Canalejas dejaba correr a borbotones lo que constituía uno de sus mayores defectos: la malignidad; malignidad, en el fondo, inocente, inspirada no por la intención de hacer daño, sino por el deseo de que la risa siguiera a sus punzantes gracias. Maestro como pocos en el arte de la imitación, no tenía rival para imitar la voz, el ademán y el gesto de aquellos a quienes hacía blanco de su ingenio, poniéndolos a veces en ridículo.
Notas de una vida
Conde de Romanones
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