lunes, febrero 12, 2007

El iceberg imaginario (Elizabeth Bishop)

Es mejor tener el iceberg que el barco, aunque ello signifique el fin del viaje.
Aunque permanezca totalmente inmóvil como una nublada roca y todo el mar fuera móvil mármol. Es mejor tener el iceberg que el barco; poseeríamos más bien esta llanura de nieve aunque las velas del barco anduvieran por el mar como la nieve yace no disuelta sobre el agua.
Oh, solemne y flotante campo, ¿Te das cuenta que un iceberg reposa contigo y cuando despierte puede pacer en sus nieves?
Esta es una escena por la que un marino daría sus ojos.
El barco es ignorado. El iceberg se alza y se hunde de nuevo; sus vítreas puntas corrigen las elipses del cielo. Esta es una escena donde quien pasea por la borda es incultamente retórico. El telón es demasiado ligero para alzarse en las más finas cuerdas que las aéreas torsiones de la nieve provean. La gracia de estos blancos picos hace sombras con el sol. El iceberg desafía su peso sobre un movedizo escenario y se está y observa.
El iceberg corta sus facetas desde dentro. Como las joyas de una tumba continuamente se protege y adorna sólo él mismo, quizás las nieves que tanto nos sorprenden flotando en el mar.
Adiós, decimos, adiós, el barco se pierde adonde las olas se entregan a otras olas y las nubes pasan a un cielo más cálido.
Los iceberg son necesarios al alma (haciéndose ambos de los elementos menos visibles) para verlos así: encarnados, bellos, indivisiblemente erigidos.

El iceberg imaginario
Elizabeth Bishop

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