La mala suerte ha sido. Estoy tan acostumbrado a soplar el fuego que esto, supongo, ha cambiado el color de mi rostro. Yo no suelo mirarme en los espejos, sino que fatigosamente trabajo en intentar transmutar metales. Nosotros andamos siempre desviados y contemplamos el fuego sin parar, pero a pesar de toda nuestra esperanza jamás logramos nuestro deseo. A muchos engañamos y a otros pedimos prestado, algo como una libra o dos, o diez, o doce y aún mayores cantidades, y así les hacemos creer que doblaremos su dinero al menos. Pero todo es falso, porque, aunque nuestros deseos son buenos, no pueden realizarse, y desde luego no por falta de ensayos. Sin embargo, la ciencia de la alquimia está tan lejos de nosotros que no somos capaces de alcanzarla, y, digamos nosotros lo que sea, ella acaba siempre por deslizarse hasta que nos convierte en mendigos.
Los Cuentos de Canterbury - Cuento del criado del canónigo
Geoffrey Chaucer
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