo arreglado, limpio, relativamente; se notaba la mano de una persona ordenada y pulcra.
En la cocina, enjalbegada de cal, brillaban los pocos trastos de la espetera. En el fogón, sobre la ceniza blanca, un puchero de barro hervía con un glu glu suave.
De fuera, apenas llegaba vagamente, y eso como un pálido rumor, el ruido lejano de la ciudad; reinaba un silencio de aldea; a intervalos, algún perro ladraba, algún carro resonaba al dar barquinazos por el camino y volvía el silencio, y en la cocina sólo se escuchaba el glu glu del puchero, como un suave y confidencial murmullo...

La Busca
Pío Baroja

Cale Bari (Ojos de brujo)

Tiene mucho arte a palo seco
Con tal palito se marcaba el compás en la silla
Arrancándose por: tonás, martinetes, deblas, livianas, soleás
¡vaya caña con la caña!
Cante gitano, cante bien, cante bonito
Se mezclan los motivos en el colmao de los vecinos
¡ diquela! ¡diquela!
¡duquela! ¡duquela!
Currelando, trabajando,
Camelando ando amando enamorando braseando voy
¡anda con el braseo!
Camelando ando amando enamorando braseando voy
¡anda con el braseo! ¡míralo!

Cale Bari
Ojos de brujo

martes, agosto 07, 2007

Blanco y negra [Sonrisa permanente] (Javier Puebla)

Si había llegado a pensar Belkíis que su héroe era hombre de sonrisa permanente y modales siempre afables pronto tuvo ocasión de comprobar que ambas observaciones eran claramente matizables. El ambiente empachoso, de pera almibarada, reinante en el interior del vehículo iba a cambiar de un momento a otro, pues dejaban la carretera del sur, con árboles y latentes manadas de monos salvajes en las riberas, para acercarse a la multitudinaria Route de Ouakam, el reino del desorden y los car rapides; aunque ambas cosas podrían considerarse casi como sinónimos.

Blanco y negra, Historias africanas
Javier Puebla

El libro de la Tierra Negra (Carlos Gardini)

No quería contar porque no quería recordar. Tenía miedo de los recuerdos. Pero también tenía miedo de perder el alma. Si no contaba lo que había visto, iría al infierno y no tendría la recompensa que le habían prometido. Le habían prometido una fortuna en la tierra y una vida en el paraíso. Era mucho más de lo que gente como él podía atreverse a esperar.

El libro de la Tierra Negra
Carlos Gardini

El beso de la mujer araña (Manuel Puig)

Ella canta, o no, todavía no, empiezan las notas del piano, y una casi imperceptible cadencia de maracas allá lejos, y ella se ve que tiene las manos temblando, los ojos se le llenan de ternura, alcanza el cigarrillo a un traspunte que está entre bambalinas, toma su posición al lado de la columna griega, y empieza con una voz grave y muy melodiosa a decir la introducción, casi hablada, pensando en el muchacho «... todos dicen que la ausencia es causa de olvido, ... y yo te aseguro que no es la verdad, ...desde aquel último instante que pasé contigo, mi vida parece... llena de crueldad», y ahí la orquesta invisible empieza a todo volumen y larga ella toda su voz, «... tú, te llevaste en tus labios, aquel beso sagrado... que yo había guardado ¿para ti?, sí, para ti... Tú, te llevaste en tus ojos, todo el mundo de antojos, que hallaste en los míos, para ti...», y ahí viene un intermedio de la orquesta, y ella hace un pequeño paseo y en medio de la pista vuelve a atacar, a toda voz, «... ¡Cómo pudiste dejarme, queriéndonos tanto! ... cuando habías encontrado en mi pecho guardado tanto... tanto frenesí... Tú, aunque estemos muy lejos, llorarás como un niño, buscando un cariño como el que te di...»
Y al terminar de cantar ella está completamente ensimismada, y rompen en aplausos todos los trabajadores que están preparando la sala para esa noche.

El beso de la mujer araña
Manuel Puig

lunes, agosto 06, 2007

Lady sings the blues [Periodistas] (Billie Holiday)

Los periodistas europeos especializados comprenden la música. La captan, saben usar las orejas. En Norteamérica, las lumbreras, los presuntos entendidos en jazz, se ponen al corriente diez años después de que ocurran las cosas. En este país no eres nadie hasta después de muerto, y entonces pasas a ser el mejor.
En Europa escriben sobre las cosas cuando ocurren; no les importa si tu agente de prensa es importante, lo que dice la última encuesta ni qué lugar ocupasen la lista de éxitos. Ponen tus disco, aguzan los oídos y escriben lo que sienten

Lady sings the blues
Billie Holiday

Memoria del flamenco [Silverio Franconetti] (Félix Grande)

Silverio Franconetti nació en Sevilla en 1831, de padre italiano, como indica su primer apellido, y de madre andaluza, nacida en Alcalá de Guadaira. En Morón de la Frontera los padres de Silverio le escogieron el oficio de sastre, oficio que tendría que aprender en una tienda de su tío, pero el chiquillo gustaba más de la frecuentación de los gitanos cantaores que del jaboncillo y las tijeras, sobre todo cuando llegaba a Morón el Fillo, el cual animó a Silverio a dedicarse al cante. Silverio se fue a Sevilla, en donde, según se ha dicho, y desoyendo consejos no muy espabilados, se negó a aprender música. Cantó en Sevilla, viajó a Madrid, donde colaboró intensamente en la propagación del cante, y en 1856 cruzó el Atlántico y desembarcó en Amñérica del Sur. Anduvo ocho años en Montevideo, ocupado primero como sastre y luego, en tiempos de paz, como picador de toros y, en tiempos de guerra, como soldado de la República del Uruguay. Como vulgarmente se dice: no había forma de hacer carrera de él. Llevó su independencia y su inquietud al cante ya de regreso a España en 1864, fecha en que contriubyó fervorosamente en la empresa de propagación del flamenco, primero cantando en varias capitales españolas, predominantemente de Andalucía, luego asociándose a Manuel el Burrero para abrir el establecimiento que llevó ese nombre, y finalmente inaugurando y regentando un café-cantante propio, el Café de Silverio: el que ha pasado a la historia de la flamencología como el más serio de su época.

Memoria del flamenco
Félix Grande

viernes, agosto 03, 2007

Cuentos tan cortos [Gestos] (José Manuel Fernández Argüelles)

Gírate, mueve tu cuerpo hacia mí con la inocencia fingida del acto casual. Y después ladea la cabeza y, con la mano, aparta hacia atrás el cabello en gesto que descubra tu cuello, como si el pelo te estorbase para hablarme, como si el giro de la cabeza y el vuelo de la melena fuese el movimiento de una danza espontánea. Después mírame como si yo ocupase toda la capacidad que de ver tienes, llenándome de tus pupilas que se agradan y se fijan en mi con interés exclusivo. En un momento dado te pintarás la boca con lenta parsimonia y frotarás un labio contra otro, procurando que yo siga todo el proceso sin perder un detalle. A continuación, tendrás la necesidad de arreglarte el pliegue de tu falda mientras hablas distraídamente de cualquier cosa que ninguno de los dos va a recordar más tarde. Por fin, tropezará tu cuerpo con el mío en el movimiento impreciso de una leve torpeza.

Gestos, de Cuentos tan cortos
José Manuel Fernández Argüelles

El Doctor Centeno (Benito Pérez Galdós)

Alejandro echó sus ansiosas miradas dentro de aquella cavidad, de la cual salía fortísimo aroma de flores secas, de rosas seculares y como embalsamadas. Los dedos de la señora abrieron la tapa de una caja, que tenía encima una bonita pintura de Adonis herido, y espirando en brazos de Venus. Dentro vio Alejandro las que fueron rosas, y eran ya una masa seca, pero aún olorosa, cual momia que conservara también momificada el alma... Después apareció un retrato, preciosa miniatura. Era un joven muy guapo, pálido, con los cabellos encrespados y revueltos... Alejandro se inclinó, movido de curiosidad, para ver aquella imagen que al punto creyó la de su abuelo, más doña Isabel, con rapidísimo y airado movimiento de su mano le apartó, diciendo:
-Quita de aquí tus ojos puercos...

El Doctor Centeno
Benito Pérez Galdós

Desesperación (Vladimir Nabokov)

Nota: no fui yo, sino él, quien percibió en primer lugar el vínculo masónico de nuestro parecido; y como el propio parecido había sido determinado por mí, yo me encontraba en una sutil relación —de acuerdo con sus cálculos inconscientes— de dependencia con él, como si yo fuese el imitador y él el modelo. Naturalmente, siempre preferimos que la gente diga «Ese hombre se le parece a usted», que lo contrario. Al pedirme ayuda, aquel pícaro de tres al cuarto se limitaba a tantear el terreno con vistas a futuras peticiones. En el fondo de su confuso cerebro pululaba, tal vez, la idea de que yo tenía que estarle agradecido por la generosidad que había tenido él al concederme, por el solo hecho de su existencia, la oportunidad de tener su mismo aspecto. Nuestro parecido me sonaba a monstruosidad que casi rozaba lo milagroso. Lo que a él le interesaba era sobre todo que yo sintiera deseos de encontrar algún parecido. Ante mis ojos, él era mi doble, a saber, un ser físicamente idéntico a mí. Fue esta absoluta igualdad lo que me produjo una emoción tan intensa. Por su parte, él veía en mí a un imitador sospechoso. Quiero, no obstante, subrayar especialmente lo tenues que eran sus ideas. Estoy seguro de que el muy zoquete hubiese sido incapaz de entender los comentarios que esas ideas suyas me inspiraban.

Desesperación
Vladimir Nabokov

El doble (Fedor Dostoiewski)

Todos los presentimientos del señor Goliadkin se habían cumplido. Todo lo que temía y sospechaba se había trocado en realidad. Se le cortó el aliento y sintió un mareo. El desconocido estaba sentado en su propia cama, sin quitarse el gabán y el sombrero; y con una ligera sonrisa, frunciendo levemente el entrecejo, le dirigía un amistoso movimiento de cabeza. El señor Goliadkin quiso gritar, pero no pudo; protestar de alguna manera, pero le fallaron las fuerzas. Se le erizó el cabello y se desplomó exánime del horror que sentía. ¿Y cómo no? El señor Goliadkin había reconocido enteramente a su amigo nocturno. Su amigo nocturno no era otro que él mismo, el propio señor Goliadkin, otro señor Goliadkin, pero absolutamente idéntico a él... En una palabra, su doble...

El doble
Fedor Dostoiewski

jueves, agosto 02, 2007

El libro de las emociones (Laura Esquivel)

Uno siempre busca repetir una experiencia a través de las imágenes y las palabras.
Desde Aristóteles hasta los investigadores modernos, coinciden en que hay una tendencia natural del hombre a aprender por medio de la imitación. Se ha descubierto que cuando una persona observa el rostro sonriente de otra, tiende a repetir el mismo gesto. Algunos lo atribuyen al hecho de que mediante la mímica motriz podemos apropiarnos del humor ajeno.
A mi ver, no sólo se trata de una imitación. Cuando estamos cerca de una persona sonriente, nos vemos contagiados por su emoción. Se puede decir que las emociones forman parte de un sistema de impulsos eléctricos que atraviesan cada una de nuestras células. Una emoción es energía en tránsito, energía que se desplaza y desde esa óptica, ¿qué le impide salir de los límites del cuerpo que la produce para internarse en los de otra persona? Esto, aparte de sonar un poco erótico, nos habla de que existe el intercambio de emociones.

El libro de las emociones
Laura Esquivel

Este es mi pueblo (Albert Einstein)

Observo que la vida política posee dos tendencias opuestas en acción, enfrentadas una a la otra en constante lucha. La primera, optimista, procede de la creencia según la cual el libre desarrollo de todas las fuerzas productivas de los individuos y los grupos conduce en suma a un estado satisfactorio de la sociedad. Reconoce la exigencia de un poder central, colocado más allá de los hombres y los sectores, pero concede a ese poder sólo funciones administrativas y reguladoras. La segunda tendencia, pesimista, supone que el libre juego entre los individuos y los grupos lleva a la destrucción de la sociedad; busca entonces basar la sociedad exclusivamente sobre la autoridad, la obediencia ciega y la constricción. Esta tendencia es, de hecho, pesimista nada más que hasta cierto punto, puesto que es optimista respecto a quienes son y desean ser los amos del poder y de la autoridad. Los adherentes a esta segunda tendencia son los enemigos de los grupos libres y de la educación para el pensamiento autónomo. Representan, además, a los mensajeros del antisemitismo político.

Este es mi pueblo
Albert Einstein

El pensamiento del afuera (Michel Foucault)

Las sirenas son la forma inasequible y prohibida de la voz atrayente. Ellas no son más que canto. Simple estela plateada sobre el mar, cresta de la ola, gruta abierta en los acantilados, playa de blancura inmaculada, ¿qué otra cosa pueden ser, en su ser mismo, sino la pura llamada, el grato vacío de la escucha, de la atención, de la invitación al descanso? Su música es todo lo contrario de un himno: ninguna presencia brilla en sus palabras inmortales; sólo la promesa de un canto futuro recorre su melodía. Y seducen no tanto por lo que dejan oír, cuanto por lo que brilla en la lejanía de sus palabras, el provenir de lo que están diciendo. Su fascinación no nace de su canto actual, sino de lo que promete que será ese canto.

El pensamiento del afuera
Michel Foucault

miércoles, agosto 01, 2007

Henry y June [Cabaret] (Anaïs Nin)

Los cabarets me excitan. Quiero es­cuchar música estridente, ver caras, pasar rozando cuerpos, beber «Benedictine» ferozmente. Las mujeres hermosas y los hombres guapos despiertan fieros deseos en mí. Quiero bailar. Quiero drogas. Quiero conocer a gente perversa, llegar a la intimidad de ellos. Nunca miro los rostros ingenuos. Quiero morder la vida y que me desgarre.

Henry y June
Anaïs Nin

La Era del Vacío [Humor] (Gilles Lipovetsky)

Concentrado en sí mismo, el hombre posmoderno siente progresivamente la dificultad de "echarse" a reír, de salir de sí mismo, de sentir entusiasmo, de abandonarse al buen humor. La facultad de reír mengua, "una cierta sonrisa" sustituye a la risa incontenible: la "belle époque" acaba de empezar, la civilización prosigue su obra instalando una humanidad narcisista sin exuberancia, sin risa, pero sobresaturada de signos humorísticos.

La Era del Vacío
Gilles Lipovetsky