El hombre no apetece realmente ser libre, sólo desea que no le llamen esclavo. Con tal de que su libertad aparezca recogida en letras de molde, en cualquier parte, en una Constitución o en los muros de los edificios, se queda contento y no exige que esa libertad se traduzca en hechos reales. Le basta con la divisa. Cualquier república puede convertirse en el más rígido despotismo con tal de que siga denominándose “República”. Nerón, intolerable bajo el nombre de Emperador, es mayoritariamente consentido bajo el nombre de Presidente. En materia social es la etiqueta impresa en la botella la que determina la calidad y el sabor del vino. El gobierno de las sociedades, por lo tanto, parece ser en lo esencial una cuestión de léxico. El mejor medio de dirigir a los hombres sea tal vez gritarles con entusiasmo: “¡¡Sois libres!!”, para después, con un tremendo zurriago, a la manera de Jerjes, obligarlos a marchar. Y marchan contentos, bajo el chasquido del látigo, sin pensar ni desear otra cosa, porque la palabra esencial ha sido pronunciada, ellos son libres, y allí está Jerjes, en su carro de oro, para desear y pensar por ellos.
Ecos de París
Eça de Queirós
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