Me traen al orfanato de turno. Me arrastro por el pasillo, a mi encuentro viene una niñera. El pasillo está a oscuras y ella no me ve enseguida. Cuando ya casi me toca, de pronto lanza un grito y da un salto atrás. Después se me acerca, se inclina para verme mejor. Tengo la piel oscura, y la cabeza afeitada. Tras un primer vistazo en la semipenumbra del pasillo sólo se pueden descubrir los ojos, unos grandes ojos que penden en el aire a unos quince centímetros del suelo.
- Huy, qué delgadito. Sólo piel y huesos. Ni que te hubieran traído de Buchenwald.
Ciertamente no estoy gordo. Allí de donde me han traído no me daban de comer muy bien, y además comía mal.
La mujer se va. Regresa al par de minutos y deja en el suelo, junto a mí, un trozo de pan con tocino. Veo el tocino por primera vez en mi vida. Por eso primero me como el tocino y luego el pan. De pronto me entra calor, me siento a gusto, y me duermo...
Blanco sobre Negro
- Huy, qué delgadito. Sólo piel y huesos. Ni que te hubieran traído de Buchenwald.
Ciertamente no estoy gordo. Allí de donde me han traído no me daban de comer muy bien, y además comía mal.
La mujer se va. Regresa al par de minutos y deja en el suelo, junto a mí, un trozo de pan con tocino. Veo el tocino por primera vez en mi vida. Por eso primero me como el tocino y luego el pan. De pronto me entra calor, me siento a gusto, y me duermo...
Blanco sobre Negro
Rubén Gallego
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