Tenía un largo bigote blanco y la cabellera canosa, también blanca. Su rostro, del mismo tono tostado por el sol y palidecido por la fiebre que la mayoría de caras en la colonia, aunque de inconfundibles facciones negras. Para los negros –e incluso para los blancos, a no ser que consigan una autorización- es ilegal establecerse en región india, y supe más tarde que durante los primeros diez años habían tratado desde el gobierno de desalojarlo en repetidas ocasiones. Pero habían acabado por dejarlo en paz. Le saludé y le pregunté dónde podía dar de beber a mi caballo. Sonrió medio dormido, como ausente, y dijo:
- Te estaba esperando. Tuve una visión en la que me avisaron de que llegarías.
Bajó con un brinco de la hamaca, buscó sus zapatos, encontró sólo uno y avanzó cojeando para estrecharme la mano.
- Siempre conozco cómo son los visitantes en las visiones que tengo de ellos. A veces un cerdo o un chacal; a menudo un tigre furioso.
No pude resistirme a preguntarle:
- ¿Y cómo me le aparecí yo?
- Como un harmonio dulcemente afinado –contestó educadamente Mr. Christie.
Noventa y dos días
- Te estaba esperando. Tuve una visión en la que me avisaron de que llegarías.
Bajó con un brinco de la hamaca, buscó sus zapatos, encontró sólo uno y avanzó cojeando para estrecharme la mano.
- Siempre conozco cómo son los visitantes en las visiones que tengo de ellos. A veces un cerdo o un chacal; a menudo un tigre furioso.
No pude resistirme a preguntarle:
- ¿Y cómo me le aparecí yo?
- Como un harmonio dulcemente afinado –contestó educadamente Mr. Christie.
Noventa y dos días
Evelyn Waugh
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