lunes, junio 18, 2007

La lección del maestro (Henry James)

- Sabe usted tan bien como yo aquello por lo que el artista debe pasar: la concentración, la meticulosidad, la independencia por las que ha de luchar desde el momento mismo en que se propone que su obra sea de veras digna. Ah, amigo mío, su relación con las mujeres, y más aún con la mujer con que más íntimo trato tiene, está a merced de la funesta circunstancia de que el artista, siendo las cosas como son, sólo puede medirlas con un único rasero, mientras ellas tienen cincuenta. Por eso mismo son tan superiores. Imagínese a un artista que cambiase de principios con la misma facilidad que uno cambia de camisa o de vajilla. Le basta y le sobra con pensar en lograrlo, lograrlo y que sea sublime. Su única pregunta ha de ser: “¿Lo he logrado?”, y no: “¿Está hecho todo lo bien que me permiten las responsabilidades contraídas con mi querida familia?”. Su tarea no puede estar emparentada con lo relativo, sólo con lo absoluto. [...]
- ¡Qué falacia, qué descrédito de la figura del artista, pintarlo como un simple monje de clausura, que sólo puede llegar a desempeñar su oficio renunciando a su felicidad personal! ¡Qué terrible condena del arte!
- ¿No se le habrá ocurrido ni por un momento que estoy defendiendo el arte, verdad? “Condena”... ¡Ya lo creo! Felices las sociedades en las que el arte no ha hecho acto de presencia, pues desde el momento en que aparece, son pasto de un dolor que las consume y anida en su seno una incurable corrupción. ¡Sin duda que es falaz la misión del artista! Pero creí que eso lo dábamos por supuesto.

La lección del maestro
Henry James

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