Grande es la potencia del genio aunque esté contenido en la carne de un heridor, soldado, esclavo, contable, aventurero y preso; en un Miguel poeta andante y cortesano necesitado. Así pudo engañarnos la sombra consistente de Don Quijote. Hemos creído que su vida era un engaño y que él fue el traicionado por los hombres comedores de carne, por los tiempos debilitados y por los libros imposibles. Su vida fue verdaderamente engañosa, pero el engañador, el ficticio, fue él, y los traicionados, hasta ahora, hemos sido nosotros. Miguel hace de todo para ponernos delante – marioneta larguirucha armada de hierro viejo y de obsesión – un Don Quijote enloquecido por las malas lecturas, un Don Quijote engrandecido por su sabiduría discursiva y más aún por su demencia imitadora; un Don Quijote al que los nacidos después han podido adorar, mística víctima de un cristianismo puro, armado y burlado, lleno de odio por la vida universal y eterna de los paganos bautizados, para los que la regla es verdad; la pereza, sabiduría; la comodidad, bondad; el pan y la pitanza, única esencia reconocible de los días. Todo heterodoxo de la ley vulgar se ha tenido por caballero y ha sentido sobre sus propias espaldas los palos que dieron con él en tierra. En aquella serena sabiduría antigua, en aquel vano amor por el bien, vieron casi un reflejo de Sócrates, que tuvo que morir por voluntad de los hombres, porque era mejor que todos los hombres.
Don Quijote del engaño
Don Quijote del engaño
Giovanni Papini
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