Diccionarios, enciclopedias, tratados de filosofía, de amor, de literatura y de psicología no pudieron resolver el problema. Y entonces solicité que se me permitieran seis horas diarias de investigación sobre el tema, en la biblioteca de la ciudad más cercana. Repletos de amor por el idioma y por mi rehabilitación, me concedieron el permiso de salida sin restricciones. Obviamente, hijo mío, tres días después cruzaba yo la frontera hacia donde me encuentro ahora, usufructuando mi palabra y la ingenuidad ajena, como lo he hecho desde que tu padre nos abandonó. Mentira, hijo, mentira. Aún soy una reclusa. Perdona si te he causado una falsa alegría o una grave preocupación. He querido hacerte ver que los presidiarios-penitentes no necesitamos que nos cuenten las palabras porque nuestras mentes escriben cartas destinadas a ellas mismas, sin limitaciones de tiempo, de espacio o de contenido. Así podemos vivir nuestra vida.
La carta contada
Alonso Bayona
La carta contada
Alonso Bayona
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