Cuando abrí la puerta de la sala de estudio y me asomé, allí estaba ella, sentada en un pupitre junto a la ventana, con la cabeza inclinada sobre el libro de álgebra. Al principio no me vio y me la quedé mirando. No había caído en las malas compañías, tal como yo temía, pero igualmente se me partió el corazón, Andy, porque parecía como si hubiera caído en la ausencia total de compañía y a lo mejor eso era todavía peor. A lo mejor a su tutora le parecía que no había nada de malo en que una niña se quedara sola a estudiar en el colegio después de las clases; a lo mejor incluso le parecía admirable. En cambio, yo no lo veía admirable, ni siquiera saludable. No tenía compañías desagradables porque a los malos actores en Jonesport-Beals High los dejan en la biblioteca.
Debería haber estado con sus amigas, acaso escuchando discos o soñando con algún chico. Y en vez de eso estaba sentada bajo el polvoriento rayo de sol del atardecer, sentada entre aquel olor de tinta y de limpiasuelos y de aquel serrín rojo que tiran cuando se van los críos, con la cabeza tan cerca del libro que parecía que allí se desvelaran todos los secretos sobre la vida y la muerte.
Dolores Claiborne
Stephen King
Debería haber estado con sus amigas, acaso escuchando discos o soñando con algún chico. Y en vez de eso estaba sentada bajo el polvoriento rayo de sol del atardecer, sentada entre aquel olor de tinta y de limpiasuelos y de aquel serrín rojo que tiran cuando se van los críos, con la cabeza tan cerca del libro que parecía que allí se desvelaran todos los secretos sobre la vida y la muerte.
Dolores Claiborne
Stephen King
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