lunes, junio 11, 2007

Perfiles (Woody Allen)

Más que en ninguna otra época de la Historia, la humanidad se halla ante una encrucijada. De los dos caminos a tomar, uno conduce al desaliento y a la desesperanza más absoluta. Y el otro a la total extinción. Roguemos al cielo sabiduría para elegir lo que más nos conviene... No inspira mis palabras la futilidad, dicho sea de paso, sino un frenético convencimiento en el absurdo irremediable de la existencia, que podría fácilmente parecer pesimismo. No se trata de eso. Se trata, sencillamente, de una sana preocupación ante el trance por el que atraviesa el hombre moderno. (Quede aquí definido el hombre moderno como toda persona nacida después del edicto de Nietzsche “Dios ha muerto”, y antes del éxito pop “I wanna hold your hand”.) Tal “trance” puede enunciarse de una manera o de otra, si bien ciertos filósofos del lenguaje prefieren reducirlo a una ecuación matemática, fácil no ya de resolver sino de llevar en la cartera.
Planteado en su forma más sencilla, el problema es: ¿Cómo es posible que tenga sentido un mundo finito que viene determinado por las medidas de mi cintura y cuello? Esta cuestión se hace particularmente ardua cuando vemos que la ciencia nos ha burlado. Cierto, ha vencido muchas enfermedades, ha roto el código genético, hasta ha enviado seres humanos a la Luna, pero si metemos a un hombre de ochenta años en un dormitorio con dos camareritas de dieciocho, nada ocurrirá. Porque los problemas auténticos no cambian. A fin de cuentas ¿podemos escrutar el alma humana a través de un microscopio?

Mi discurso a los graduados, de Perfiles
Woody Allen

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