Momentos más tarde subimos a la nave, soltamos las amarras y zarpamos con próspero viento. Pronto llegamos cerca de la isla de las Sirenas. Corté entonces con el duro bronce un pan de cera y, ablandándola al sol, tapé con ella los oídos de mis compañeros, ordenándoles que me ataran al mástil. Así lo hicieron ellos. Cuando las Sirenas advirtieron la presencia de la nave comenzaron a entonar un canto que decía: "¡Oh célebre Ulises, gloria insigne de los aqueos! Detén la nave y acércate para que oigas nuestra voz, pues nosotras sabemos cuántas fatigas padecieron aqueos y troyanos por voluntad de los dioses".
Era tan dulce la voz que no pude resistir el deseo de oírlas de más cerca e hice señas a mis compañeros de que me desataran. Pero, siguiendo las instrucciones que por anticipado les di, me ataron al mástil más fuertemente con nuevos cordeles.
La Odisea
Homero
Era tan dulce la voz que no pude resistir el deseo de oírlas de más cerca e hice señas a mis compañeros de que me desataran. Pero, siguiendo las instrucciones que por anticipado les di, me ataron al mástil más fuertemente con nuevos cordeles.
La Odisea
Homero
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